Armando Zerolo | 16 de octubre de 2020
Castilla es para Delibes lo que Delibes para nosotros: el lugar y la persona donde una moral agotada va a descansar.
Castilla se puede pintar con tres colores: azul, amarillo y blanco. Azul es el cielo, amarillo el campo y blancos los caminos que mueren en lo alto. Delibes pintó también nuestra Castilla con tres colores: el del niño inocente, el pobre y el hombre de campo. Con ellos esbozó una Castilla orgullosa y herida, henchida de tradición y reventada de puro darse a sí misma, una tierra de alimañas y maledicencias, pueblos duros y odios inveterados, pero repleta de antihéroes que portan en sí la respuesta a las derrotas de la historia.
– Papá, ¿por qué hay tantas piedras en el campo? Pregunta el hijo paseando por el páramo.
– Porque aquí se siembran piedras para cosechar montañas.
En Castilla están todos los mares y montañas. ¿Quién no ha sentido los alisos al caer de la tarde y no ha tenido ganas de echarse a la mar? La inmensidad del páramo y el horizonte al final de cada sendero son escuela de marineros, como la planicie seca, blanca y ancha es el mayor desafío a la verticalidad que inserta en el alpinista la fiebre por las cumbres.
En la anchura de la tierra castellana cabían todas las nostalgias de Delibes, se albergaban todas las desilusiones de los grandes sueños, y las grandezas de los instantes eternos.
Miserables, parcos, fracasados y arrogantes son los hombres de proyectos y conquistas en las obras de Delibes, y grandes, heroicos y santos son los niños, los pobres y los campesinos. ¿De dónde sale entonces esa tristeza que rezuma en todas sus obras y que en ocasiones se transforma en ácida crítica hacia una sociedad tecnológica y prepotente? Muchas veces me he preguntado por qué mi admirado Miguel Delibes es un cenizo, por qué es mi cenizo preferido. Por qué Alfredo tiene que morir, por qué Daniel, el Mochuelo, tiene que partir, por qué el Nini, un raposo comerratas, es el sabio al que todos acuden, y por qué un imbécil es la mejor imagen de la santa inocencia. Por qué Mario no le explicó a su mujer que la vida no era eso, y por qué el signo más elocuente de la vida es el silencio.
En los campos de madrugada, la centellada plateando las hierbas, con la tierra prieta y yerma, paseaba con su escopeta bajo el brazo y yo, que no sé de caza, pero que me paso mis ratos muertos tras una presa que no se deja aferrar, me lo imagino con el cuerpo entumecido calentando paso a paso el furioso deseo del alma. No veo el fuego joven de sus ojos, sino el vidrioso mirar del anciano que, como las estrellas lejanas, tilila vibrante en una mezcla de emoción y congoja. Los ojos del anciano que ha vivido se parecen cada vez más a los de un niño, cubiertos de una gruesa capa de humedad, rebosantes de un brillo que es más fragilidad que calor. Esos ojos fríos, ese deseo creciente, y un cuerpo que se mueve paso a paso, son propios de una persona que cruza los campos de Castilla al amanecer.
Empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser incluseroMiguel Delibes, Viejas historias de Castilla la Vieja
Los campos de Castilla están llenos de mares y montañas, y el paisaje repleto de ausencia. ¿Acaso no juega Dios al escondite y no alumbró con su silencio las noches oscuras de nuestros místicos? ¿No se hace más presente la madre para el niño cuando se aparta un instante? La nostalgia es la prueba irrefutable que nuestro corazón herido y, por tanto, abierto, le brinda a la razón perfecta y, por tanto, cerrada, de que sobre el páramo de nuestros días se levantan altas cumbres. Castilla es para Delibes lo que Delibes para nosotros: el lugar y la persona donde una moral agotada va a descansar.
Castellano viejo sabe que el sueño barroco de un mundo poblado de ángeles y querubines dialoga con los grises iconoclastas del puritanismo. El hereje somos todos, y los pueblos castellanos de principios de su siglo son capillitas ginebrinas. Retrataba con realismo crudo una moral espesa como el alquitrán de los caminos, pueblos en los que cada puerta era un obstáculo y cada ventana, una amenaza. Curas, viejas, comerciantes y niñatos de ciudad desfilan ante nuestros ojos para mostrar que el futuro puede pesar demasiado.
Delibes habla de caminos e inocentes. Sabe que los caminos son historia y los inocentes, nuestros guías. Que Castilla ha sido puesta en el lagar para que el peso de su historia, de sus personajes y sus dolores, exprima hasta la última gota de mosto. Vino que será sabiduría en boca de los niños:
Si alguno quiere ser el primero,
que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y tomando un niño lo puso en medio de ellos…
(Marcos, 9, 35-38) Citado al comienzo de Las ratas.
Libre, independiente, rebelde y militante del humanismo cristiano. Claves de la figura de Delibes que ayudan a entender algunas dimensiones de su vida y su obra.
La censura periodística contra El Norte de Castilla, dirigido por Miguel Delibes, será causa indirecta de la brillante producción literaria de autores de la talla de Francisco Umbral, José Jiménez Lozano o César Alonso de los Ríos.