Chema Rubio | 06 de noviembre de 2020
El sistema más popular de mensajería es peor que Telegram, pero llegó primero. El usuario ha asumido sus carencias con tal de no cambiar de hábitos.
La última mejora de WhatsApp incluye un sistema para que las fotos y los vídeos que recibimos no devoren la memoria de nuestros teléfonos. Eso es todo lo que puede ofrecer a sus más de 2.000 millones de usuarios, después de 11 años en el mercado y seis en manos de Mark Zuckerberg. Facebook hizo un buen fichaje por 19.000 millones de dólares. Apuesta segura por un producto que ya formaba parte de la vida de millones de personas. Aunque abandonasen la app a su suerte, seguiría funcionando. Más o menos lo que han hecho.
Cada actualización de WhatsApp es un desprecio al usuario. Si hacemos un repaso rápido por su historial de versiones, podemos ver opciones como silenciar chats durante un año (han tardado más de tres en conseguirlo), compartir contactos de un grupo en común (para quien sepa hacerlo), la misma actualización tres semanas después, stickers animados (como los de Apple) o usar QR para añadir a personas (para los que presuman de tener un Bidi). También agrandar vídeos de participantes en videollamadas, que ya pueden ser hasta de ocho personas, mejoras visuales (imperceptibles), un mes después volvieron a vender las videollamadas de ocho participantes porque la pandemia apretaba, el modo oscuro (por fin), una especie de sugerencias de contactos (que no funciona), el control de privacidad para añadirte a grupos o la limitación de reenvío de contenido a cinco cuentas. Quizá, esos dos últimos puntos sean lo más importante que ha hecho Facebook por WhatsApp en el último año.
La gestión es un despropósito. En un momento donde la comunicación social y laboral necesita simplificarse mucho, WhatsApp se centra en banalidades que no aportan nada. Zoom, Teams o Skype podían haber mordido el polvo en los últimos meses si WhatsApp hubiera desarrollado un sistema de comunicación más completo y mejor gestionado.
Hace tiempo que se habla de que una nueva actualización va a permitir tener la misma cuenta de WhatsApp en varios dispositivos. Pero no llega. Todo lo que ha innovado en los últimos seis años se lo debe a Telegram, la otra plataforma de mensajería instantánea que vive a la sombra con sus 200 millones de usuarios. No hay día en el que un usuario de Telegram reciba una notificación anunciando que un contacto de su agenda se ha abierto una cuenta en la app rusa. De marzo en adelante, Telegram ha crecido exponencialmente. Muchas descargas, pero los usuarios no dan el paso a su uso en el día a día. Cuesta salir del entorno de WhatsApp cuando todo el mundo habla de ello. Todas las edades han encontrado en el icono verde una red social sencilla. Escribir, mandar vídeos o fotos, notas de audio y compartir estados. Telegram obligó a WhatsApp a abrir la vía de los envíos de archivos Word y PDF, pero no fueron más allá.
Lo mejor de WhatsApp Business es que los usuarios con dos líneas en sus móviles también pueden tener dos cuentas de WhatsApp. La trampa como solución
WhatsApp Business es una prolongación de la división de empresas de Facebook. Todo lo que ofrece la red social al mundo empresarial debía tener salida en WhatsApp. La app deja mucho que desear y tiene ese olor a censura cuando lo que compartes no es algo inofensivo como ropa o tartas. Lo mejor de WhatsApp Business es que los usuarios con dos líneas en sus móviles también pueden tener dos cuentas de WhatsApp. La trampa como solución. Algo imposible de otra manera y que Telegram tiene mucho más normalizado.
La reputación de Telegram no es suficiente para abrir los ojos a los usuarios. No es un tema de privacidad. Las dos plataformas son seguras, dentro de que todo lo que pasa por internet queda expuesto, aunque nos vendan lo contrario. Es un problema de hábitos y rutinas. Muchos medios de comunicación, partidos políticos, personalidades… tienen su canal de Telegram. Algo que no pueden hacer en WhatsApp. Un foro de encuentro sin limitaciones con sus lectores o con sus seguidores. Una forma directa de interactuar con ellos sin ese tope de 256 usuarios de las listas de difusión de WhatasApp. Mandar mensajes, editarlos, adjuntar datos, hacer grupos por temáticas, programar envíos… excepto hacer videollamadas. Algo en lo que no ha trabajado Telegram.
Desde Podemos a Vox. La política ha encontrado un buen aliado en Telegram. Los ojos ajenos no examinan tanto el contenido. La privacidad mejora un poco con los mensajes que se autodestruyen para no dejar rastro. Un DNI o un número de cuenta pueden pasar por Telegram y desaparecer, mientras que el WhatApp se queda y siempre ha sido difícil de borrar. No hay certezas, pero, al menos, hay intenciones. El oasis de libertad también se usa con malas intenciones. Telegram ha tenido que emplearse a fondo para desactivar y denunciar grupos que se dedicaban a todo tipo de prácticas ilegales.
La app de WhatsApp en escritorio no es más que una copia de la versión móvil, incluso con menos opciones
La versión para ordenador de las dos redes sociales es la evidencia de que WhatsApp está perdida en su público o, al menos, no quiere abrirse a nuevos usuarios. La app de Facebook no es más que una copia de la versión móvil, incluso con menos opciones. Enviar, recibir, leer y adjuntar archivos con la facilidad que da un ordenador. Telegram trabajó más su versión de escritorio para trasladar todo lo que es capaz de hacer en móviles o tablets. El usuario de Telegram tiene sus cuentas en las tablets y en los móviles y ordenadores que utilice, con una aplicación adaptada, mientras que WhatsApp hace imposible una experiencia multidispositivo.
Hemos alimentado WhatsApp hasta tal punto que no somos capaces de asumir que hay una aplicación mejor. Incluso si esa app no mejora con los años, seguimos obcecados en utilizarla y adaptar sus carencias a nuestro uso.
Podemos utiliza la pandemia para censurar a su medida los mensajes de odio en las redes sociales. Twitter y Facebook crean normas contra la desinformación.
Su modelo de pago fomenta la ludopatía y ha sido prohibido en algunos países. Las licencias que le ha quitado Konami le hacen perder competiciones, equipos y jugadores.