Estrella Fernández-Martos | 23 de enero de 2021
A lo largo de la Historia, planteamientos filosóficos, religiosos y vitales se relacionan con la Belleza. Nuestra percepción ha evolucionado, pero no nuestra necesidad de ella.
Desde que el Hombre es hombre y mujer, ha sentido atracción por la Belleza en cualquiera de sus manifestaciones. Una belleza preexistente, disfrutada por todas las criaturas, aunque no sepamos si contemplada por ellas. No sabemos si un animal es capaz de recrearse en un paisaje de su agrado. Hasta qué punto un águila imperial se recrea en Doñana o en qué medida es consciente de su propia belleza. ¿Y las flores? ¿Se saben hermosas o simplemente lo son? Más parece lo primero que lo segundo y, sin embargo, ahí están las guapas de todo el año. Podríamos seguir poniendo ejemplos de la Creación, sin duda hay belleza en ella. Pero fuera de ella también. ¿Depende del Hacedor? ¿Puede estar presente en la obra del ser humano? ¿Está solo en las obras de soporte material o también en acciones? ¿Es reconocida por todos, o pasa desapercibida? ¿Nos pierde o nos hace mejores? ¿Se manifiesta o se esconde? ¿Nos posee o la poseemos? ¿Qué es, en definitiva, la Belleza? Y, sobre todo, a estas alturas del partido, ¿por qué cabrea tanto?
Hace unas semanas, pregunté en Twitter ¿qué es La Belleza, así, en mayúsculas? Las respuestas son variadas, pero se pueden agrupar en bloques.
La voluntad del ser humano para lo bueno lo hace capaz de la Belleza más allá de sus talentos intelectuales o habilidades específicas
La belleza masculina fue una de las primeras en salir. Ahora solo podemos hablar de la belleza física las mujeres, porque si lo hacen los hombres es pecado «laicomortal». Como si afirmar «Monica Bellucci es espectacular» pudiera dañarnos de algún modo. En cualquier pregunta sobre belleza, aparece Paul Newman. Brota. Reparte alegría su sola mención. Lógico, por otro lado. Nos alegró el siglo XX a la mayoría. Newman muestra que, más allá de los gustos particulares, hay armonías en hombres y mujeres que nos sobrepasan y nos atraen, aunque solo sea para el regocijo momentáneo de ver a un hombre guapo. O a una mujer. La belleza del cuerpo humano trasciende el gusto personal y el tiempo.
Pero no solo de cuerpo vive el Hombre. También se valoró el atractivo, ese no sé qué que tienen algunos (masculino genérico). El carisma, la apostura, la sonrisa, tantas cosas podrían ser. Son sus rasgos de carácter, capacidad intelectual, habilidades, los que nos atraen. Sea lo que fuere, los hermosean tanto que los embellecen hasta el punto de destacar sobre la masa y ser elegidos.
Algunos destacaron la Naturaleza. Quizá, parte del problema que nos dificulta ver es que, en gran medida, vivimos de espaldas a la naturaleza. Íbamos de visita esporádicamente y ahora la anhelamos, más aun estando encerrados.
No dejaron atrás la perfección geométrica de la rosa, la Proporción Áurea. El lenguaje matemático explica racionalmente la Naturaleza y se enfrenta a la inmensidad de la Creación y su origen. Es el diálogo racional con la inmensidad, la eternidad y la esencia de Dios mismo. Tampoco faltó la música, por supuesto. En mi mente de letras van de la mano por ser ambos lenguajes inasequibles para mí. La formulación del lenguaje matemático no existe como tal en la materia, pero la explica. No existe raíz física de las notas musicales, pero en la mente del compositor sonaron antes incluso de ser colocadas en un pentagrama que tampoco existía. Matemática y música son, juntas, el atrevimiento de la razón para ir más allá, la recreación del asombro, la admiración, el divertimento, lo sencillo y lo complejo. Belleza pura.
Estos lenguajes representan el gran salto de la observación a la creación. La Belleza pasa de ser algo perceptible por los sentidos a circular en varias direcciones, somos más que meros observadores. Como seres humanos racionales, estamos capacitados para crearla.
Otras respuestas destacaban la bondad, no solamente como emoción positiva, sino nuestra capacidad para hacer el bien. Una cualidad que, si bien va ligada al carácter, forma parte de la elección personal. Parece obvio que elegir, e intentar, ser mejor persona embellece, porque la bondad es hermosa en sí misma. La Belleza, pues, no es solo para mirarla, también para vivirla. Y no hace falta ser guapo, ni una playa del Caribe para elegirla. Siendo una cualidad tiene sus propios rasgos esenciales. La bondad cambia el panorama de la Belleza por completo, la dota de una dimensión nueva. La voluntad del ser humano para lo bueno lo hace capaz de la Belleza más allá de sus talentos intelectuales o habilidades específicas.
Otras respuestas apuntaban hacia la divinidad y la trascendencia, en Dios mismo o lo que nos acerca a Él, deslizando la idea de que La Belleza ha de ser buena para ser considerada tal y está en la esencia de lo Bueno, lo que convertiría nuestra capacidad para hacer el bien en trascendente.
A lo largo de la Historia, planteamientos filosóficos, religiosos y vitales se relacionan con la Belleza. Nuestra percepción ha evolucionado, pero no nuestra necesidad de ella, revelando uno de sus rasgos: es intuición del ser humano. Vivimos días en que se promueven la fealdad y la sordidez, pero es la propia necesidad del Hombre la que lo hará salir a buscarla en todas sus dimensiones. Es cierto que, tristemente, las nuevas generaciones ya no son formadas en sus principios o manifestaciones clásicas, pero seguirá abriéndose camino, aunque sea de manera más tosca, porque es precisamente nuestra necesidad de Belleza no efímera la que nos hace ser lo que somos. Y salir a buscarla nos hará mejores.
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