Ramón Pi | 17 de marzo de 2017
Ramón Pi: Por hablar en términos de comunicación, la Iglesia católica es una organización con un mensaje imbatible: nada menos que propone la vida eterna, tiene un líder…
Giovanni Vian : Un líder mundial…
R.P.: Bueno, mucho más que un líder mundial.
– ¡Ah!, se refiere al Líder invisible.
R.P.: Claro, al Líder insuperable, que es Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.
– Desde luego, pero yo me refería al líder visible, el vicario en la Tierra, que ciertamente es un líder mundial, incluso desde el punto de vista humano. Esta cualidad es una realidad desde hace, digamos, cerca de un siglo: Pío XI, quizás antes, tal vez León XIII, con el asunto de las Carolinas, o antes aun, Pío IX…
El problema es de autorreferencialidad; creer que, a la fuerza, todos tienen que ir a la Iglesia
R.P.: Cierto, cierto; y sigo enumerando ventajas comunicativas: la Iglesia, además de todo esto, posee un logotipo impactante, reconocible entre millones al primer golpe de vista y, a la vez, de diseño simplicísimo, que es la cruz. Pues bien, con todas estas características ventajosas, ¿por qué funciona mal la comunicación? ¿Cómo ve usted este fenómeno desde su posición privilegiada de director de L’Osservatore Romano?
– Es un problema. Un problema de personas, evidentemente, por una parte, pero también de estructuras y de lo que el Papa ha llamado la autorreferencialidad; estoy hablando en general, pero se puede hablar en general porque no es solo en la Santa Sede, también en las que el Concilio llama iglesias particulares: es difícil que funcione bien la comunicación en una diócesis o una orden religiosa.
R.P.: ¿La autorreferencialidad quiere decir la tendencia a encerrarse en sí misma?
– Me parece que este es el gran problema. Yo creo que la deficiencia en la comunicación tiene que ver con la toma de conciencia de que la secularización, hoy, es muy fuerte, muy avanzada, y han cambiado los referentes sociales. Y la Iglesia, como entidad abstracta, no se ha dado cuenta todavía de eso. Cree que es importante y cree que por ser Iglesia tiene que ser escuchada. Y eso contradice toda la Historia porque, si hay una tradición religiosa que cuenta mucho con la comunicación, es precisamente la tradición cristiana; y eso ha sido así desde el principio, desde los cristianos procedentes del judaísmo, digamos helenístico, que era más abierto.
Ahora es muy fuerte la secularización, de eso no cabe duda pero, desde la segunda mitad del siglo pasado hay una diferencia respecto de otras épocas históricas: la Iglesia se da cuenta
R.P.: ¿El de san Pablo?
– De ese judaísmo sale san Pablo que, por otra parte, era bastante integrista, visto con ojos de hoy. Pero Pablo tiene una capacidad comunicativa extraordinaria y, de hecho, son impresionantes sus textos, que parecen estar entre los textos cristianos más antiguos, de los años 40 del primer siglo. Pablo dictó su primera carta hacia el año 49 o 50 y utilizó hasta cartas circulares para comunicarse. La comunicación en la Iglesia funciona con bastante eficacia hasta unos quince siglos más tarde.
R.P.: ¿Le parece que ahora la secularización es más fuerte y más profunda que nunca?
– Ahora es muy fuerte la secularización, de eso no cabe duda pero, desde la segunda mitad del siglo pasado hay una diferencia respecto de otras épocas históricas: la Iglesia se da cuenta. Hace unos setenta años, por ejemplo, el arzobispo de París, el cardenal Suhard, inspira a los obispos franceses la fundación de la Misión de Francia: es 1941; y, dos años después, se publica un texto con un título revelador: «Francia, ¿país de misión?».
¡Francia! ¡La «hija primogénita de la Iglesia»! Esto me parece muy revelador de la toma de conciencia de la nueva realidad. Y tres años después, Giovanni Battista Montini, el futuro Pablo VI, dice a su gran amigo Jean Guitton que hay que ser antiguos y modernos, porque «para qué sirve decir lo que es verdad si los hombres de nuestro tiempo no nos entienden». O sea, hay una conciencia de la ineficacia de la comunicación de la Iglesia, a pesar de que los esfuerzos -al menos, de la Santa Sede- son notables, porque L’Osservatore nace mediado el siglo XIX (1861).
Es una iniciativa de laicos pero que, desde el principio, tiene el apoyo del Gobierno papal, lo que demuestra la confianza de los papas en los medios de comunicación. Y, en 1925, Pío XI encarga a Marconi la organización de Radio Vaticano. Antes que el Estado. Empieza a emitir en el 31 y, 12 años después, Pío XII encarga una película de propaganda.
O sea, que conciencia hay. Sensibilidad para la comunicación, mucha. Tal vez, lo que no haya sean hombres lo bastante preparados para llevarla a cabo del mejor modo posible.
R.P.: ¿Puede ser que los católicos no somos lo católicos que deberíamos ser para que nuestra comunicación tuviera la eficacia que Tertuliano atribuía a los primeros cristianos cuando decía «mirad cómo se quieren»?
– Este es un problema de credibilidad. Y respecto de esto, no debemos olvidar el famoso dicho en latín: Ecclesia semper reformanda, la Iglesia tiene que renovarse siempre.
R.P.: Y tener presente que los receptores del mensaje ya no son los de antes…
– Es volver a lo que decíamos al principio: el problema es de autorreferencialidad; creer que, a la fuerza, todos tienen que ir a la Iglesia. En cambio, ya en 1957, Montini, siendo arzobispo de Milán, aún no cardenal, lanza una misión en su archidiócesis y pide perdón a los alejados. Es un texto muy hermoso que está recogido en el libro que se acaba de presentar en su edición en español.
R.P.: Este texto tiene resonancias de lo que repite hoy el papa Francisco, ¿no es así?
– Sin ninguna duda. Este Papa tiene la misma visión. La Iglesia no se puede quedar en las sacristías. Hay que salir, hay que buscar a los alejados y hablarles en un lenguaje que entiendan. Esta es la misión. La Iglesia es misionera.
R.P.: Id y predicad…
– Yo creo que este es el panorama: una situación desfavorable, a veces de franca hostilidad, y la tentación es enfrentarse a ella con una mentalidad demasiado cerrada.
R.P.: ¿Cree usted que esa hostilidad hacia la Iglesia obedece a que la Iglesia católica es, de hecho, prácticamente la única voz que se enfrenta con firmeza a escala planetaria con realidades que se extienden como una mancha de aceite: leyes permisivas del aborto, una antropología falsa basada en la ideología de género, manipulación de embriones humanos, el mal llamado «matrimonio» homosexual…?
– Me parece que que en Italia esta hostilidad se da menos que en España o en Francia. Supongo que eso depende de las situaciones diferentes y también hay razones históricas para que se dé en unos países más que en otros. Volvemos a lo mismo: en estos temas tan generales, tan básicos que conciernen a cualquier persona, los católicos tienen que pensar que su postura no es una postura en cuanto confesión religiosa, sino que es una postura humana, razonable y hay que buscar aliados.
En cosas tan básicas y tan importantes, como la eutanasia, la Iglesia tiene que favorecer el encuentro con otros puntos de vista que puedan converger en una crítica contra este tipo de sociedad
En cuanto a la ideología de género, yo creo que es una exageración; es suficiente el buen sentido para comprender que no tiene mucho recorrido.
No creo que sea tan importante, porque con esos fundamentos tan endebles no puede durar mucho tiempo. Más seria es la cuestión del aborto, me parece.
R.P.: O la eutanasia que viene y que ya está implantada en Holanda o en Bélgica, países adelantados en la cultura de la muerte, como decía san Juan Pablo II.
– Y que este Papa la llama la cultura del descarte. Descarte y desprecio hacia el que no sirve, el defectuoso, el viejo. El papa Francisco ha denunciado públicamente que «no dejan nacer a los niños», con estas palabras. En estas cosas tan básicas y tan importantes, la Iglesia tiene que favorecer el encuentro con otros puntos de vista que puedan converger en una crítica contra este tipo de sociedad.
R.P.: Me tranquiliza que no vea una animosidad particularmente peligrosa contra la vida y la familia en la ideología de género…
– Esta ideología banaliza la sexualidad. Y me temo que aquí también deberían los católicos hacer examen de conciencia sobre cómo hacer frente a esto de forma positiva.
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