Bieito Rubido | 04 de diciembre de 2020
En nuestro país hay un efecto multiplicador inquietante que se deriva de mezclar telebasura y populismo.
Valéry Giscard d’Estaing murió ayer a los 91 años, víctima del coronavirus. Fue un político arrogante que amó a Europa y despreció a España. Bajo su etapa de presidente de Francia, ETA, que había convertido el país vecino en su santuario, golpeó como nunca a la naciente democracia española. Giscard, a pesar de su soberbia, pasará a la historia como un dirigente que creía en la democracia y en la idea de una Europa fuerte y unida. De hecho, se le puede considerar uno de los padres de la UE, cuya principal aportación fue la actual Constitución europea. Más allá de la noticia de su muerte, como un caído más de esta pandemia que a todos alcanza, me interesa detenerme en la idea que sobre la televisión expresó en un ensayo muy esclarecedor -que recomiendo vivamente- allá por los primeros años de la década de los setenta. Decía el político francés que la televisión podía ser una gran arma democratizadora, ya que permitiría a cualquier ciudadano disfrutar de una obra de Molière o escuchar una ópera de Verdi. Lo que no sabía entonces Giscard es que la moneda mala siempre expulsa a la buena del mercado, y que ante Molière y Verdi se impondrían Belén Esteban y Risto Mejide, que poco tienen que ver con esa cultura a la que el refinado dirigente galo se refería.
La telebasura existe porque la gente la ve. Los populismos nos gobiernan porque la gente los vota. Nosotros mismos somos responsables de lo que ahora ocurre en España. En nuestro país hay un efecto multiplicador inquietante que se deriva de mezclar telebasura y populismo. Las audiencias se conquistan con contenidos vulgares y las mentes se captan gracias a la ausencia absoluta del pensamiento elaborado. La televisión ideal que imaginaba Giscard, la que iba ayudar a democratizar a la sociedad, desapareció en algún agujero negro de la década de los ochenta, cuando todavía todo lo bueno era posible. Como dijo Jorge Javier Vázquez, «aquí los programas se hacen para rojos y maricones». Para los demás, ni Molière ni Verdi.
A partir de 2023, tal vez ya no nos gobiernen estos adanes a los que el azar de la historia ha permitido jugar con nuestra libertad.
El actual dirigente de los socialistas, conocido como «su sanchidad», está colaborando como nadie con Pablo Casado.