Fernando Bonete & Hilda García | 21 de noviembre de 2020
Olga Martínez y Paco Robles están al frente de la editorial Candaya, punto de encuentro de escritores de ambos lados del Atlántico. Este sello, que no se guía por la modas ni el mercado, apuesta por una literatura hecha sin prisa, definida por el compromiso, y que complejiza la realidad en vez de simplificarla.
Fundada en 2003, Candaya toma su nombre de ese reino fantástico al que se dirigen Don Quijote y Sancho para acabar con los hechizos diabólicos del gigante Malambruno. El amor por América influyó en la génesis de esta editorial que pretende explorar nuevos caminos de expresión. Con la convicción de que un libro tiene que enamorar al lector, Olga Martínez y Paco Robles aseguran que la única patria que vale la pena es la de la lengua. Ambos se muestran muy orgullosos de su catálogo de títulos, algunos de los cuales «ya forman parte del canon de la literatura contemporánea en español».
Pregunta: Ambos han sido profesores durante muchos años. ¿Qué les lleva a dejar la docencia y emprender una aventura editorial?
Paco Robles: Los primeros años compatibilizamos nuestro oficio de profesores con la labor editorial, y no dejamos la docencia hasta que nos jubilamos. En la génesis de la aventura de Candaya influyeron varios factores. El primero, nuestro interés por la literatura hispanoamericana, que viene de nuestras lecturas más tempranas. Otro, nuestro amor por América, por su gente, por ese continente golpeado, pero lleno de maravillas inesperadas, al que tanto le debemos. Y también fue decisivo el impacto de una web que impulsé, sololiteratura.com, que durante siete años fue nuestra manera de descubrir y profundizar en la literatura y en los autores de diferentes países latinoamericanos, e intercambiar impresiones con lectores y escritores del otro lado del Atlántico. Fue una página muy visitada que llegó a alcanzar de media 40.000 visitas diarias.
Pregunta: Entonces, en 2003, fundan Candaya, un nombre quijotesco cargado de connotaciones. ¿Qué simboliza para ustedes el reino de Malambruno?
Olga Martínez: El legendario reino de Candaya forma parte de esos hermosísimos capítulos de la segunda parte de El Quijote que giran en torno a Clavileño, ese caballo de madera, que, en la patraña burlesca ideada por los duques de Aragón, debe cabalgar Don Quijote, con los ojos vendados, para alcanzar al instante el remoto reino de Candaya y poder «desfacer» los entuertos perversos del gigante Malambruno.
Nos pareció que era una buena metáfora de lo que queríamos que fuese nuestra editorial: un intento de desafiar, desde nuestra modestia y manteniendo siempre intacta la capacidad de soñar, las distancias espaciales, pero también los malintencionados maleficios del mercado, de las convulsiones políticas, que mantenían tan incomunicadas las literaturas en español de los dos lados del Atlántico, condenándolas a una incomprensible y debilitadora atomización.
La crisis del procès incendió las calles y sumió a nuestra comunidad en un estado de depresión colectiva que ralentizó mucho la vida cultural
P.: ¿Con qué recursos la fundaron?
P. R.: Esa es una bonita historia. Cuando éramos todavía muy jóvenes, compramos una «ruina» en Canet de Mar, un pueblo costero de Barcelona. Digo ruina porque así estaba declarada, de la casa de pescadores que había sido solo quedaba la fachada exterior. Tenía que ser la casa de nuestros sueños, pero nunca reunimos el dinero necesario para restaurarla. En los años de la locura inmobiliaria nos llegó una oferta de venta. Era bastante modesta, pero la aceptamos. Pagamos la hipoteca del piso en el que vivíamos y, con lo poco que sobró, empezamos la editorial. Candaya tiene, pues, su origen en una ruina, y nos gusta recordarlo con estos versos de la poeta venezolana María Auxiliadora Álvarez: «El derrumbe / nos ha dado / una nueva montaña».
P.: En los inicios eran Olga, Paco… ¿alguien más?
P. R.: Comenzamos nosotros dos junto a Francesc Fernández, que ha sido desde el principio el diseñador de Candaya y siempre ha estado muy comprometido con el proyecto.
Ahora somos seis. Nuestro hijo, Miquel Robles, que es periodista y ha hecho un par de másteres de edición, se encarga fundamentalmente de gestionar la web, de las redes sociales y de maquetar los libros electrónicos. Muy importante es también la aportación de Víctor Minué, que se ocupa, sobre todo, del contacto con América Latina (es chileno) y de la exportación. Y, desde hace un año, trabaja también en Candaya el escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa, al que antes tuvimos el privilegio de publicarle dos libros excepcionales –Anatomía de la memoria y Cuántos de los tuyos han muerto- y ahora desempeña un papel decisivo en el trabajo de edición con los autores, en los procesos de corrección… Pero lo apasionante de una editorial pequeña como la nuestra es que, de alguna forma, los seis intervenimos en todos los procesos: en la selección de las publicaciones, en los dosieres y notas de prensa, en la organización de las presentaciones y de las giras, en los encuentros que una vez al mes organizábamos en nuestra sede (los ya míticos «Viernes de Poesía y Cava», por ejemplo).
Pero Candaya es, además y sobre todo, una red de complicidades y afectos, que alcanza a muchas más personas y que es la que siempre nos ha sostenido. Lo que Juan Villoro definió como la «Tribu Candaya».
P.: Han crecido, se han expandido, pero también habrán vivido tiempos difíciles…
O. M.: Los diecisiete años de Candaya han sido muy convulsos. Lo raro ha sido la normalidad. De 2004 a 2007, hubo una cierta bonanza. Fue el momento en que eran posibles fenómenos como el de Nocilla Dream de Agustín Fernández Mallo, en torno a la que se orbitó una generación literaria: 7 ediciones y más de 30.000 ejemplares vendidos. Pero, a partir de 2008, el mundo editorial, que siempre ha sido extremadamente frágil, se vio muy afectado por la devastadora crisis económica mundial, que precarizó a amplios sectores de la población, incluida buena parte de las llamadas clases medias, de las que procede el grueso de nuestros lectores: ¿cómo pensar en comprar libros cuando, de la noche a la mañana, te quedas sin trabajo y tu preocupación es cómo pagar la hipoteca? Hasta los «enfermos de literatura» pasamos de salir de una librería con un botín de cuatro o cinco libros, a comprar como mucho uno. O a veces ninguno.
Para Candaya, los efectos de la crisis económica fueron especialmente duros, pues coincidieron con el hundimiento de Arc de Berà, nuestra primera distribuidora. Siempre hemos dicho que, si hemos resistido tantos años apostando por una literatura tan arriesgada, es porque solo hemos publicado aquellos libros cuyo coste sabíamos que podríamos asumir. Pero, de repente, dejan de liquidarte libros que ya has vendido (de las liquidaciones a los pagos hay un periodo de tres meses) y empiezas a angustiarte al pensar que tienes que pagar los nuevos libros que ya has llevado a imprenta, contando con ese dinero que ya era tuyo. Y las devoluciones se amontonan. Y ya no hay manera de que las novedades lleguen a las librerías… Fue una etapa muy difícil y de muchos desasosiegos, pero conseguimos resistir.
Tras un par de años de relativa tranquilidad, llegó la crisis del procès en Catalunya, que durante semanas incendió las calles de las principales ciudades y sumió a nuestra comunidad en un estado de depresión colectiva que ralentizó mucho la vida cultural. Y ahora, en 2020, la crisis sanitaria de la COVID, que ya dura, con muy pocas treguas, casi ocho meses.
Y sin olvidarnos de esas otras dificultades endémicas que debe enfrentar el editor. Por ejemplo, la superproducción editorial. En España se publica muchísimo, pero los índices de lectura son muy bajos. Hay que pelear mucho para que cada nuevo libro tenga una buena implantación en las librerías y luego hay que volcar un derroche de energía en el lanzamiento. Si en los cuatro o cinco primeros meses no consigues que el nuevo libro genere expectación y mucho ruido en los medios y en las redes, esa novela o ese volumen de cuentos, que sabes que son magníficos, desaparecerán pronto para siempre. El azote más temido del editor son las devoluciones, la extrema fugacidad de las novedades en las librerías.
Es pronto para asimilar los cambios que la pandemia ha provocado en nuestra percepción del mundo, en la manera de relacionarnos, para verbalizar las heridas que la soledad y el distanciamiento han dejado
P.: ¿También la pandemia ha dificultado su labor?
P. R.: La verdad es que sí. ¿Cómo no nos iban a afectar casi tres meses de confinamiento, esa pesadilla distópica de librerías clausuradas, de cierres perimetrales de las ciudades, de ferias del libro canceladas, de fronteras cerradas que impedían la llegada de nuestros escritores latinoamericanos? En nuestro proyecto editorial son muy importantes lo que llamamos «las rutas Candaya»: los viajes junto al autor por nueve, diez ciudades, donde tienes una comunidad literaria cómplice y librerías de referencia, donde la prensa local se hace eco de la visita y del autor. Estas giras de promoción eran fundamentales para que explotara ese «boca a boca» tan necesario en torno a un nuevo libro.
Y luego, el desconcierto, las dudas, los dilemas éticos…. Hubo un momento en que no sabíamos qué hacer. ¿Publicas?, ¿no publicas? Disminuimos nuestro ritmo durante los meses de confinamiento, pero a partir de mayo decidimos retomar nuestra programación y buscar nuevas manera de mantener el contacto de nuestros autores con los lectores: la pandemia no podía derrotar también a los libros.
P.: ¿Les están llegando textos de esta temática, creen que habrá cambios en la producción literaria?
O. M.: Claro que la pandemia va a modificar la literatura. Pero para convertir lo vivido en experiencia estética se necesita distancia, tiempo. Nos han llegado algunas novelas distópicas y muchos dietarios de confinamiento, pero pensamos que es pronto para asimilar de verdad los cambios que la pandemia ha provocado en nuestra percepción del mundo, en nuestra manera de relacionarnos con los demás, para verbalizar las heridas que la soledad y el distanciamiento han dejado en nosotros. La prisa no suele generar buena literatura.
En España se publica muchísimo, pero los índices de lectura son muy bajos
P.: Con independencia de la pandemia, ¿qué tiene que tener una obra para formar parte de su catálogo?
O. M.: Nos interesa apostar por una literatura definida por el compromiso. Compromiso, en primer lugar, con el lenguaje, una literatura a la que no le asuste la pulsión poética en el desarrollo narrativo. Compromiso con uno mismo, con los propios abismos, con lo más inconfesable y turbio. Y compromiso con el presente y con la historia. Nos interesa la literatura que complejiza la realidad en lugar de simplificarla. Solo así los libros pueden ayudarnos a entender el mundo.
P. R.: A veces sentimos que acompañamos al autor en el descenso a sus propios infiernos, a sus abismos personales, que también son los nuestros. Como decía Ednodio Quintero, «yo en mis novelas pongo lo mejor y lo peor de mí». Pienso también en Mónica Ojeda, que tan salvajemente lleva su literatura a esos rincones tenebrosos de lo interior.
O. M.: El riesgo es otra nota común de nuestro catálogo. Para interrogar al mundo del siglo XXI son necesarios nuevos caminos de expresión, arriesgarse en formas literarias distintas. Pero ante todo nos interesa publicar una literatura que conmueva. Si un libro no te conmueve, no amplía tus horizontes interiores ni te despierta inquietudes, no vale la pena ni escribirlo, ni leerlo, ni editarlo.
P.: Compromiso, y una vocación americanista innegable, ¿de dónde viene esta preferencia geográfica y literaria?
P. R.: El detonante fueron dos viajes. El primero a Venezuela, siguiendo un artículo de Enrique Vila-Matas, que acababa de recibir el Premio Rómulo Gallegos, y hablaba de «un hotel en las nubes» en los Andes venezolanos y citaba al escritor venezolano Ednodio Quintero. Fuimos a ese hotel (en realidad, la Posada San Francisco), conocimos a Ednodio y, en 2004, con su novela Mariana y los comanches, iniciamos Candaya Narrativa. Hay que decir que la historia se cerró muy bien, porque años después volvimos con el propio Vila-Matas e inmortalizamos aquel momento con una fotografía tomada en ese hotel.
El otro viaje fue a Asunción, donde conocimos a Elvio Romero, sin duda el mejor poeta paraguayo del siglo XX. Cuando al regresar a Barcelona descubrimos que, en 500 años de vida en común, nunca un poeta paraguayo había sido publicado en España, nos dimos cuenta de que eran muchos los grandes escritores hispanoamericanos que no se conocían en nuestro país, que había un inmenso vacío editorial que cubrir. La idea de Candaya surgió de estas dos experiencias y el primer libro fue Contra la vida quieta, una amplia antología de la magnífica poesía de Elvio Romero.
La pandemia va a modificar la literatura. Pero para convertir lo vivido en experiencia estética se necesita distancia, tiempo
P.: Pero también publican literatura española…
P. R.: Casi el 70% de los libros que hemos publicado son de autores hispanoamericanos. El resto, menos una pequeña línea japonesa, son autores españoles. Nuestra idea inicial era publicar solo literatura hispanoamericana, pero pronto fuimos conscientes de las muchas barreras que tenían que vencer los escritores de nuestro país para publicar sus libros, sobre todo autores jóvenes que escribían esa literatura comprometida, arriesgada y diferente que tanto nos atraía.
Juan López Carrillo, el primer poeta español que publicamos en Candaya, nos envió su manuscrito con una nota que decía: «Sé que publicáis solo poetas hispanoamericanos, pero estoy dispuesto a nacionalizarme boliviano si hace falta». Entendimos que no se le pueden poner puertas al campo y, de hecho, algunos de los libros de los que más orgullosos estamos, como Autopsia de Miguel Serrano o Un final para Benjamin Walter de Álex Chico, son de autores españoles.
P.: ¿Y qué hay de las traducciones y de la literatura de género?
P. R.:Pensamos que es la bibliodiversidad, la suma de propuestas diferenciadas y rigurosas, lo que hace tan potente e interesante el momento editorial que estamos viviendo en España. Nuestra apuesta es la literatura escrita en español, que es la que mejor conocemos. A menudo nuestros distribuidores nos han pedido que tengamos en cuenta las traducciones, pues suele ser una apuesta más segura, pero nosotros queremos mantenernos fieles a nuestro proyecto, que nunca ha estado regido solo por criterios económicos. Aunque sabemos que posiblemente tienen razón. Tenemos una pequeña brecha de clásicos de la literatura japonesa (Akutagawa, Abe, Dazai…) y son libros que se venden solos.
O. M.: La literatura de género, en su sentido más estricto, no acaba de tener su sitio en Candaya: tiende a regirse por coordenadas muy pautadas y exigencias de mercado, que acaban condicionando al escritor y esquematizando las historias. Es cierto que algunos de nuestros libros se adentran, por ejemplo, en lo insólito y en lo maravilloso, pero si nos han interesado es porque es solo un pretexto para acceder a algo más. Así pasa con los cuentos de La primera vez que vi un fantasma de la escritora ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe, en que la exploración de lo extraño le permite ir configurando, tal vez sin ella pretenderlo, un muestrario de la desazón y las inquietudes de las mujeres de nuestra época: la pérdida de los padres, la experiencia del abandono, la soledad, la violencia de género, la maternidad postergada o imposible…
Sí nos gustaría potenciar nuestra colección Candaya Abierta, e ir abriendo la editorial a otros espacios de pensamiento: ensayos filosóficos, de reflexión política, de feminismo, ecología…
La literatura debe complejizar la realidad en lugar de simplificarla. Solo así los libros pueden ayudarnos a entender el mundo
P.: En redes sociales, donde tanta atención se presta a la imagen, sus portadas son motivo de elogio. ¿Es el diseño una apuesta intencional?
P. R.: Somos muy afortunados de que Francesc Fernández nos acompañe desde el principio. Siempre le decimos: «Editar es dar a luz. Los libros tienen nuestro interior, pero se parecen a ti, tienen tu cara». Y es muy curioso cómo la historia vital de nuestro diseñador está presente en las portadas: aparecen él, su esposa, su sobrina, sus amigos…
O. M.: Las portadas forman parte de la historia secreta de los libros. Un símbolo muy arraigado en el imaginario de Mónica Ojeda son los volcanes. Mónica nació en Ecuador, que es el país con más volcanes por kilómetro cuadrado del mundo. En su poemario Historia de la leche, aparece la silueta de El Reventador, un volcán que desde el propio nombre tiene mucho que ver con el contenido de esos poemas, que son puro estallido, pura erupción. Fue una idea feliz de Marcos Reina, un artista-bibliotecario de Málaga que es un genio. Son detalles ocultos que, aunque no se ven a primera vista, son muy relevantes para el escritor, para el ilustrador, para el diseñador y también para nosotros.
P. R.: Los autores están siempre implicados en las portadas, queremos que la portada refleje sus ideas, lo que más íntimamente ha querido decir en su libro.
P.: Terminamos con una pregunta de rigor en esta serie de entrevistas a editores: ¿qué es un editor y cuál es su relevancia social en estos momentos?
O. M.: Un editor es aquel que, desde el territorio de la sombra (me producen bastante urticaria los editores estrella) intenta que aquellos libros que de verdad valen la pena lleguen de la manera más hermosa posible al mayor número de gente. Ese es el reto: que los libros que nos hacen mejores, que los libros que hacen más habitable el mundo, existan y sean descubiertos por los lectores. Y en ese sentido, aunque de una manera muy modesta, los editores contribuyen a ir creando el tejido cultural de una época, de un momento histórico.
Y luego existen otros retos, digamos que más privados: nos gustaría que Candaya fuese un humilde, pero cálido, espacio de encuentro entre escritores afines de los dos lados del Atlántico. Desde nuestra convicción de que la única patria es la lengua, nos gustaría ir creando vasos comunicantes que ayuden a trazar la literatura en castellano de nuestro tiempo.
Estamos muy orgullosos de nuestro catálogo y tenemos la sensación de que hemos publicado algunas obras que pasarán a formar parte del canon de la literatura contemporánea en español: el descenso a los infiernos del horror y de la violencia del siglo XX, al que se atreve el escritor peruano Gustavo Faverón en esa obra maestra que es Vivir abajo. O la reformulación de la literatura política desde el impulso poético que es Anatomía de la memoria del escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa, que explora los grandes temas de nuestro tiempo: la memoria, las utopías, la necesidad de la rebelión, la enfermedad, el amor… O la obra de Mónica Ojeda, a la que tanto hemos citado en esta conversación. O de Sergio Chejfec. O la poesía de María Auxiliadora Álvarez, de José Barroeta, de Bruno Montané…
Fernando Bonete & Hilda García
Silvia Bardelás y Beatriz González son las fundadoras de De Conatus, editorial que en febrero de 2021 cumplirá tres años de vida. En este sello independiente, el libro no es un entretenimiento, sino una obra de arte que aumenta la conciencia del lector sobre el mundo y sobre sí mismo.
Fernando Bonete & Hilda García
Enrique Redel es el fundador de Impedimenta, una editorial nacida en 2007 con el propósito de ofrecer obras atemporales que acompañen al lector y sean su bagaje. «Hay libros que van con nosotros toda nuestra vida, que te hacen sentir seguro, que te hacen como persona», explica.