Vidal Arranz | 28 de diciembre de 2020
Iván Vélez escribe Torquemada. El gran inquisidor aprovechando el 600º aniversario de su nacimiento. El autor afirma que «la Inquisición ha sido convertida en el emblema de una España intolerante y fanática, y la figura de Torquemada es la que le pone rostro».
Iván Vélez es arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno, así como director de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Denaes). Luchador infatigable contra la ‘leyenda negra’, a la que ha dedicado varios de sus trabajos más conocidos (Sobre la leyenda negra o Nuebas mentirosas serían los más explícitos), el afán de desbrozar el polvo de la paja propagandística impregna también el resto de su obra (La conquista de México, El mito de Cortés, Nuestro hombre en la CIA) hasta llegar al que probablemente sea uno de sus trabajos más complicados, el actual Torquemada. El gran inquisidor. Un libro que ha visto la luz con motivo del 600º aniversario del nacimiento de la figura que lo inspira y en el que busca una aproximación equilibrada tanto sobre el fraile dominico que puso en marcha el Santo Oficio en España, como sobre la propia institución. Ambos víctimas de una caricatura grotesca que tomó cuerpo, sobre todo, en el siglo XIX, según el ensayista explica en su obra. «La Inquisición ha sido convertida en el emblema de una España intolerante y fanática, y la figura de Torquemada es la que le pone rostro», explica Vélez. Pero la verdad es que el religioso «no es en absoluto ese hombre sádico, sediento de sangre que se nos ha presentado». Como tampoco el Santo Oficio español merece figurar entre lo peor de su tiempo, como se afirma tanto, sino más bien entre lo mejor, tal y como reivindicó Pedro Insúa en su ensayo 1492. España contra sus fantasmas. «Suscribo por completo esa opinión», afirma Vélez.
No hay muchos datos sobre Torquemada, de modo que el ensayo, más que una biografía de su persona, es una historia de la institución que creó y del contexto histórico en el que surge. «No tiene sentido juzgar desde el siglo XXI. El contexto manda. Y en ese contexto las prácticas de la Inquisición, por mucho que nos puedan parecer duras con nuestra mirada de hoy, lo son menos que las de la justicia civil de la época, en la que eran normales la tortura, los encarcelamientos preventivos o el secretismo». Hablamos con Vélez de nuevos y viejos dogmas y de las modernas formas de fanatismo e intolerancia.
Pregunta: ¿De dónde viene la deformación que ha convertido a Tomás de Torquemada en un grotesco icono de intolerancia?
Respuesta: Es una distorsión operada por influjo de la Ilustración y de esa visión negra legendaria de España como un país ultracatólico y fanático.
Pregunta: Dado que sabemos poco de aquel fraile dominico, del que ha quedado sobre todo su obra, ¿qué nos dice de su autor esa primera Inquisición a la que él contribuyó a dar forma?
Respuesta: Nos habla de su preocupación por el rigor, porque sus Instrucciones establecen mecanismos para una indagación muy precisa. También se ve un gran interés en brindar garantías a los reos. Unas garantías que hoy podemos juzgar como insuficientes, pero que en el contexto de su época no eran irrelevantes. Y, de hecho, en muchas ocasiones ser llamado a juicio no implicaba condena. Y en otros casos, las penas eran muy leves.
Hoy los dogmas que tienen que ver con la guerra de sexos están muy asentados en determinados ambientes, entre los cuales se incluye el Consejo de MinistrosIvan Vélez
P.: ¿Cuál era el propósito de la Inquisición?
R.: Inicialmente surge para combatir a los judaizantes, los judíos conversos al cristianismo que seguían practicando su vieja fe, o que incluso hacían escarnio de la nueva que oficialmente profesaban. Esto no era infrecuente, porque muchas conversiones se habían producido más por la presión política de unos monarcas que desde los tiempos de Sisebuto buscaban una unidad religiosa en sus reinos que por verdadera convicción personal. Más adelante, ya sin Torquemada, se produce un giro hacia la persecución de las herejías dentro de la propia fe cristiana. El auto de fe de Valladolid de 1559, en el que se somete a hoguera a los Cazalla, marca un hito en esa dirección. Y siempre el Santo Oficio persiguió otra serie de delitos, como la alcahuetería, que ocasionaban muchos problemas sociales.
P.: Esta España negra, atávica e intolerante, asociada con la Inquisición, ha sido y es convenientemente utilizada por los separatistas catalanes.
R.: Los separatistas catalanes son unos incansables cultivadores de esa visión. Este es el problema. El secesionismo catalanista, aparte de sus componentes racistas, se nutre de unas altísimas dosis de leyenda negra.
P.: El objetivo de la represión en la Europa de Torquemada era facilitar la unidad política de las naciones a través de su homogeneidad religiosa. Hoy parece que buscamos nuevas homogeneidades…
R.: Hoy la homogeneidad está gravitando en torno a ideas como democracia, multiculturalismo, globalismo… Esas ideas que son a veces muy confusas son las que sirven como señuelo para operaciones políticas.
Si fomentas el particularismo frente a lo común, el enfrentamiento está aseguradoIvan Vélez
P.: Lo peor es que no está claro el objetivo último hoy. ¿Es la unidad o la división?
R.: El objetivo, en gran medida, es el de destruir determinadas naciones. En España, el objetivo es destruir la nación española, por la vía federal y europeísta, y dar paso a unas nacioncillas dominadas por los caciques locales que, en cualquier caso, estarán al servicio de potencias extranjeras o de organizaciones más poderosas.
P.: Resurge la noción de hereje, aunque hoy lo llamamos de otro modo. Parece que la fórmula que se va imponiendo es la de negacionista.
R.: Está muy de moda la palabrita, pero hay que ver a qué se le aplica. Lo que es más necesario que nunca, especialmente en un tiempo de tantas intoxicaciones, es manejar un sistema filosófico que te permita separar el grano de la paja.
P.: En cualquier caso, el cambio -de hereje a negacionista- ¿apunta a un cierto desplazamiento desde el terreno de la fe al de la ‘ciencia’?
R.: Sin duda. Lo hemos visto con la pandemia. La apelación constante a la ‘ciencia’ en singular, dotándola de unos atributos míticos inequívocos. De hecho, la ‘ciencia’ en singular no existe; existen las ciencias. Y dentro de cada una, a menudo, grandes controversias e intereses encontrados. Estamos ante uno de los grandes mitos de nuestro tiempo.
El secesionismo catalanista, aparte de sus componentes racistas, se nutre de unas altísimas dosis de leyenda negraIvan Vélez
P.: ¿Vuelven los dogmas?
R.: Hay muchos en circulación enormes. El nivel de fanatismo es enorme y lo que se ven son desplazamientos desde lo religioso hacia otras áreas y hacia otros elementos míticos, pero con el mismo nivel de cerrazón. Los dogmas que tienen que ver con la guerra de sexos están muy asentados en determinados ambientes, entre los cuales se incluye el Consejo de Ministros.
P.: ¿Y vuelven los ‘inquisidores’ de nuevo cuño? ¿Cómo son ahora?
R.: Más que inquisidores son en muchos casos mercenarios de movimientos con un trasfondo económico potente. Y, sobre todo, lo que son es fanáticos. Su objetivo es ajustar la realidad a los estrechos márgenes ideológicos en los que se mueven. Algunos lo hacen con mucha pasión, creyéndose verdaderos disparates, y otros son auténticos oportunistas que saben que entre los márgenes de los nuevos dogmas harán fortuna.
P.: Es tentador reescribir la historia desde el poder, según estamos viendo.
R.: Es muy tentador. Tampoco es algo nuevo. Ya sabemos que la historia la escriben los vencedores y en España la socialdemocracia aliada con los secesionismos es la que ha triunfado, al menos en este contexto en el que nos hallamos, y por eso quieren reescribirla. Y aspiran a hacerlo a base de mucha censura, como es lógico.
El objetivo de la ley de Memoria Democrática es ir aún más allá que en la ley de Memoria Histórica de Zapatero y estirarla y hacerla llegar hasta el presente. No hay que olvidar que aquella fue una ley que le dio muchos réditos al PSOEIvan Vélez
P.: La ley de Memoria Histórica ¿se ha visto superada en parcialidad por la ley de Memoria Democrática?
R.: La idea es esa, superar aún más aquella nefasta ley de Zapatero y estirarla y hacerla llegar hasta el presente. No hay que olvidar que aquella fue una ley que le dio muchos réditos al PSOE.
P.: ¿Es posible hablar de sectarismo?
R.: Por supuesto. La visión que se arroja sobre el franquismo y sobre el espectro político español tanto del pasado como del presente está absolutamente intoxicada de sectarismo. Es probablemente la nota dominante.
P.: Antes, las operaciones de depuración se dirigían hacia las minorías marginales, pero ahora van directamente hacia las mayorías, o hacia minorías de amplio espectro.
R.: Esto es posible porque las herramientas tecnológicas lo permiten. Gracias al poder de los medios de comunicación y las redes sociales, la posibilidad de control ha aumentado.
En España, el objetivo es destruir la nación española, por la vía federal y europeísta, y dar paso a unas nacioncillas dominadas por caciques localesIvan Vélez
P.: En Estados Unidos algunos periodistas prodemócratas están proponiendo purgar socialmente a quienes hayan manifestado dudas sobre los resultados electorales.
R.: Asumo con naturalidad esa realidad porque soy consciente de que existe. La prensa nace en gran medida como correa de transmisión de grupos políticos e ideológicos y en esa lógica entra perfectamente la idea de que sean precisamente periodistas los que ejerzan estas labores de censura, condena y señalamiento.
P.: Hoy no se condena a nadie a la hoguera por sus ideas, ni a cadena perpetua, pero abundan las estrategias alternativas de muerte civil, como las políticas de cancelación.
R.: La muerte civil hoy está en el silencio, en la omisión y en la censura. Siempre ha estado ahí, y ahora plenamente, aunque no se admita la palabra. Pero existe.
P.: Quizás porque ahora la censura no se ejerce tan claramente desde el poder sino desde la sociedad civil.
R.: Sí, pero la sociedad civil no está separada del poder, está interconectada con ciertas áreas del poder, no es algo ajeno. Pretender que los líderes políticos o los colectivos políticos son un símbolo y que el poder lo ejercen otros me parece que es una visión un poco ingenua.
Los nuevos fanáticos pretenden ajustar la realidad a los estrechos márgenes ideológicos en los que se mueven. Algunos lo hacen con mucha pasión, creyéndose verdaderos disparates, y otros son auténticos oportunistas que saben que entre los márgenes de los nuevos dogmas harán fortunaIvan Vélez
P.: Y en muchos casos, como en los relacionados con el #metoo, o más bien su versión ejecutiva, el Time’s up, ese poder se ejerce al margen de la justicia ordinaria, mediante una especie de justicia popular o de justicia paralela.
R.: Esto es gravísimo y tiene mucho que ver con el intento de erosión de las estructuras de las naciones políticas. Eso se ha dado en Estados Unidos, donde la gente se identifica con valores sexuales o raciales, como alternativa a los valores estrictamente políticos, que tienen que superar esos atributos y particularidades. Algo parecido se ha dado también en Hispanoamérica, donde se ha permitido, en ciertos lugares, la práctica de las llamadas justicias indígenas. Eso es muy grave, porque supone un ataque frontal a la idea del Estado nación. Y también al principio de igualdad entre ciudadanos al margen de los atributos personales.
P.: La idea de tolerancia que surgió tras las guerras de religión ¿está en crisis? ¿Tiene futuro?
R.: Tolerar es ofender, suele decirse. El problema de la palabra tolerancia es que exige ponerle límite, delimitar parámetros. ¿Tolerar qué? ¿Hasta dónde? Hablar de tolerancia en general es algo muy impreciso. Y, además, solo tolera el que puede, con lo que es un concepto verdaderamente idealizado. Si lo bajas al suelo te das cuenta de que es un elemento más ideológico que real. Hay cosas que se pueden tolerar y otras que no. Y entre lo que no se puede tolerar está el que una persona tenga un tratamiento distinto al resto en función de sus rasgos físicos. A veces es la intolerancia el camino más adecuado para el orden social. Hay mucha palabrería en torno a todo esto. Tanto la tolerancia como la intolerancia deben tener límites.
P.: ¿Por qué, otra vez, hemos vuelto a no soportarnos?
R.: Probablemente porque el sectarismo se está cultivando día a día, porque hay una polarización enorme en la sociedad, y porque en el terreno político el sistema autonómico busca la fragmentación y el encapsulamiento de los españoles en torno a las llamadas señas de identidad y el particularismo. Si fomentas el particularismo frente a lo común, el enfrentamiento está asegurado.
La propuesta de reforma de la Ley de Memoria Histórica que ha presentado el PSOE contempla penas de cárcel y elevadas multas para quienes cuestionen la «verdad» que se pretende establecer como indiscutible. Sobre ello escribió el 7 de febrero en la página tercera de ABC Alfonso Bullón de Mendoza, actual presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y catedrático de Historia Contemporánea en la USP CEU. He aquí su análisis.
Recordar a los españoles que no son una anomalía negativa en la recta historia de Europa es el primer paso para taponar la hemorragia y rearmarse ideológicamente frente a los que desean una España débil.