Bieito Rubido | 21 de diciembre de 2020
La eutanasia es la mayor evidencia de un fracaso: la derrota que supone enfrentarse a la muerte sin ninguna esperanza.
La eutanasia no es un derecho humano, como pretenden presentarla los promotores de la misma, miembros de la izquierda rupturista que hoy nos gobierna. Es, en todo caso, la mayor evidencia de un fracaso: la derrota que supone enfrentarse a la muerte sin ninguna esperanza. Pero no me voy a colocar ahora como predicador desde mi visión religiosa. Quiero hacerlo desde la racionalidad que invocan quienes quieren legalizar semejante aberración. La eutanasia es el camino que algunos deciden tomar para no molestar en su tramo final a sus descendientes, algunos de los cuales, casi con una visión ecológica de la trascendencia humana, deciden animar al viejo a que busque un atajo. Se le devuelve a su animalidad primitiva y a eso se lo llaman morirse con dignidad. No auguro nada bueno a una sociedad que es incapaz de ofrecer otras alternativas a quien en su desesperación quiere abandonar. En realidad, al hombre lo define lo que le es más natural: el amor, la verdad, la libertad y la vida. No nos resignemos, esta es una batalla cultural y no lo digo desde mi militancia católica. Lo escribo desde mi compromiso con la vida, el mayor don que al hombre le es dado.
La existencia es un relevo continuo. Damos la vida a una nueva generación, gracias a que nuestros antepasados se empeñaron en dárnosla a nosotros. Yo querría que nunca se hubiesen muerto mis padres, pero ellos y yo sabíamos que irremediablemente eso ocurriría. Jamás quise que ellos sufriesen, ni en la salud ni en la enfermedad, pero esa circunstancia también llegó. Hoy, afortunadamente, los cuidados paliativos ayudan a sobrellevar el dolor, el deterioro, y hasta a combatir en parte el decaimiento emocional que nos embarga ante el sufrimiento. Esta pasión por la cultura de la muerte, que nos lleva a convertir en derecho el deseo de un hombre a morir cuando y como quiere, es algo antinatural que solo desde una concepción ultramaterialista se puede llegar a explicar, pero nunca a justificar.
El irrefrenable orgullo del mundo desarrollado quiere homogeneizar todo y convertir la Navidad en simples «fiestas» despojadas de la esencia que les dio origen.
A través de estos cánticos aprehendemos la trascendencia y el sentido familiar de la Navidad, aunque algunos quieran llenarla de vulgaridad mercantil.