Rocío Solís Cobo | 29 de noviembre de 2020
Un encuentro para leer a Jiménez Lozano, para hablar de él, para conocer su escritura. Pero termina siendo un encuentro para hacer memoria del hombre que fue don José.
Son las 10 de la mañana. Por las calles andan carros de compra sacando a sus dueñas, señores cuya meta es el paseo mismo, furgonetas de reparto, alguien apresurado, pero poco, todo hay que decirlo. Se trata de Soria y la vida no está acogotada.
Me escurro por las calles con la sorpresa y el titubeo de no conocer, con la emoción de los días que vendrán y a los que me «he apuntado». Cojo el bolso, los libros, el ordenador. Voy cargada como una mula, pero ligera. Llego ya tarde, cuestión endógena de la que escribe y no del lugar del que proviene, por tanto, y al que tanto le echa esto en cara. Decido no estropear el estilo del lugar con mis prisas y camino abriendo los ojos.
Enseguida, coger cualquier calle hacia arriba o hacia abajo supone introducirse en lo más parecido a una mañana tempranera de domingo. Tuerzo a la derecha, lleno de cipreses, me dejo llegar hasta un patio cerrado por piedra vieja. No sé si transito por algún lugar privado, nadie me regaña. Y llego hasta mi destino sin saberlo, sin que nadie me pregunte. Aula de Antonio Machado. La voz de Guadalupe Arbona habla del maestro, de Jiménez Lozano. Diez personas escuchan sentadas en los bancos corridos. La timidez del sol de septiembre entra entre los cuarterones de las ventanas y llena la estancia de luz. Se trata de un encuentro para leer al escritor, para hablar de él, para conocer su escritura. Pero termina siendo un encuentro para hacer memoria del hombre que fue D. José.
Antes de que el escritor partiera el 9 de marzo de este año, ya algunos estudiosos y amigos habían convocado a otros estudiosos y amigos a un congreso internacional sobre su figura en el mes de julio. No se dio. Nada se ha dado, en realidad, de nuestros planes. Hemos ido tachando, retrasando, reconvirtiendo todos los eventos que ya estaban en sus casitas del calendario. Y han sucedido otros, pero estos se han posado como pájaros en los postes de la luz, sin agendarse. Como tampoco se agendó D. José el día y la hora.
Decía que no sucedió lo que habíamos puesto en el almanaque y por varios imprevistos, que, créanme, la realidad cuando se pone no la gana nadie a creativa y testaruda. Pero los hombres que viven verdaderamente en ella también lo son. Y se decidió hacer una cosa pequeñita, más a la medida de la grandeza del autor. Se propuso Leer los pájaros y la vida. Los cuentos de José Jiménez Lozano, un encuentro de lectura destinado a pequeños grupos en el que enseguida se estableciera una buena concordia entre los participantes y los textos.
Los responsables de que esto ocurriera eran los profesores Guadalupe Arbona Abascal, de la Universidad Complutense de Madrid, y Antonio Martínez Illán, de la Universidad de Navarra, grandes investigadores de la obra de Jiménez Lozano y grandes conversadores de D. José. El encuentro estaba dirigido a cualquier persona interesada en plantearse las cosas que verdaderamente cuentan en la vida -y más en la vida que a partir de ahora tenemos que volver a reconstruir- a partir de la lectura atenta, el análisis y el comentario de una de las obras más profundas de la literatura. No solo, pues, a interesados específicamente en la obra del poeta y escritor, sino a interesados en general en cómo los grandes poetas, pensadores o escritores nos presentan las grandes cuestiones, es decir, las que nos ponen en cuestión, nos plantean e iluminan. Y allí que me fui yo, claro. ¿Quién no quiere estar en un grupo como este?
El programa de fiestas era el siguiente: dos mañanas de lectura atenta en una de las salas de la biblioteca del antiguo convento donde vivió Tirso de Molina en Soria (es decir, donde llegué de chiripa esa mañana de jueves que parecía un domingo) y paseo por las tardes por el parque del Río Duero y de la Alameda para leer entre los álamos, los chopos y los pájaros a Jiménez Lozano.
Pensamos en nuestros días que sabemos muchas cosas, y puede que así sea, pero también es posible que se nos haya olvidado (o que nunca hayamos sabido bien) lo más importante: saber vivirJosé Ángel González Sainz
Con Guadalupe Arbona conocimos a Zuleika sentados en el banco de un aula machadiana y el llanto de María Barbola, mientras nos pareció ver un alimoche. La lectura se paró para darle la bienvenida, haciendo del aprendizaje eso tan moderno y tan antiguo que es cultivarse de todo lo que llega, sea en forma de palabra o en palabra creadora, es decir, ya hecha, aleteando. Con Antonio M. Illán comprobamos que La querencia de los búhos es el vuelo más humano y que Jiménez Lozano lo sabía, y sin saberlo, nos dejó su testamento en él. Fuimos después a comer un guiso buenísimo mientras discutimos sobre nuevos y viejos autores y así llegamos hasta una ermita donde hablamos de la esperanza de Jiménez Lozano, que está en todos los pliegues de sus historias, ¿qué la sostiene?
Con esa pregunta conduje hasta Madrid, tras haberme despedido de unos compañeros de camino que no tenía y ahora sí tengo; y que es la gran dote de la realidad, que, aunque se ponga muy testaruda, nunca niega: encontrar a otros para andar los caminos que se encapricha en darnos.
A uno de esos compañeros, que además es el responsable de que estos encuentros se den, le pregunté qué lo motiva a hacerlo. Se trata de José Ángel González Sainz, el gran escritor, ensayista y traductor, ahora además director cultural del Centro Internacional Antonio Machado, el CIAM, que junto a la Fundación Duques de Soria acoge estos encuentros y está dispuesto a acoger otros. Me respondió lo siguiente: «Pensamos en nuestros días que sabemos muchas cosas, y puede que así sea, pero también es posible que se nos haya olvidado (o que nunca hayamos sabido bien) lo más importante: saber vivir, saber vivir en cuerpo y alma, como se decía antes, aprender cómo vivir mejor y mantener siempre vivas las preguntas esenciales para ello y el prurito por revisar, considerar, corregir lo que haya que corregir y perseverar en lo que sea de perseverar para deliberar lo que es realmente bueno para las personas y sus sociedades. Por eso proponemos estos encuentros para leer obras de grandes autores que a nuestro juicio mejor han planteado las cuestiones esenciales de la vida y más pueden iluminarnos sobre las pasiones y las razones de la vida personal y social».
Con sus palabras acabo. Y con la certeza de que es una minoría creativa la que determina el futuro, porque en lo pequeño el todo se custodia mejor.
P.D. Querido JA, en cuanto podamos acepto la invitación a ir a coger setas a Soria mientras me sigues contando cómo miraba D. Antonio esa tierra.
Eldebatedehoy.es reúne a varias voces autorizadas de la literatura para rendir un merecido homenaje al premio Cervantes y autor de más de veinte novelas, doce libros de cuentos, nueve poemarios y siete diarios.
José Jiménez Lozano desvela en su obra “La querencia de los búhos” lo que el silencio oculta.