Juan Orellana | 23 de octubre de 2020
La prosa directa, transparente y precisa de Miguel Delibes hizo que muchas de sus novelas fuesen llevadas al cine. Una amplia filmografía que nos deja joyas como la adaptación de Los santos inocentes.
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Allá por el invierno de 1998, participé en una mesa redonda organizada por el Centro Cultural Charles Péguy, con el título Delibes en el cine. En realidad, era una conversación con mi buen amigo Antonio Giménez-Rico, el director de cine que más veces ha adaptado a la gran pantalla a Miguel Delibes, al que unía una vieja amistad. Ahora, con motivo del centenario del nacimiento del insigne escritor y periodista, conviene volver a ese tema tan fecundo, el de la relación de Delibes y sus novelas con el séptimo arte.
Desde que Ana Mariscal dirigiera, en 1963, la adaptación de El camino (novela de 1950) hasta que, en 1998, Francesc Betriu versionara Diario de un jubilado (escrita en 1995) para la película Una pareja perfecta, pasaron treinta y cinco fecundos años de adaptaciones cinematográficas de Delibes. Y televisivas, porque Josefina Molina realizó una miniserie en 1978 a partir también de El camino.
Sin duda, la reina de las adaptaciones fue Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), basada en la novela homónima publicada tres años antes. Se trata de una obra maestra del cine español, en cuyo guion participaron Antonio Larreta, Manolo Matji y el mismo Mario Camus. La película se estructuraba de forma muy diferente a la novela, pero el resultado, excepcional, traducía perfectamente el espíritu del relato original. La interpretación actoral fue soberbia, pero destacó el trabajo de Paco Rabal, que nos ofreció una versión de Azarías que es una de las cumbres de su carrera.
La película cambiaba cosas de la novela porque, como defiende siempre Antonio Giménez-Rico, una adaptación cinematográfica no consiste en una mera transcripción literal de la novela, sino en una traducción que implica «destrozar» la estructura de la novela, para volverla a recomponer en el lenguaje del guion cinematográfico.
Y hablando de Giménez-Rico, él adaptó Mi idolatrado hijo Sisí (escrita en 1953) en la película Retrato de familia (1976), El disputado voto del señor Cayo (publicada en 1978 y adaptada en 1986) y Las ratas (escrita en 1962 y adaptada en 1997). Esta película es especialmente remarcable por su compleja producción. Giménez-Rico quería respetar la sucesión de las estaciones tal como sucede en la novela. Y ello le obligó a convocar cuatro veces al equipo de la película, lo cual es dificilísimo para la agenda, sobre todo de los actores. Quería que la nieve fuese nieve de verdad, que el estío plomizo fuera cierto, que la exuberancia primaveral no fuera trucada, y que el otoño crepuscular se plasmara con sus colores marronáceos. Para ello, fue decisivo involucrar como productor a Teo Escamilla, el director de fotografía, que hizo el gran último trabajo de su carrera, ya que falleció prematuramente ese mismo año.
Ha habido más adaptaciones, más o menos logradas, como La sombra del ciprés es alargada (Luis Alcoriza, 1990) o El tesoro (Antonio Mercero, 1988). En el guion de esta última intervino Horacio Valcárcel -el guionista habitual de Garci- y el propio José Luis Garci. Por cierto, que Garci intentó adaptar El hereje -novela de 1998- después de estrenar El abuelo, pero no consiguió levantar la producción. Mercero y Horacio ya habían trabajado juntos en la adaptación de El príncipe destronado, escrita en 1973, para la deliciosa película La guerra de papá (Antonio Mercero, 1977).
No es difícil entender por qué Delibes es tan solicitado para alumbrar guiones de cine. Su prosa es directa, transparente, precisa. No se enreda en introspecciones psicológicas profusas, ni en descripciones barrocas. Es decir, sus relatos tienen mucho de mirada cinematográfica, son fácilmente asimilables para un director y guionista de cine. Cuando Delibes escribe: «El Azarías colgaba la percha de la gruesa viga del zaguán y tan pronto anochecía, acuclillado en los guijos del patio, a la blanca luz del aladino, desplumaba un ratonero», el guionista y el director ya tienen perfectamente descrita la escena. Casi falta solo rodarla.
Esta efeméride es una ocasión ideal para retomar la filmografía de Delibes. Lástima que algunos títulos sean difíciles de encontrar.
Señora de rojo sobre fondo gris es, quizá, el más logrado de los cantos a la felicidad matrimonial de nuestras letras. El homenaje en forma de novela de Miguel Delibes a su esposa, Ángeles de Castro.
La muerte es, para Miguel Delibes, una presencia inevitable que marcó su literatura y también su propia existencia.