Bieito Rubido | 01 de diciembre de 2020
Una de las dos Españas te helará el corazón. La de la extrema izquierda nos lo está congelando con el rigor de la Antártida.
Un país, una nación, un pueblo que ataca a su propio idioma, a su modo de expresarse, a su lengua, ese es un país enfermo. En realidad, ese mal se denomina odio. Entre las posibles formas que el ser humano ha encontrado para odiar, no hay ninguna más absurda que la de odiarse a sí mismo. Es lo que nos está enseñando la extrema izquierda del momento presente de España. Por eso se prefiere pactar con los herederos de los terroristas –que dicen que quieren acabar con el régimen— o con el partido que más veces ha dado un golpe de Estado en la historia de los últimos doscientos años, ERC. Por eso se desprecia la bandera de todos los españoles desde Carlos III. Por eso al himno se le tilda de pachanga fachosa. Por odio. Esa animadversión esconde claramente una degeneración de la sociedad española. ¿Dónde están los intelectuales, escritores, académicos que no alzan la voz contra el atropello cultural y social que suponen dejar de enseñar la lengua española en determinados territorios de la propia España? Una de las dos Españas te helará el corazón. Esta de la extrema izquierda nos lo está congelando con el rigor de la Antártida. La resignación, escribió Balzac, es un suicidio político.
Es probable que todavía quede por ahí algún ingenuo que crea que los presupuestos que se van a discutir esta semana en el Congreso tienen el voto positivo de independentistas y filoterroristas de manera gratuita. Busquen, busquen, seguro que encontrarán las monedas, o la sombra de ellas, con las que todos los españoles vamos a pagar ese apoyo. Más que monedas son líneas rojas que cualquier demócrata no se habría atrevido a cruzar, pero Sánchez parece dispuesto a suicidarse y, con él, arrastrarnos a todos los demás.
Madrid está demostrando que se puede administrar más allá del sectarismo ideológico y económico de la izquierda rampante.
Con el dinero de todos los españoles, el sanchismo vuelve a privilegiar las inversiones en Cataluña, que las gasta en adoctrinamiento.