Fernando Bonete & Hilda García | 13 de febrero de 2021
Lucas Villavecchia rompe con la idea del editor snob, limitado a la lectura y la selección. Su imagen es la del editor «arremangado», que debe dedicarse a «todo tipo de cosas, desde paquetes hasta newsletter» para mantener y seguir haciendo crecer su proyecto, Gatopardo.
El concepto de «libro único» cobija los títulos de Gatopardo, una editorial cuya propuesta es ecléctica en autores y estilos, pero uniforme en calidad y gusto. El gusto de su editor, Lucas Villavecchia, en continuidad con las raíces familiares del sello, fundado en 2015 por sus abuelos, «sin ambiciones económicas, por puro amor a los libros, pero también con la idea de una empresa profesionalizada y con el máximo de lectores posible».
Tras su primer lustro de vida, Gatopardo seguirá apostando por las traducciones de libros extranjeros. Este 2021 estrena nueva línea de ensayo, y publicará libros inéditos de escritoras como Linda Boström Knausgård y Barbara Pym. También trabaja en un proyecto colectivo para la publicación de escritoras españolas y latinoamericanas que podría ver la luz muy pronto.
Pregunta: Al principio o al final, todos los entrevistados de esta serie responden a la misma pregunta: ¿qué es un editor?
Respuesta: Es algo así como un agente de aduanas, en el sentido menos autoritario de la palabra, alguien que establece un filtro, un criterio o un canon a caballo entre su propio gusto personal y el de una comunidad de lectores que tiene siempre en mente para decidir qué pasa y qué no. En mi caso, ejerzo ese filtro con libros extranjeros, y hago una criba rigurosa para ver qué títulos de entre el maremágnum que se publica cada año merecen llegar a los lectores españoles en virtud de su calidad literaria, su originalidad o la relevancia del discurso que plantea. El editor procura que una tecnología tan antigua, pero tan perfecta como un libro, con una extensión muy limitada frente a las avalanchas de información de Internet, proporcione la mejor experiencia al lector.
Pregunta: Y la sociedad, ¿reconoce este trabajo, cree en el editor?
Respuesta: Los lectores asiduos sí. Los lectores asiduos creen en la figura del editor, aunque no lo sepan. Es decir, el hábito de acudir una y otra vez a la misma editorial, y no tanto porque un título pueda interesar más o menos, sino porque la propia editorial es un aval, una garantía de calidad, es una muestra inconsciente, pero suficiente, de que los lectores otorgan una gran relevancia al editor. Hay lectores que se toman los libros en serio, que saben que la lectura tiene consecuencias, que un libro tiene el poder de cambiar tu forma de pensar.
P.: ¿De dónde viene su vocación por esta labor?
R.: La genealogía de mi vocación como editor es familiar. Crecí en una familia de letraheridos. Crecí rodeado de libros. Mis padres no se dedican a la literatura o a los libros, pero siempre han estado muy interesados, al igual que mis abuelos, que son quienes fundaron Gatopardo hace poco más de cinco años, cuando eran ya muy mayores. Mi abuelo tenía 94 años, mi abuela un par menos. Siempre habían tenido grandes inquietudes literarias, habían sido amigos de grandes escritores de su época, se habían movido mucho en ese ámbito.
Hay lectores que se toman los libros en serio, que saben que un libro tiene el poder de cambiar tu forma de pensar
P.: ¿Cómo es que toman la decisión de fundar una editorial siendo tan mayores?
R.: En una conversación de sobremesa con Mónica Monteys, quien impulsó el proyecto desde el principio, se habló de un libro de Lampedusa descatalogado, y mis abuelos dijeron: «¿Por qué no lo publicamos nosotros?». Mónica mencionó que para publicar un libro hacía falta tener una editorial. Y ellos respondieron: «Pues fundemos una editorial». Y así surgió, sin un plan demasiado premeditado. Gatopardo se puso en marcha y hoy contamos con casi setenta títulos.
P.: ¿Y usted?
R.: Yo por entonces trabajaba en Londres, en Penguin Random House, en el departamento de Foreign Rights, y era mánager de ventas del sureste asiático. Era como Bill Murray en Lost in Translation, viajando por aquella región, visitando a clientes en Vietnam, Filipinas, Tailandia. Antes había sido becario en Libros del Asteroide, y había hecho informes de lectura para otras editoriales. Cuando surgió este proyecto, lo vi como una oportunidad magnífica para ponerme a trabajar en serio como editor y preservar al mismo tiempo el legado de mis abuelos, que fundaron esta editorial sin grandes ambiciones económicas, por puro amor a los libros, pero también con la idea de que se convirtiera en una empresa profesionalizada y con el máximo de lectores posible. En eso estamos.
P.: En 2020 cumplieron cinco años de su fundación. ¿Cómo valora este lustro de trayectoria, con qué momentos se queda?
R.: Los mejores momentos se pueden resumir en dos categorías. La primera, cuando he leído manuscritos que me han deslumbrado y me llevo la recompensa de descubrir un libro, a menudo un libro que hace tiempo que existe, pero que está escrito en otro idioma y que nadie ha detectado y publicado en España. La adrenalina que eso te produce es insustituible, y acumulo esos descubrimientos como hitos, independientemente de su mayor o menor éxito comercial. Por ejemplo, El río del tiempo de Jon Swain, que para mí es uno de los mejores títulos de nuestro catálogo, pero que no se ha vendido bien. Recuerdo que lo encontré en un quiosco de aeropuerto en Vietnam. Es un clásico absoluto del periodismo literario, escrito por el reportero más joven que cubrió la guerra de Vietnam y que a punto estuvo de ser ejecutado por los jemeres rojos.
La segunda, la satisfacción de haber visto crecer a Gatopardo entre lectores, libreros y los medios, de manera lenta pero sostenida. Porque esto se consigue con mucho esfuerzo y un tipo de actividad no tan glamurosa como podría pensarse y para la que alguien como yo, con un perfil literario, no tiene necesariamente una facilidad natural. El 90% del trabajo del editor de una editorial como Gatopardo no tiene mucho que ver con la idea romántica de pasarse el día leyendo en una poltrona, sino con arremangarse y hacer todo tipo de cosas, desde paquetes hasta newsletters, pasando por una cantidad considerable de burocracia y relaciones públicas.
La culminación de esta proyección creciente ha sido que el pasado diciembre Bookish seleccionó una de nuestras novedades, Estado del malestar de Nina Lykke como su libro del mes. En un año tan difícil como el de la pandemia esto ha supuesto un gran espaldarazo, porque nos ha permitido llegar a muchísimos lectores que quizá de lo contrario no se habrían fijado en nosotros.
El 90% del trabajo del editor no tiene que ver con la idea romántica de pasarse el día leyendo
P.: ¿Qué dificultades ha tenido el año de la pandemia para una editorial independiente como Gatopardo?
R.: Ha sido más difícil que para otras editoriales ya consolidadas. De hecho, leía en la entrevista que hicisteis en esta serie a Enrique Redel que estos tiempos de pandemia ha coincidido con un crecimiento de Impedimenta. Y conozco otros casos, como el de Periscopi, que ha tenido un año de ventas maravilloso.
En nuestro caso, el año ha acabado bien, pero los meses de cuarentena fueron muy difíciles, porque coincidieron con el momento en que yo tomaba las riendas al frente de la editorial. En febrero se hicieron algunos cambios para impulsar nuestro trabajo, variaciones en el programa editorial y en la estructura de la empresa, y al cabo de unas semanas me encuentro con el confinamiento. Hubo tres libros que quedaron algo huérfanos y no tuvieron el acompañamiento que esperábamos, porque no salieron en prensa, no se colocaron en librerías. La vida de las novedades es muy corta. Si no coges carrerilla al principio, es muy difícil dar el salto después.
Por otra parte, estos meses han servido para replantear el negocio y nuestra línea editorial. Pudimos confeccionar los planes para el lanzamiento de una colección de ensayo que me rondaba la cabeza hacía tiempo. Además, durante el confinamiento he podido leer mucho y contratar libros a los que, de no disponer de ese tiempo extra, no habría llegado a tiempo, o por los que habría tenido que competir con otros editores. En ese momento en el que no se contrataron tantos títulos, una editorial pequeña como la nuestra sí se vio beneficiada.
P.: Ustedes mismos afirman apostar por el «libro único», concepto que toman del editor italiano Roberto Calasso. ¿Qué significa esto?
R.: «Libro único» se refiere sobre todo al catálogo en su conjunto. En el caso de Calasso, dice que la constelación de títulos que abarca el catálogo de Adelphi funciona como una especie de libro único, casi como una metáfora borgiana. En Adelphi eso se refleja en la numeración, todos están dentro de la misma colección con una única numeración.
Gatopardo es una única colección con una numeración corrida. Es un catálogo muy ecléctico, cuyo nexo de unión, además del gusto personal del editor, está en la calidad literaria. Tenemos algunos títulos que son más exquisitos, como el de Giorgio Manganelli sobre Samuel Johnson, o clásicos más exigentes, como Henry James, y al tiempo tenemos otros libros de gran calidad literaria, pero tal vez más fáciles de leer. Pero siempre con un estricto listón de calidad literaria, sin caer en lo puramente comercial.
Mis abuelos fundaron esta editorial sin ninguna ambición económica, por puro amor a los libros
P.: En esa variedad hay libros olvidados que habían quedado inéditos en español, clásicos, literatura contemporánea, pero solo traducciones, ¿por qué?
R.: Primero, porque hay que cavarse un nicho. No es que le hagamos ascos a publicar en español, pero es un paso muy difícil. Hay tantas editoriales prestigiosas, consolidadas y exitosas que se dedican a autores de España o Latinoamérica que para una editorial como Gatopardo sería difícil empezar a publicar ahora a buenos escritores españoles. Si valen la pena, estarán mucho más interesados en publicar en otras editoriales que parecen una salida más natural a sus libros.
También es verdad que para una editorial joven una manera fácil o accesible de empezar, cuando nadie te conoce y comienzas a trabajar con las agencias, es acudir a rescates o libros que han caído en el olvido, a los títulos descatalogados, e irte labrando un camino, un prestigio y una comunidad de lectores. Es más económico hacerlo con libros antiguos.
Hay una voluntad de hacer justicia, de llenar lagunas con estas recuperaciones. Hablamos de libros que a veces son clásicos de su país de origen y que por alguna razón aquí no han formado parte del canon. Requieren la labor de sacarlos a la luz.
Dicho esto, en lengua española, justo este año estamos trabajando en un proyecto muy interesante que incluye a una serie de autoras de España y Latinoamérica. Es un proyecto colectivo, y si va bien pronto lo podremos anunciar. Será el primer paso para tratar de incorporar voces en español a nuestro catálogo.
P.: Entendemos que la labor de traducción es muy importante para vuestro catálogo, ¿qué tiene que tener un traductor para formar parte de su equipo?
R.: Sí, para nosotros es fundamental la figura del traductor, y tanto Mónica Monteys, que es la que trabaja más estrechamente con los traductores, como yo mismo, hemos hecho alguna incursión en la traducción. Sabemos lo importante y lo difícil que es la labor del traductor. Lo que tiene que tener es un conocimiento impecable de la lengua de llegada, es decir, del español. En nuestro caso, no tenemos mucha rotación de traductores, buscamos a aquellos que puedan establecer una relación de complicidad con la editorial, un entendimiento y una disponibilidad para trabajar los textos bastante a fondo.
Una de las señas de identidad de Gatopardo, precisamente por ser una editorial pequeña, es que no se puede permitir ningún error y todo debe ser impecable en todos los aspectos del proceso editorial, desde el diseño hasta la maquetación. Y, sobre todo, a lo que se le dedica más tiempo es a la corrección y a la revisión de las traducciones, que corre a cargo de Mónica. Es un proceso muy exhaustivo e incluso algunos traductores nos han dicho que nos metemos mucho más a fondo que otras editoriales con las que suelen trabajar. El traductor es el punto de partida indispensable de todo el proceso. Si la traducción falla, falla todo lo demás. Estamos muy contentos con todos, trabajamos codo con codo y no es raro que se hagan dos revisiones de estilo de un libro, o las que haga falta, para que quede impecable. Es el caso de Lo que Maisie sabía de Henry James: nuestra edición supuso una revisión meticulosa de una traducción preexistente de Sergio Pitol en la que se emplearon a fondo Mónica Monteys y María Antonia de Miquel.
El nexo de unión de nuestras publicaciones es la calidad literaria, no caemos en lo comercial
P.: Y para todo este proceso de edición, traducción, corrección, maquetación, diseño, ¿con qué equipo cuenta Gatopardo?
R.: Estoy yo como director editorial. Mónica Monteys se encarga de la fabricación de los libros, trabaja codo con codo con los traductores en la edición de mesa, y en la maquetación y producción con la diseñadora, que es Rosa Lladó, encargada tanto de la maquetación como del aspecto visual de los libros. Conmigo en la oficina está Marta Valverde, que se ocupa de la comunicación y la prensa. Cuento también con el asesoramiento financiero de Pantaleón Bruguera y el apoyo y la sabiduría de Enrique Murillo, que lo ha visto todo en esto de la edición y a quien me gusta llamar mi «consejero áulico».
P.: La identidad visual gatopardiana es diferente a la de cualquier otra editorial. ¿Cuáles son las características de los diseños de sus publicaciones y de dónde viene esta preocupación?
R.: Esta cuestión estuvo muy presente desde el origen y, aunque yo no estuve involucrado en ese proceso, sé que se tardó muchísimo en llegar a una propuesta definitiva de diseño. Se tenía muy claro que debía ser una editorial visualmente atractiva, pero a contracorriente de lo espectacular, de la búsqueda del impacto visual casi gratuito y exagerado que se produce por un incentivo perverso: hoy día hay tal avalancha de novedades en las librerías que es importantísimo que un libro te entre por la portada.
Tratando de mantener cierta elegancia, se decidió un diseño que consiste en partir la portada en dos, con una parte que es puramente blanca y la imagen abajo, si era ficción, y arriba, si es no ficción. Sutilmente, sin crear una colección diferente, se establecía una distinción entre narrativa de no ficción y narrativa de ficción. Esto se ha roto un poco en los últimos libros, precisamente porque, como me encargaba yo de buscar las imágenes, que es otra de las cosas que hace un editor, empezaba a encontrar algunas que eran perfectas para un libro, pero que en ese formato tal vez se quedaban un poco pequeñas y no encajaban. Decidí romper el molde y en Beber o no beber o Hielo hemos cambiado un poco la estructura, sin renunciar al espíritu del diseño original.
También hay otra característica de algunos de nuestros libros y es que tienen una fotografía en la tripa cuando creemos que puede aportar algo. La variación principal siempre fue la variación cromática, que es el sello distintivo de la editorial y que hace que toda la colección venga unificada.
En cuanto a diseño, sí están cambiando un poco las cosas, porque la nueva colección de ensayo, que empieza con el título Clics contra la humanidad, tiene un lomo de color blanco y no de color, y tendrá todas las portadas a sangre, es decir, que ya no habrá esa mitad en blanco.
Gatopardo tiene la voluntad de hacer justicia, de llenar lagunas con recuperaciones de libros
P.: Estamos a comienzos de 2021, muy pronto empieza la nueva temporada de lanzamientos. ¿Qué novedades prepara Gatopardo para este año?
R.: Hay dos cambios principales. Uno es que va a haber un enfoque mayor en la literatura contemporánea. No va a haber tantos rescates, aunque sí vamos a publicar un libro inédito de Bárbara Pym en otoño. Nos vamos a centrar más en ficción contemporánea. Por ejemplo, un libro que me hace mucha ilusión de una autora de origen asiático pero crecida en Estados Unidos, que se llama C Pam Zhang y que fue finalista del Booker Prize. Es un wéstern bastante atípico, porque está escrito desde el punto de vista de unos inmigrantes chinos que van a Estados Unidos durante la época de la fiebre del oro. Da la vuelta a muchos estereotipos de este mito fundacional.
Tenemos también autores que no habían sido publicado en España y que traemos nosotros por primera vez, como Linda Boström Knausgård, que es la exmujer de Karl Ove Knausgård y que quizá por esto ha sido un poco eclipsada, pero que es una escritora con méritos propios.
Aparte de esta perspectiva más contemporánea, lanzamos una colección de ensayo que creímos que iba a tener una identidad tan propia que no valía la pena incluirla en la colección única que teníamos hasta la fecha. Así, hemos creado la colección paralela «Gatopardo ensayo», que publicará pocos títulos al año, muy bien seleccionados y con un enfoque más centrado en abordar problemas del mundo contemporáneo que a todos nos preocupan.
Por ejemplo, el primero es sobre un problema tan universal hoy en día como la economía de la atención, cómo las grandes empresas tecnológicas secuestran y explotan nuestra atención. Se podría comparar con el documental de Netflix que ha visto todo el mundo, El dilema social, pero con un calado más hondo y en línea con el espíritu de Gatopardo, ya que el autor fue uno de los estrategas principales de Google, pero un día se cayó del caballo y decidió dejar la industria que le daba de comer. Se dio cuenta de que no estaba al servicio de sus usuarios, sino en su contra, y se fue a la Universidad de Oxford a estudiar filosofía y ética de la tecnología. Es un claro exponente de esta colección, con la que queremos tratar con rigor y profundidad temas contemporáneos, sin caer en la divulgación más efímera, en la autoayuda ni en el academicismo más estéril. Al final, el objetivo de Gatopardo es contribuir a que la gente se replantee temas que le preocupan y poder llegar a un público lo más amplio posible.
Fernando Bonete & Hilda García
Editor y director general de Rialp, Santiago Herraiz es un descubridor de tesoros que define su profesión como una tarea vocacional y bastante adictiva. El también escritor afirma que quiere para su sello «un pensamiento positivo, no relativista ni pesimista, y nunca desesperanzado».
Fernando Bonete & Hilda García
Claudia Casanova es editora y cofundadora de Ático de los Libros, sello independiente que este 2020 ha atravesado su 10º aniversario. «Nuestra propuesta es tan arbitraria como que cada vez que nos apetece publicar un libro por su calidad literaria, lo hacemos», explica.