Antonio Olivié | 01 de diciembre de 2020
El excardenal Theodore McCarrick fue expulsado del sacerdocio por sus abusos sexuales. No se puede esperar a que un delincuente cumpla 90 años, cuando está fuera de juego, para declararlo culpable.
Roma (Italia) | ¿Cómo es posible que un personaje tan atrayente como abusador llegue a ser cardenal? Es la primera pregunta que se formula la mayoría de los fieles tras la publicación del Informe McCarrick, que el Vaticano ha hecho público hace unas semanas. El documento es todo un ejercicio de transparencia y profesionalidad, pero deja en mal lugar la fiabilidad de determinados procesos.
Para quien no esté al tanto del informe, básicamente es un relato de cómo una persona astuta, brillante y muy trabajadora logró escalar puestos en la jerarquía, al tiempo que mantenía relaciones homosexuales y abusaba de seminaristas. Si bien había rumores de ese comportamiento, la primera denuncia oficial no llegó hasta 2017, cuando desde el Vaticano comenzó un proceso jurídico que terminó con su condena.
Quienes conocieron a McCarrick destacan que era un auténtico líder, con energía para sacar adelante nuevos proyectos y conseguir fondos para afrontarlos. Una energía que en ocasiones se echa en falta en la Iglesia y que contrasta con la actitud de algunos pastores burócratas. Este carisma, que lo llevó a lo más alto en la Iglesia de EE.UU., escondía también una vida privada desordenada que solo conocían algunos colaboradores.
Y aquí es donde encaja una segunda pregunta. ¿Por qué nadie de su entorno denunció estos hechos? ¿Hasta qué punto el miedo a acusar a un superior paraliza a muchos testigos? ¿Cuántos de sus colaboradores compartían sus vicios?
El papel del exnuncio del Vaticano en Washington Carlo Maria Viaganò también suscita muchas preguntas. Por un lado, hay que agradecerle que con su denuncia pública, en la que llegaba a pedir la dimisión del Papa, se haya realizado este informe. La transparencia de la información ayudará a tomar medidas para el futuro.
Con respecto a este nuncio italiano, la clave es: ¿por qué no fue capaz de presentar pruebas fiables al Vaticano cuando estaba en el cargo? En su denuncia pública asegura haber trasladado directamente al Papa su opinión sobre McCarrick, pero sin documentos que lo respaldaran, sin acreditar los rumores.
El informe refleja que cuando McCarrick fue nombrado obispo, en 1977, así como cuando se hizo cargo de las diócesis de Metuchen y Newark, ninguna de las personas a las que se consultó presentaron inconvenientes. Y aquí surge otra de las preguntas clave, la número cuatro: ¿por qué no se sanciona esa incapacidad de facilitar información, ese lavarse las manos?
Años después, en 1999, sí que se presenta un inconveniente formal. Se trata de un escrito de una de las figuras más importantes del catolicismo en EE.UU., el cardenal O’Connor. Cuando se estudiaba el traslado de McCarrick a Washingthon, O’Connor escribió al nuncio que el Vaticano se arriesgaba a un escándalo por los rumores de que, en el pasado, el arzobispo había compartido el lecho con jóvenes adultos en la residencia curial y con seminaristas en una casa junto al mar.
Ante una referencia de este calibre, se abre otra cuestión grave a la hora de valorar los procedimientos en la Iglesia. ¿Por qué nadie investigó seriamente los hechos? ¿Por qué no se llegó al fondo de la cuestión en ese momento? Es una grave irresponsabilidad que no se iniciara un procedimiento para averiguar la veracidad de los hechos.
Este escrito llegó en uno de los momentos cumbre de su carrera, antes de ser nombrado cardenal, en noviembre del año 2000. Y ahí, quienes debían velar por la rectitud del candidato no estuvieron a la altura, decidieron cerrar los ojos. Quienes debían haber informado al Papa no lo hicieron correctamente.
Un reconocido vaticanista declaraba hace unos días que es muy difícil para un sistema o una institución resistir la amenaza de un mentiroso compulsivo. Estoy de acuerdo. Podría haber sucedido, y de hecho sucede, en otras instituciones. Pero, a partir de ahí, se suelen reforzar los controles. ¿No habrá que revisar los criterios para determinados nombramientos?
Desde hace unos años, prácticamente todas las diócesis del mundo cuentan con cauces definidos y concretos para denunciar abusos. Es algo que ha mejorado. Pero es evidente que muchos de quienes convivieron con McCarrick y colaboraron con él siguen manteniendo sus cargos. De hecho, algunos de sus recomendados siguen siendo actualmente obispos.
«Sería ingenuo pensar que un caso como este no va a volver a producirse», asegura el sacerdote Daniel Portillo, director del Centro de Protección del Menor del Menor de la Universidad Pontificia de México. A su juicio, en las estructuras de la Iglesia «aún falta supervisión de todos los procesos«. Además, Portillo asegura que «los sacerdotes no estamos acostumbrados a rendir cuentas en los encargos que asumimos», por lo que apenas hay mecanismos de control.
Y aquí llega la séptima y última pregunta sobre este escándalo. ¿Por qué vamos a confiar en que no se vuelva a repetir un caso así? No podemos esperar a que un delincuente cumpla 90 años, cuando está fuera de juego, para declararlo culpable. Tampoco podemos esperar a que un exnuncio rebelde acuse al Papa para que el Vaticano haga un ejercicio de transparencia ejemplar. Es demasiado tarde, sobre todo para las víctimas.
Las últimas «fake news» sobre el Vaticano y el Papa pretenden englobar un relato que trata de enfatizar que Francisco no sigue la doctrina tradicional, algo que es falso.