Jaume Vives | 18 de noviembre de 2020
Con la aprobación de la nueva ley de educación, la libertad pasará a ser un bien muy preciado que solo podrán disfrutar los más ricos.
Hace poco más de un año, Isabel se lució cuando afirmaba que los hijos no pertenecen a los padres. Norma que imagino aplica solo a algunos millones de niños, entre quienes no se encuentran sus dos hijas, ¡faltaría más! A la ministra de Educación le encantaría poder educar a nuestros hijos, pero la realidad, como siempre, se impone, y por ahora solo tiene que preparar la cena a las dos hijas que parió.
Que dijera eso nos permitió abrir un melón muy interesante: ¿de quién son los hijos? ¿De los padres? ¿Del Estado? Un servidor tiene el pleno convencimiento de que los hijos no son ni de unos ni de otros, aunque son los padres quienes tienen el deber de custodiarlos, abrigarlos, alimentarlos, castigarlos y, por supuesto, educarlos, que no es más que la suma de todo lo anterior y algunas obligaciones más.
Hace poco, Edu Galán decía que la educación de los hijos en ningún caso puede depender de sus progenitores, puesto que esa es una responsabilidad de papá Estado. Entiendo que defiende eso porque el PSOE está en el Gobierno y Vox, en la oposición. Pero, gracias a Dios, ese tipo de defensas duran lo que dura un Gobierno. Impreso en su ADN, la mayoría de los padres tiene claro que esto no es así, que el Estado no es dueño y señor de los chavalillos que pululan por el mundo.
Con sus polémicas declaraciones, Celaá fue a por el principio de subsidiariedad, y ahora, con la LOMLOE, va a por la libertad de educación.
Para quien todavía no sepa qué es la LOMLOE, basta decir que es la Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación. Y con decir que la LOE es la famosa ley de educación que impulsó el Gobierno Zapatero, ya está dicho todo. Pues eso, la «Ley Celaá», de prosperar, nos va a tener hipotecados unos cuantos años.
Para quien quiera profundizar más, a continuación, un vídeo para subir nota:
En las leyes orgánicas de modificación, las palabras que se añaden a una ley anterior se subrayan en amarillo, y buena parte de los cambios que la LOMLOE añade a la LOE tienen que ver con el género y otras histerias. Si el lector le echa un vistazo, podrá comprobar que ahora está lleno de «alumnas», «profesoras», «niñas» y «mujeres». En algunos apartados, como en la disposición adicional vigésimoquinta, hay errores tan ridículos como este:
Y digo yo que, cuando una parte importante de lo que tienes que aportar es esto, es que tienes muy poco que aportar. Y cuando tienes tan poco que aportar, significa que te tienes que apartar.
Pero, además de las chorradas descritas, si se aprueba la Ley Celaá los padres no van a poder elegir centro para sus hijos, los profesores no van a poder enseñar lo que consideren -aunque esto ya ocurre ahora- y las familias van a tener que salvar una carrera de obstáculos si quieren montar un nuevo colegio -esto también está ocurriendo desde hace años-. Y además, parece que la ley tiene por objetivo acabar con los colegios de Educación Especial.
Para comprender la gravedad del asunto, comparto con el lector otro vídeo para subir nota:
La libertad pasará a ser un bien muy preciado que solo podrán disfrutar los más ricos. Y tiene su lógica; si estás convencido de que los hijos te pertenecen, haces todo lo posible para que los padres dejen de tener cualquier tipo de autoridad y poder sobre ellos.
No contenta con esto, la señora ministra quiere convertir el derecho a la educación en derecho a la educación pública, de modo que la escuela de iniciativa privada quede totalmente fuera del radar, por mucho que los padres que llevan a sus hijos a estos colegios paguen religiosamente los mismos impuestos que el resto.
También para subir nota, invito al lector a invertir un poco de tiempo para escuchar esta entrevista de un experto en la materia:
En cualquier caso, me da la sensación de que solo despertamos cuando el problema se acerca peligrosamente a nuestro bolsillo (si todavía queda algo en él) o cuando nos toca muy de cerca. Hasta entonces, lo observamos todo desde una prudente distancia, dejando que los poderosos hagan y deshagan a su antojo. Y eso tiene peligro, porque estamos noqueados, antes de empezar la lucha.
No en vano, he querido comenzar el artículo hablando del principio de subsidiariedad, porque es el tema esencial y nuclear. Durante muchos años, hemos dejado que se construyera un relato ajeno a la realidad que todos los padres viven, con tal de tener el bolsillo a buen recaudo. Los colegios, en su mayoría, han permitido que el Estado les imponga los libros de texto; en su mayoría también, han aceptado la imposición de la asignatura de Educación para la Ciudadanía sin protestar demasiado; si ha sido necesario, han aceptado retirar libros de lectura de su currículo para evitar escándalo social, y así tantas cosas hasta que han visto los conciertos peligrar.
Y está muy bien que los colegios se pongan en pie de guerra, pero no está tan bien que hasta ahora no hayan defendido lo suyo con la misma vehemencia. Los conciertos son la punta del iceberg, pero, mucho antes de que estuviera en riesgo esta parte del edificio, ya había peligro y pocos dijeron algo. Antes de ir a por los conciertos o a por la libertad de los padres de elegir modelo educativo y pedagógico para sus hijos, fueron a por el principio de subsidiariedad por la vía de los hechos.
Urge empezar a defender la casa por los cimientos, y estos no son otros que la defensa valiente del principio de subsidiariedad -por la vía de los hechos y las palabras-. Y por ahora, si tuviera que elegir a un personaje público que esté abanderando esta defensa -por la vía de los hechos aunque no de las palabras-, sin duda alguna elegiría a Isabel Celaá. A sus 2 hijas, a pesar de lo que pueda decir en mítines y conferencias, las educa ella. Y tan es así que eligió un colegio concreto para que la ayudase en esa labor (de modo subsidiario, claro está), y quiso que ese colegio concreto fuera un colegio nada más y nada menos que católico y concertado. Con su ejemplo nos enseña que, incluso quienes en público se esfuerzan en defender lo contrario, saben que es muy importante que sean los padres quienes tomen las decisiones importantes.
Flaco favor ha hecho la ministra con sus vehementes declaraciones contra el llamado “pin parental” para seguir construyendo una relación confiada entre padres y escuela, algo básico en la educación de nuestros hijos.
Los niños no son más que un juguete con el que juegan unos cuantos adultos vinculados a la política. Urge un nuevo modelo educativo en el que los pequeños no pertenezcan al Gobierno.