Vidal Arranz | 16 de octubre de 2020
Libre, independiente, rebelde y militante del humanismo cristiano. Claves de la figura de Delibes que ayudan a entender algunas dimensiones de su vida y su obra.
Cuenta el hijo mayor de Miguel Delibes una historia muy poco conocida, que él vivió de primera mano, y que revela, en gran medida, el carácter humano y el ánimo rebelde del escritor y periodista vallisoletano. Corría el año 1975 en la España de Franco, y en aquellos años del régimen, que ya se intuían finales, el autoproclamado Caudillo sorprendió al mundo con su decisión de aplicar la pena capital a varios condenados por terrorismo de ETA y el FRAP. El anuncio suscitó muchas reacciones de rechazo en un mundo que había ido aparcando la pena de muerte. En ese contexto, el papa Pablo VI hizo saber que había pedido, sin éxito, clemencia al régimen, con el ánimo de detener la ejecución. A Delibes, que era un hombre profundamente cristiano, y que había acogido con entusiasmo el Concilio Vaticano II de Juan XXIII, aquella le parecía una noticia importante y relevante. Pero en el año 1975, con la censura oficial algo relajada, pero todavía vigente y poderosa, era una noticia difícilmente publicable.
Aunque llevaba casi una década sin encargarse de la dirección de El Norte de Castilla -puesto que ocupó, de facto, entre 1958 y 1966-, decidió utilizar el ascendente que todavía conservaba en la empresa para propiciar que esa información viera la luz. «A mi padre, que siempre creyó en el papel social que podía jugar la Iglesia Católica, le parecía que aquella noticia ponía en evidencia el falso catolicismo del régimen y que desvelarlo era muy importante», recuerda el biólogo Miguel Delibes de Castro, que coescribió con su padre uno de sus últimos libros, La Tierra herida. Pero los editores de El Norte de Castilla no eran de la misma opinión, pues estaban convencidos de que el periódico sería secuestrado y no querían beber el amargor de ese cáliz y soportar las pérdidas económicas que, a buen seguro, supondría para la empresa como castigo añadido. Argumentaban, por otra parte, que, si el periódico era retirado de los quioscos, la noticia seguiría sin ser conocida y tanto sacrificio sería en vano.
Delibes no compartía esa visión. «Mi padre era partidario de publicar y asumir que el periódico pudiera ser secuestrado por el Gobierno, porque creía que eso le reportaría beneficios en imagen y prestigio muy superiores a las pérdidas materiales que pudiera sufrir. Pero no pudo convencer al gerente», recuerda Miguel Delibes hijo. «Lo más sorprendente es que me llevara a mí a aquella reunión, en la que yo no pintaba nada. Con el tiempo deduje que me quería como testigo de lo que allí ocurriera. Pero lo cierto es que esta historia revela la convicción profunda que mi padre tenía de que la voz de la Iglesia podía ser importante».
Que yo me incline por el hombre humilde y por el hombre víctima revela, imagino, mi espíritu democrático, pero no menos mi espíritu cristianoMiguel Delibes
He aquí varias claves de la figura humana de Delibes que ayudan a entender algunas dimensiones de su vida y su obra. La primera de ellas es la existencia de una conciencia religiosa que decide arremangarse, ir más allá de las interioridades de lo espiritual, y lanzarse hacia los conflictos del mundo. Esa actitud -que se detecta ya en una novela preconciliar como Mi idolatrado hijo Sisí, un alegato contra el control de natalidad y a favor de las familias extensas- encuentra impulso en los aires de renovación del Concilio Vaticano II, que fue acogido con entusiasmo por el escritor, así como por otras personas de su círculo más próximo en el entorno del periódico, como los también novelistas José Jiménez Lozano o José Luis Martín Descalzo. Entre todos se encargarían de ofrecer a los lectores de El Norte de Castilla una cobertura del concilio extensa y prolija, recibida con estupor por una parte de la Valladolid católica más conservadora, que no se podía creer lo que su periódico le estaba contando. «Por favor, no nos llamen ustedes todavía herejes. Esperemos a que acabe el Concilio. Entonces sabremos si son ustedes o nosotros quienes estábamos con la Iglesia», escribirá a sus lectores José Jiménez Lozano en las mismas páginas del periódico vallisoletano.
La segunda clave que la historia de Pablo VI pone de manifiesto es el decidido compromiso del escritor con la libertad, así como su radical independencia. Compromiso con la libertad de expresión que años atrás, siendo director de periódico, lo llevó a librar un pulso tozudo y tenaz contra los corsés de la censura. Un pulso que finalmente perdió -tuvo que renunciar-, pero que convirtió a El Norte de Castilla en una referencia aperturista.
En su última novela importante, El hereje, irá incluso más allá y defenderá sin ambages la libertad de pensamiento y de conciencia. Y en otros libros, no dudará tampoco en amparar y comprender el derecho de las gentes del campo a preferir su mundo rural, incluso golpeado por las inclemencias del atraso y la pobreza, antes que ceder a la promesa de modernidad de unas ciudades deshumanizadas y deshumanizadoras.
Esa libertad de conciencia la ejerció Delibes siempre, lo que le convirtió en un nítido ejemplo de creador independiente que, como él mismo recordaba, unas veces daba la razón a unos, y otras a los otros. Esa independencia le llevó, por ejemplo, a manifestarse expresamente contra el aborto en las páginas de ABC, en el año 1986, a raíz de la aprobación de la primera ley despenalizadora. Su artículo fue republicado en 2007 justo en la época en la que se tramitaba la segunda, impulsada por José Luis Rodríguez Zapatero, que proclamó que la interrupción del embarazo era un derecho de las mujeres.
En ese artículo, Delibes mostraba su estupor por que el aborto se hubiera incluido entre los postulados del progresismo, lo que a él le resultaba completamente incomprensible. «Antaño, el progresismo se sostenía en un trípode muy simple: apoyo al débil, pacifismo y no violencia. Años después se añadió a este credo otro punto: defensa de la naturaleza», explica el escritor. Delibes reconoce haberse sentido identificado con aquel ideario –«El ideario progresista estaba definido y resultaba atractivo seguirlo»-, pero a esas alturas de su vida ya no tiene tan claro que aquello tenga demasiada relación con el progresismo que él ve proliferar a su alrededor en el día a día. De hecho, para Delibes, el feto era el ser más indefenso, entre otras razones «porque el embrión carecía de voz y políticamente resultaba irrelevante».
Ha sido la personalidad española del siglo XX que ha conseguido, mejor que ninguna otra, el difícil equilibrio entre los planos de la estética y la moralCésar Alonso de los Ríos sobre Miguel Delibes
Pero, para su sorpresa, los progresistas no solo sacrificaban sus supuestos principios de defensa del débil y de no violencia, sino que, además, tachaban de retrógrados a quienes, como él mismo, cuestionaban el aborto. «Imputación que deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire», escribió en ese célebre artículo de ABC, en una frase que denota que él mismo probablemente se daba por aludido. Delibes nunca creyó que el aborto pudiera considerarse un asesinato –«el aborto no es matar, sino interrumpir vida», precisará- pero, aun así, el feto no deja de ser un proyecto de persona y «parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio».
Hay una tercera clave que nos desvela el episodio narrado por su hijo mayor: la vocación rebelde del escritor, dispuesto a provocar el secuestro del periódico que amaba en nombre de una buena causa. Una rebeldía que lo llevó, por ejemplo, a romper por completo con las convenciones en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, que no solo fue mucho más ecologista que literario, sino que manifestó puntos de vista bastante sorprendentes para la mentalidad de la época (e incluso para la de hoy), que todavía no había convertido la conciencia medioambiental en parte del discurso cotidiano incuestionable.
Libre, independiente, rebelde y militante de un humanismo cristiano que lo llevaba a apostar por los más débiles y desfavorecidos, como él mismo reconoció: «Que yo me incline por el hombre humilde y por el hombre víctima revela, imagino, mi espíritu democrático, pero no menos mi espíritu cristiano».
Un cristianismo modesto y parco en exhibiciones, tal y como lo describió el periodista César Alonso de los Ríos, íntimo del escritor y recientemente fallecido «Miguel era un creyente discreto al hablar sobre sus sentimientos religiosos. No por no dar testimonio de ellos, sino por miedo a no ser capaz de exponer eficazmente sus fundamentos. No se trataba de un temor a confesar sus ideas religiosas, sino del temor a ser mal entendido». De esa convicción emanaría una vibración ética esencial en su obra, hasta el punto de que el propio De los Ríos no duda en afirmar que Delibes «ha sido la personalidad española del siglo XX que ha conseguido, mejor que ninguna otra, el difícil equilibrio entre los planos de la estética y la moral».
La muerte es, para Miguel Delibes, una presencia inevitable que marcó su literatura y también su propia existencia.
Castilla es para Delibes lo que Delibes para nosotros: el lugar y la persona donde una moral agotada va a descansar.