Vidal Arranz | 25 de noviembre de 2020
Esta debilidad «tiene más posibilidades de convertirse en un problema en sociedades como las nuestras, donde abundan valores como la inmediatez o la búsqueda del placer por encima de todo, que son un excelente calvo de cultivo para estos comportamientos», asegura el doctor Bombín.
Con más de 50 años de experiencia en el campo de la psiquiatría y de las adicciones sociales a sus espaldas, Blas Bombín es hoy una referencia en un ámbito de la salud mental que cada vez preocupa más. Oficialmente jubilado, sigue llevando el timón técnico de las asociaciones que contribuyó a crear en Valladolid, que no son pocas, de forma completamente altruista. Este año justamente se cumplen tres décadas de existencia de Ajupareva, dedicada a la batalla contra la ludopatía, que fue el germen de un complejo asistencial más amplio, Cetras, donde actualmente conviven asociaciones dedicadas al alcoholismo, los trastornos alimentarios o las adicciones a la tecnología, al sexo, las apuestas deportivas online o las compras, entre otras. Y es que uno de sus primeros descubrimientos lo llevó a ver que las adicciones solían estar interconectadas, y que no era infrecuente que un paciente pretendiera librarse de una sustituyéndola por otra distinta.
Bombín defiende que las adicciones tienen siempre su origen en algún tipo de inmadurez personal y emocional del individuo, al que le aportan una forma fácil de huir de una realidad que no le gusta. El problema es que esa realidad postergada no tarda demasiado en retornar con un rostro áspero y vergonzante en forma de indeseadas y, a menudo, imprevistas consecuencias.
Pregunta: ¿Cómo han afectado el confinamiento y la epidemia a este mundo nuestro tan complejo e imprevisible?
Respuesta: Una pandemia siempre genera, en términos psicológicos, un estado de terror y de ansiedad social que agrava las habituales incertidumbres de la vida, un miedo que puede volverse patológico y degenerar en fobias y en obsesiones en parte de la población, y estos efectos se están valorando poco. La gran cantidad de normas de higiene y de autoprotección que hemos recibido durante los últimos meses han generado en la sociedad una tendencia a una compulsión obsesiva por la limpieza.
Por otra parte, hemos visto cómo, a causa del virus y de las medidas de protección que impone, el mundo perdía su alma, al verse reducido a una suma de individuos y grupos familiares aislados y angustiados, encerrados en sus viviendas. El confinamiento ha supuesto un duro golpe a las fuerzas estructurales y consustanciales de las sociedades, basadas en el funcionamiento del mundo como una gigantesca red de intercomunicación e interrelaciones. Por todo ello, esta epidemia seguramente va a marcar un antes y un después.
Pregunta: ¿Y en el caso de los adictos?
Respuesta: Al adicto, lógicamente, este aumento de la ansiedad le afecta, porque el deseo compulsivo, lo que los ingleses llaman craving, es el fenómeno nuclear de la adicción. Por tanto, cuanta más angustia social, más necesidad de recurrir al propio objeto de adicción para evadirse de ella y para neutralizarla. Pero el efecto ha sido diferente en el caso de las personas en tratamiento. En nuestro centro hemos realizado una encuesta a más de 200, tanto pacientes como familiares, para saber cómo han vivido el confinamiento, y el resultado es que les ha favorecido.
Nuestro ecosistema social es muy propenso a las adicciones. El ser humano tiene, de por sí, tendencia a vivir por encima de sus posibilidades, pero nuestras sociedades fomentan esto, tanto en lo psicológico como en lo económico
P.: Menuda sorpresa. ¿Cómo es posible?
R.: Uno de los mandamientos básicos de la rehabilitación es pasar por la fase de desagravio a la familia y a las personas a las que se ha hecho daño. Es el único modo de limpiar y sanar la conciencia de la persona, que sufre un golpe tremendo en su autoestima al tomar conciencia del sufrimiento que ha causado a los demás. Pues bien, lo que nos dicen los pacientes y sus familias es que el confinamiento ha provocado una convivencia que ha favorecido este proceso. Los pacientes han encontrado oportunidades de dar una dimensión ética a su existencia que les ha permitido congraciarse con su conciencia, adquiriendo una responsabilidad frente a los suyos. Esta sería la conclusión general, porque luego también se han dado casos de estallidos de violencia familiar como consecuencia de la excesiva aglutinación.
P.: ¿Este incremento de los niveles sociales de ansiedad ha llevado a caer en adicciones a personas sin antecedentes?
R.: Hemos tenido casos, en efecto, de personas a las que la pandemia les ha desatado una adicción que antes no había dado la cara. Quizás tenían una tendencia, o una predisposición, y estas circunstancias especiales la han activado. El afán de evasión es normal en el ser humano, el problema es cómo se gestiona eso y hasta dónde se lleva. Y eso por no hablar de las dependencias emocionales hacia otras personas, que también están muy extendidas y que son universales, por ejemplo, las dependencias de los hijos hacia los padres, sobre todo hacia las madres, que tienen una importancia capital en las adicciones. Freud explicaba que la inmadurez asociada al complejo de Edipo retiene al individuo en la fase oral de la sexualidad, en la que el placer se busca por la boca, lo que es clave en muchas adicciones.
P.: ¿Cuáles se han visto favorecidas y cuáles perjudicadas por esta nueva era marcada por la covid?
R.: En general, las adicciones que tienen un componente social, como el alcoholismo, se han visto frenadas, salvo en el caso del alcoholismo femenino, que es más doméstico y que ha sufrido un ligero repunte. Por otra parte, las tragaperras se han visto muy perjudicadas por el cierre de los bares y aun después, pero se han visto sustituidas con creces por los juegos online, especialmente las apuestas deportivas, que son el principal problema que tenemos en este momento. De hecho, las apuestas online se han multiplicado por cuatro en estos meses. La presión que están ejerciendo las empresas de juego sobre el ciudadano es feroz, mediante la publicidad y con la proliferación de casas de juego. Especialmente desde que la legislación de 2011 facilitó la creación de estos locales. En estos años han proliferado y hoy vemos muchas cerca de los colegios.
La gran cantidad de normas de higiene y de autoprotección que hemos recibido por la pandemia están generando una tendencia en la sociedad a una compulsión obsesiva por la limpieza
P.: Cuando usted empezó a tratar las adicciones no existía aún la palabra ludopatía.
R.: No, así de incipiente estaba todo. La primera referencia a este problema se hizo bajo el nombre de ludomanía. Yo, por mi parte, aporté el término de ‘sociosis lúdica’, y entre todos llegamos al fin al término ludopatía, la enfermedad del juego, que recalcaba su componente patológico. Ludomanía era demasiado light.
P.: Uno de sus primeros descubrimientos fue la interconexión de los distintos tipos de adicción.
R.: Yo empecé con un grupo dedicado al alcoholismo y un día descubrí que algunos de nuestros pacientes no se estaban recuperando del modo esperado. Al estudiarlo, me encontré con que estaban utilizando el juego como sustituto. Y eso me llevó a crear una asociación específicamente dedicada a esa adicción. Más tarde nos vimos en la necesidad de tratar a algunos hijos de ludópatas que habían desarrollado trastornos alimentarios. Y así fuimos creando asociaciones, según íbamos descubriendo los problemas y viendo que existían nuevas necesidades.
P.: ¿Hay un rasgo común a todos los adictos, o cada caso es un mundo?
R.: Hay una personalidad básica común a todos ellos que es la inmadurez emocional. Uno de los rasgos de esa inmadurez sería la alexitimia, la dificultad para la expresión de los propios sentimientos, otros serían la inestabilidad emocional, la tendencia a la depresión… A partir de ahí, podemos detectar otras características que tienen más o menos importancia en función del tipo de adicción, como la impulsividad, la falta de autoestima… La ludopatía, por ejemplo, tiene rasgos peculiares; los ludópatas son impetuosos, ambiciosos y audaces, pero lo llevan demasiado lejos. Tienen aspiraciones muy elevadas que no guardan relación con los recursos psicológicos de que disponen. También se da otra peculiaridad, y es que los ludópatas padecen una hipotonía neuronal, poseen un nivel bajo de excitación, que compensan con la que les aporta el juego, que les permite obtener las dosis de dopamina que necesitan para estimularse.
Hemos visto cómo, a causa del virus y de las medidas de protección que impone, el mundo perdía su alma, al verse reducido a una suma de individuos y grupos familiares aislados y angustiados, encerrados en sus viviendas
P.: ¿Se da algo parecido en la adicción al porno?
R.: En efecto, es una adicción que responde a un patrón similar, como también ocurre en las relativas a la cocaína, y los psicoestimulantes como las anfetaminas o el speed.
P.: Ha hablado de inmadurez, pero ¿cómo la definimos?
R.: Como ese estado en el que la persona no ha desarrollado recursos emocionales adaptativos a la realidad. Es posible ser muy inteligente racionalmente y ser pobre en inteligencia emocional, que es la que nos permite vivir, y la que gestiona el autocontrol de nuestras emociones y nuestros impulsos.
P.: ¿De qué hablamos cuando apelamos a la inteligencia emocional?
R.: La inteligencia racional tiene un tope de desarrollo que se alcanza a los 18 años, que es cuando se establece nuestro coeficiente intelectual. A partir de ahí lo que se desarrolla es la inteligencia emocional. Sus rasgos principales son la asertividad, la capacidad del individuo para expresar sus puntos de vista y sus emociones, para disentir, afirmarse y defenderse frente al entorno. También es clave la capacidad de afrontamiento, para ser capaz de aceptar las frustraciones y dificultades de la vida. La expresión máxima de esto es la resiliencia, que es lo que poseen las personas que no solo toleran las dificultades, sino que las utilizan como estímulo para crecer. Un tercer rasgo de la inteligencia emocional sería la empatía, la capacidad para ponerse en el lugar del otro de modo que nos relacionemos con él sin dañarlo, pero, al mismo tiempo, sin dañarte a ti mismo, porque la empatía termina donde comienza la asertividad. Importante es también la capacidad para gestionar el tiempo y para saber postergar la satisfacción de los deseos. El reverso de esta capacidad es la procastinación, que es muy frecuente entre las personas adictas, que acostumbran a postergar la obligación frente a la devoción y la búsqueda del placer inmediato. Esta tendencia conduce a vivir desorganizadamente.
Una encuesta entre 200 pacientes y familias ha desvelado que a los adictos en tratamiento el confinamiento los ha favorecido. Han encontrado oportunidades de dar una dimensión ética a su existencia que les ha permitido congraciarse con su conciencia adquiriendo una responsabilidad frente a los suyos
P.: Y en este contexto, ¿cuál es el papel de la rehabilitación?
R.: El adicto es un adolescente que no ha sabido desarrollar sus recursos emocionales convenientemente. De modo que nuestro trabajo consiste en ayudarlo a obtener esos recursos. Pero el trabajo deberá hacerlo él; no hay rehabilitación sin esfuerzo. Lo primero que les decimos es: «Vas a tener que curarte tú». Se trata de desarrollar un proceso inverso al de la adicción, a la que la persona llega por su afán de buscar atajos gratificantes e inmediatos que le permitan huir de la necesidad de esforzarse.
P.: ¿No hay atajos para la curación? Algunos expertos sugieren que la hipnosis podría servir en algunas adicciones.
R.: Yo practiqué la sofrología durante un tiempo, pero acabé muy decepcionado. Recuerdo el caso de un paciente adicto al tabaco al que convencí, mediante hipnosis, de que los cigarrillos eran bombas. Cada vez que este hombre paseaba por la calle y veía a otros fumar se acordaba de toda mi familia, y no para bien, precisamente. Decidí que no me compensaba pasar por eso, que el camino era fortalecer al individuo.
P.: ¿Es consciente el adicto de la dependencia que padece?
R.: No lo es. Es un autoengaño muy frecuente y sorprendente. En el caso de los alcohólicos, por ejemplo, es habitual que cuando llegan a la consulta se enfrenten a ti y te digan que por qué les tienes que quitar la libertad de beber. Fíjate que lo dice un esclavo, porque una adicción es una esclavitud. Pues bien, siendo esto tan claro, el adicto se cree libre. Se pasa la vida haciéndose promesas a sí mismo, y a los demás, pero sin comprometerse verdaderamente con ello.
La dependencia de los hijos hacia los padres, sobre todo hacia las madres, tienen una importancia capital en las adicciones
P.: Se trata, por tanto, de ayudarlos a recuperar la libertad…
R.: Sí, pero una de las cosas que les decimos es que la libertad propia no puede usarse para hacer el mal, o dañar a los demás. Y es que la persona con adicciones no solo se hace daño a sí misma sino también a su familia, a su entorno más cercano. En algunos casos porque se pueden desarrollar actitudes violentas asociadas con la dependencia. En otros, como en el caso de la ludopatía o la adicción a las compras, porque su comportamiento puede afectar gravemente a las finanzas de la familia y a su porvenir. Otro de los autoengaños es el que se refiere a la voluntad. Tienen una ilusión de control que los lleva a prescindir de ayuda hasta que no se hunden del todo y ya no les queda más remedio que tragarse su amor propio, su soberbia y su autoengaño.
P.: Por lo que cuenta, no parece que nuestras sociedades sean el ecosistema más adecuado para prevenir las adicciones…
R.: De hecho, el nuestro es un ecosistema social muy propenso a las adicciones. El ser humano tiene de por sí tendencia a vivir por encima de sus posibilidades, pero nuestras sociedades fomentan esto, tanto en lo psicológico como en lo económico. Y, cuando tenemos una disconformidad con nuestra realidad personal, buscamos recursos externos que nos ayuden a vivir por encima de ella. El caso de los adictos a las compras es muy revelador. Viven de cara a la galería, tratando de aparecer ante el mundo como los potentados que no son. A ellos, comprar les genera ese nivel de dopamina que necesitan.
P.: Pero esa insatisfacción que nos lleva a pedirle más a la vida no tiene por qué ser necesariamente siempre negativa.
R.: Es que no debe confundirse este afán por vivir por encima de las propias posibilidades con el inconformismo. La clave para distinguirlos radica en el esfuerzo. El inconformismo estimula para trabajar, investigar, esforzarse en descubrir nuevas posibilidades no realizadas, lo que a menudo supone capacidad de sacrificio. El adicto no canaliza su insatisfacción mediante el esfuerzo, sino a través de la evasión.
P.: Si la clave para prevenir la adicción es la madurez emocional, no les va a faltar trabajo, me temo.
R.: Las adicciones van a más. Tenemos una sociedad cada vez más frágil. Cada vez más nos propone alcanzar la felicidad a través de lo material y de forma inmediata, porque vivimos instalados en la instantaneidad. La nuestra es una cultura que concibe la felicidad como la acumulación de momentos de placer, y que no educa a los individuos para la espera productiva, para entender que las metas valiosas exigen un esfuerzo y un trabajo. Nos hemos desprendido de una visión trascendente de la vida, tanto en lo espiritual como en el mundo de los valores, y ahí es más fácil que aparezcan y se desarrollen los comportamientos adictivos.
Una década después de su muerte, las sombras de los excesos con menores y el consumo de drogas han difuminado el mito que se convirtió en leyenda.