Belén Becerril | 17 de marzo de 2017
Este 25 de marzo, los líderes de los Estados miembros de la Unión Europea, con la ausencia del Reino Unido, se reunirán de nuevo en Roma con el fin de conmemorar los 60 años de la firma del Tratado de la Comunidad Económica Europea. Con tan solo seis Estados miembros y unas competencias limitadas a la economía, el proceso de integración daba, en los años 50, sus primeros pasos. Lo hacía con una finalidad última de carácter político -lograr la reconciliación de Europa- y un ambicioso método que algunos denominaron supranacional. Desde el primer anuncio del Plan Schuman, en aquella declaración del 9 de mayo, el proyecto europeo superaría las formas clásicas de cooperación entre los gobiernos y requeriría de los Estados miembros una verdadera cesión de soberanía.
No por casualidad, cuando el gobierno británico conoció en aquel entonces los detalles del Plan Schuman, cuestionó de inmediato el carácter supranacional de las instituciones allí previstas, solicitando una cumbre con Francia, una renegociación. Los promotores del plan se negaron. Para ellos, el carácter supranacional del proyecto y, en concreto, los poderes de la Alta Autoridad -hoy Comisión Europea-, eran irrenunciables. El Reino Unido tendría, inicialmente, que quedar al margen.
Cuando el gobierno británico conoció en aquel entonces los detalles del Plan Schuman, cuestionó de inmediato el carácter supranacional de las instituciones allí previstas, solicitando una cumbre con Francia, una renegociación
La idea de la soberanía compartida era entonces, al igual que hoy, la clave del proyecto europeo. En esa idea radicaba su novedad y en ella ha radicado también el éxito de la integración. El método comunitario, que plasmaba esa cesión de soberanía, era la clave de bóveda de las Comunidades Europeas: una Comisión, defensora del interés europeo, con iniciativa política; un Parlamento transnacional; un Consejo, capaz de tomar decisiones por mayoría, y un Tribunal de Justicia que garantizaría el cumplimiento de las normas pactadas.
Han pasado 60 años, la crisis que afronta la Unión Europea tiene mucho que ver con el cuestionamiento de la idea misma de la soberanía compartida. En la decisión del Reino Unido de retirarse de la Unión, la política ha primado sobre la economía. Los británicos han votado a favor de la soberanía parlamentaria –Take back control!- y rechazan, en particular, la jurisdicción del Tribunal de Justicia. Salvadas las distancias, los partidos nacionalistas en Holanda, Francia y Alemania hacen también de la soberanía y la identidad nacional la clave de su proyecto. Frente a la Europa abierta y la libre circulación, su proyecto gira en torno a la identidad, el proteccionismo y las fronteras.
Han pasado 60 años, la crisis que afronta la Unión Europea tiene mucho que ver con el cuestionamiento de la idea misma de la soberanía compartida
Algo similar se plantea también, de algún modo, al otro lado del Atlántico. Desde hace unos años, la oposición a toda cesión de soberanía en las organizaciones internacionales se ha acentuado en el ala derecha del partido republicano. Se trata de una cuestión planteada en términos de identidad y soberanía, aunque también es cierto que en la agenda de los republicanos no figuran asuntos globales como la lucha contra el cambio climático o el Tribunal Penal Internacional. Desde esta perspectiva, crítica con el multilateralismo, no resulta extraño que desde los Estados Unidos se haya cuestionado también la cesión de soberanía que caracteriza a la Unión. Así, el interés por la integración europea, en otros tiempos tan entusiasta en el gobierno norteamericano, ha ido decayendo hasta alcanzar mínimos históricos. El presidente Trump –America First!– no ha ocultado su desprecio por la Unión, prediciendo que otros Estados seguirán el ejemplo del Brexit.
No parece, sin embargo, que el camino de la retirada, emprendido por el Reino Unido, se esté consolidando como un ejemplo a seguir. Pocos líderes europeos querrían hoy estar en la piel de su primera ministra. Y es que, en nuestros días, al igual que en los años 50, la integración europea sigue siendo, en gran medida, un esfuerzo por dejar atrás el nacionalismo, compartir soberanía y gestionar en común la interdependencia económica. Y la globalización, con independencia de las preferencias de Londres y Washington, está aquí para quedarse.