Bieito Rubido | 08 de diciembre de 2020
Aceptarán que hoy me detenga en la hermosa celebración de la Inmaculada Concepción y que lo haga sin ningún tipo de rubor ni vergüenza.
España es un Estado aconfesional. Así se define en la Constitución. Los ciudadanos, sin embargo, no tenemos por qué serlo. Podemos tener nuestra fe y curiosamente casi el setenta por ciento de los españoles nos declaramos católicos. Por eso aceptarán que hoy me detenga en la hermosa celebración de la Inmaculada Concepción y que lo haga sin ningún tipo de rubor ni vergüenza. Va siendo hora de que, sin caer en beatería hueca, nos atrevamos a hablar de nuestros sentimientos en una sociedad excesivamente secularizada e instalada en el relativismo. Porque este día me lleva hasta mi madre y al arroyo de recuerdos que desde la infancia vuelven hasta mí. Y es que es cierto que la patria del hombre, como dijo Rilke, es la infancia. Tal vez en ese proceso de madurez que es el discurrir de la vida nos alejamos del alivio que representaba el calor del hogar, la familia y el abrazo materno. El de aquella que nos llevaba un día como hoy a misa, para compartir con nosotros su patrimonio de creencias, de valores y de modelos de conducta. Ese ejemplo que te acompaña hasta el último día. No en vano suele ser la persona más invocada en el tramo final de nuestra existencia. Este día, 8 de diciembre, siempre me lleva hasta mi madre. Ya no está aquí, pero de haber estado, me hablaría de su preocupación por el hecho de que sus descendientes, nietos y bisnietos, tengan de nuevo un país tan dividido como el que ella conoció allá en su tierna infancia, en los años treinta del siglo pasado.
El periodismo se recubre de una seriedad impostada, cuando no se instala en el nihilismo del columnismo pijo madrileño. Por eso quienes tenemos creencias no entendemos a quienes banalizan absolutamente todo, incluido el desastre político y social que asola la España actual. Por eso quiero recordar el día, rezar como entonces y recordar a todos los que nos precedieron, como han hecho todas las culturas desde la larga noche de los tiempos. Por eso quiero volver a mi infancia, a escuchar las canciones de entonces, a cerrar los ojos y percibir aquel calor del hogar, donde todavía se rezaba a diario, conscientes de nuestra vulnerabilidad y con la esperanza de que el día de nuestro viaje definitivo alguien vendrá a por nosotros, con la perenne sonrisa de mi madre.
En nuestro país hay un efecto multiplicador inquietante que se deriva de mezclar telebasura y populismo.
Hay que aferrase a la Constitución para defendernos de aquellos que quieren destrozar nuestra convivencia en paz en la patria común que es España.