Carmen Sánchez Maillo | 19 de octubre de 2020
La condición de mujer está radicalmente unida al privilegio y la responsabilidad de custodiar la vida de otro. El concepto expuesto por la ministra de Igualdad resulta trasnochado, victimista y poco o nada femenino ni feminista.
Recientemente, la ministra de Igualdad interpeló a otras diputadas de distinto signo político sobre qué entendían por ser mujer, y ella misma respondía lo que, «a su juicio», es ser mujer. Explicó la condición femenina, más que por su esencia, por una serie de riesgos a los que se exponen las mujeres, como: «Más riesgo de pobreza, más riesgo de exclusión social, más riesgo de cobrar menos por el mismo trabajo, más riesgo de asumir todos los cuidados y más riesgo de no poder desarrollar sus proyectos vitales por tener que dedicarse a otras tareas de las que los hombres no se hacen cargo en igualdad de condiciones», y además sentenció: «Para las mujeres en España y en el mundo, ser mujer es lo que yo he dicho».
Desgraciadamente, algunos de los riesgos descritos existen, han sucedido y aún suceden a las mujeres, pero estos no definen a la mujer, como de otro modo existen otros riesgos más habituales para los varones: riesgo de alcoholismo, riesgo de suicidio, de adicciones, que nadie entiende como definitorios de la masculinidad. Más allá de la pobreza conceptual del concepto de mujer expuesto por la ministra, este resulta trasnochado, victimista y poco o nada femenino ni feminista.
El feminismo de género que invoca no es feminismo, propiamente hablando, pues partir de la premisa de que no hay un hombre y una mujer naturales aniquila la feminidad, al renegar de la especificidad propiamente femenina. Y, si se niega la alteridad sexual, ¿dónde quedan las antiguas reivindicaciones feministas? ¿Quién es la mujer por la que hay que luchar en la actualidad? ¿Cuál es la singularidad propiamente femenina que la distingue del varón?
Más allá de los manidos riesgos que enumera, que pueden darse o no, la condición de mujer está radicalmente unida al privilegio y la responsabilidad, no compartidos ni compartibles con el varón, de acoger en su cuerpo a un ser humano que va creciendo, de custodiar la vida de otro, dando un paso de entrega de tu propia vida y poniéndola en segundo plano respecto de la vida del hijo. La maternidad no es una carga, por el contrario, es un auténtico y fabuloso catalizador para la sabiduría de la mujer, y no solo en el ámbito corporal, sino en todas las relaciones personales, sociales, laborales.
Ser mujer es desarrollar una sensibilidad especial, penetrar en la interioridad de todo lo humano, recoger el cansancio, las inquietudes o ansiedades de tus iguales, saber leer en las personas, conocer la realidad humana con sus aristas y matices, ser capaz de asomarse al misterio que siempre esconde el otro y que solo un ser que es capaz de portar a otro puede aprehender de un modo natural. Ser mujer es elegir libremente cuidar a nuestros hijos o mayores, porque queremos hacerlo, renunciando quizá a otras cosas, pero por una elección vital, que reside en los arcanos más profundos del ser humano, quizás porque nadie en la historia de la humanidad ha cuidado mejor de los otros.
Si se niega la alteridad sexual, ¿dónde quedan las antiguas reivindicaciones feministas?
Ser mujer es precisamente no ser varón, somos distintos, no queremos imitarlos, no tenemos por qué masculinizarnos. Somos iguales en valor y dignidad, pero diferentes en otras mil cosas. Afortunadamente.
Sin embargo, la mujer, para ser ella misma, para dar vida, necesita el concurso del hombre. Aparece, pues, la necesidad del varón y no solo para dar la vida biológica, sino para la crianza, la educación y presencia en la familia a lo largo de la vida de los hijos. Un padre, un hermano, un marido, un hijo, a los que resulta ridículo motejar de violentos, peligrosos o dañinos. El varón, hoy como nunca, está convocado a la más alta tarea, que no tiene que ver con el poder y la fuerza, sino con completar juntos la misión de la mujer en el mundo.
La mujer perfecciona y completa lo humano y está -especialmente en un tiempo de confusión y nihilismo como el presente- llamada a enriquecer con su enorme patrimonio, propio e insustituible de feminidad, al acervo de una humanidad cada vez más tecnificada pero menos humana.
Los estereotipos de género afectan tanto a hombres como a mujeres. Si ambas fuerzas fluyen y entran en sinergia, puede generarse algo más bueno y bello que cada potencia por separado.
Los líderes comunistas forman parte del estrato económico más alto de España y del mundo con un patrimonio de 1,6 millones de euros.