Esperanza Ruiz | 28 de octubre de 2020
Amy Coney Barrett ya es juez del Tribunal Supremo en Estados Unidos. Su brillante carrera no ha evitado los ataques de un partido demócrata que la considera inapropiada por su fe católica.
En 1970, dos abogadas recién graduadas presentan una demanda de aborto en Texas representando a una mujer que decía haber quedado embarazada fruto de una violación. Durante el proceso se la identificó como Jane Roe y el fiscal que se oponía al mismo era Henry Wade. El bebé de Jane nació en el ínterin y fue dado en adopción y el caso llegó hasta el Tribunal Supremo, que en 1973 dictó una sentencia que sentaría precedentes históricos en materia de aborto en los Estados Unidos. Según la misma, la mayoría de leyes antiaborto de los distintos estados del país violaba el derecho constitucional a la privacidad, lo que obligó a modificar las leyes federales que restringían o prohibían el aborto.
Años más tarde, Jane Roe confesó que había sido manipulada por las dos abogadas y que había contado alguna que otra mentira. Una de las letradas confesó haber utilizado falsos cargos de violación y Hugh Hefner, el dueño de Playboy, que había puesto la pasta. Sin embargo, la jurisprudencia del caso Roe vs Wade sentó las bases para la despenalización del aborto en los 50 estados de la Unión.
A las 20h. del lunes 26 de octubre de 2020, la juez federal en la Corte de Apelaciones del Séptimo Circuito de los Estados Unidos, Amy Coney Barrett, ha sido confirmada por el Senado como magistrada del Tribunal Supremo, tras haber sido propuesta por Donald Trump. Una senadora republicana, Susan Collins, ha votado en contra, al igual que toda la bancada demócrata. En total, sumaron 48 votos, frente a los 52 a favor. La senadora demócrata Mazie Hirono ha proferido un sonoro «Hell, no!» cuando votaba. De esta manera, el Supremo queda configurado 6 a 3, con mayoría de jueces conservadores. Bye,bye, Roe vs Wade.
Alexandria Ocasio-Cortez está que trina y exige que se amplíe el número de jueces que conforman la Corte. Los demócratas tienen la intención de hacerlo, hasta 12, si ganan el Senado en las elecciones de la semana que viene. Algo así como pedir que se cambien las reglas del juego cuando se ha perdido.
A los 38 días de la muerte de la juez Ruth Bader Ginsburg, Amy Coney Barrett ocupará su asiento en el Tribunal Supremo. Ginsburg, convertida últimamente en icono progre, con su parafernalia de mercadotecnia -llegó a ser el disfraz de Halloween más vendido y una cuenta de Tumblr, «Notorious RBG», la lanzó a la fama milenial- y su pinta de ancianita de la liga de la decencia con maneras de activista de género, había pedido que no se la reemplazara (Ginsburg tenía 87 años y cáncer de páncreas) hasta que hubiera un nuevo presidente. Trump sabe muy bien, en España no nos hemos enterado, que las concesiones a la izquierda son gestos que agradecen con ampliaciones de la Corte o adeptos dirigiendo canales públicos de televisión, por traer la comparación a casa.
De origen judío, y -en fin- abanderada de la modernidad, sus blusas con cuello de encaje, sus ostentosos coleteros y su bisutería brillante adornaban a 150 cm de defensora de los derechos civiles, la libertad, la igualdad y el aborto. RBG estaba casada con un compañero de universidad cuya vocación era «ser el marido que cocina» y que apoyó incansablemente la carrera judicial de Ruth, segunda mujer que accedió a la Corte Suprema en la historia. Lo hizo en 1993 y bajo el mandato de Bill Clinton. Tuvo dos hijas.
El problema con Amy Coney Barrett es que es católica. Nació en 1972 en un suburbio de Nueva Orleans y es la mayor de 7 hermanos. Su padre trabajaba como abogado de la Shell Oil Company y su madre era ama de casa. La trayectoria curricular de Amy está preñada de distinciones. En 1994, se graduó en Literatura Inglesa en Rhodes College y, en 1997, en Derecho en Notre Dame.
La imagen de la familia Barrett al completo saliendo de casa y subiendo al coche cuando se conoció su candidatura dio la vuelta al mundo y desató la ira de aquellos que detestan a los niños bien peinados, las familias felices y la generosidad.
En efecto, Amy es madre de 7 hijos, uno de ellos con síndrome de Down y dos adoptados en Haití. Mientras millones de norteamericanos miraban la tele con horror tras el terremoto de 2010 -que dejó 250.000 muertos y millón y medio de desplazados- y algunos hacían donaciones a la Cruz Roja, los Barrett decidieron adoptar a un niño que quedó huérfano. No era la primera vez. Varios años antes habían hecho lo propio con Vivian, una niña de 14 meses que no emitía ningún sonido y usaba ropa de 0 a 3 meses, debido a su estado de desnutrición. Juntos participan en el reparto de ropa y comida a veteranos, ayudan en comedores sociales y en centros de día para mujeres marginadas.
No se crean que las feministas están contentas: ahora se quejan de que Amy representa un modelo inalcanzable
Pero, si los liberales se aclarasen, todo eso no tendría ninguna importancia. Bastaría con saber que Amy, cuando fue nominada para el Séptimo Circuito (primera y única mujer en ocupar el puesto), tuvo el apoyo de todos y cada uno de los 40 secretarios de la Corte con los que había trabajado, de todos sus colegas en Notre Dame (ha sido profesora en su alma máter) y de la oposición que practica la honestidad intelectual. El profesor de Derecho de Harvard Noah Feldman, que testificó ante el Congreso a favor del impeachment de Trump, la ha definido como una abogada verdaderamente brillante. Su colega en la universidad Carter Snead, como «hiperinteligente y humilde». Asimismo, obtuvo el respaldo de Neal Katyal, procurador general del equipo de Barack Obama.
En el pasado, Amy Coney Barrett (Conenator como apodo: la unión de Coney y Terminator, por su habilidad para aniquilar, dialécticamente, a sus oponentes) dejó escrito en varios artículos la relación entre su Fe y la administración de justicia. Se planteaba si los jueces católicos deben recusarse en determinados casos de apelaciones de pena de muerte por sus objeciones morales o hablaba de que su carrera judicial es el medio para un fin: construir el reino de Dios.
Durante la audiencia sobre su nominación ante el Comité Judicial del Senado, la demócrata Dianne Feinstein interrogó al respecto a Barrett y sentenció: «El dogma vive fuerte dentro de ti». Años atrás, otra juez había declarado que su fe judía había modelado su mente jurídica y en un ensayo de 1993 dejó escrito que «las leyes, como protectoras de los oprimidos, los pobres y los solitarios son evidentes en el trabajo de mis predecesores judíos […] El mandato bíblico ‘justicia, perseguirás la justicia’, es un hilo que nos une a todos». En este caso no hubo problema. La autora de esas declaraciones era Ruth Bader Ginsburg. No hay más remedio que recurrir al axioma del periodista Carlos Esteban: Nunca es qué. Siempre es quién.
En cualquier caso, la organización judicial Crisis Network resolvió de manera impecable la demonización gratuita de Barrett por parte de la senadora Feinstein: comercializó tazas con la foto de Amy y el lema «El dogma vive fuerte dentro de ti».
Jesse Barrett, el marido de Amy, tiene su propia carrera profesional, pero, priorizando la de su mujer, se ocupa además de los niños y las tareas del hogar. La nueva juez del Supremo lleva a los chicos a las citas deportivas y organiza cumpleaños, delegando en el señor Barrett parte de su «cuota doméstica». Con todo, no se crean que las feministas están contentas: ahora se quejan de que Amy representa un modelo inalcanzable. Ciertamente lo es, si lo que se detesta es el esfuerzo, el trabajo duro, la generosidad y el amor.
Coney Barrett declaró en 2017 que sus creencias religiosas o su afiliación personal no afectarían a su desempeño como juez. Sin embargo, los demócratas temen que las leyes a favor del aborto, la prohibición del derecho a tener armas y la Ley ACA (conocida como Obamacare), en la agenda de los próximos meses, se tambaleen. Quizá es momento de empezar a desligar oposición al aborto y catolicismo y a encuadrarlo donde le corresponde: en la casilla de la decencia y la honestidad intelectual. Quizá es el momento de que la izquierda (y el periodismo que tiene como paroxismo de dilema moral la vida de Alicia Florrick en The Good Wife) dejen de meterse hasta la cocina de los demás a mirar quién guisa el gumbo.
La resolución de una juez británica de obligar a una mujer discapacitada a abortar es fruto del fanatismo intransigente de quien cree que puede decidir sobre la vida de otros.
Trump puede pasar a los anales de la historia como el presidente de Estados Unidos que consiguió terminar con el conflicto entre Corea del Norte y Occidente.