Jesús Montiel | 31 de enero de 2021
La montaña no se mueve, no se derrumba ni cambia de postura. Acepta el cielo del invierno y calla bajo la nieve, helándose cada noche.
Medita como una montaña, dicen los hesicastas. Es lo que me ayuda a no rendirme si no tengo ganas de sentarme en mi banquito de madera: la actitud de la montaña. La montaña no se mueve, no se derrumba ni cambia de postura. Acepta el cielo del invierno y calla bajo la nieve, helándose cada noche. También la oración tiene sus climas, todos necesarios para alcanzar el fruto. Todos oportunos, a la postre. Lo primero es anclarse, la fijación de la montaña. Sentado, mirar cómo pasan los pensamientos igual que las nubes, uno tras otro, sin irnos con ninguno. Medita como una montaña quiere decir no juzgar la realidad sino mirarla, enlentecerse.
Se me ocurre una mujer parecida a la montaña: la viuda perseverante. Jesús les cuenta a sus discípulos una parábola para que aprendan a orar sin descanso. Una mujer llama a las puertas de un juez inicuo clamando justicia. Lo hace día y noche, con la perseverancia de la montaña, hasta que el juez inicuo cede. No sea que por venir continuamente, dice, me agote la paciencia. Si esto lo hace un juez injusto, glosa Jesús, ¿qué no hará el Padre con quien ora con insistencia? Y una segunda mujer, Ana, hija de Fanuel. Esta mujer, se dice en los evangelios, no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Día y noche, igual que la primera viuda. Igual que la montaña.
Mi banquito de madera es el lugar en el que aprendo la fidelidad de Ana, la hija de Fanuel. Donde la montaña me enseña su quietud, tan necesaria en esta sociedad vertiginosa. La puerta a la que llamo cada jornada, como la viuda insistente. Al final de la parábola de esta viuda, Jesús les pregunta a sus discípulos si hallará fe sobre la tierra cuando el mundo concluya. Esta mañana, yo me pregunto si la muerte me hallará sentado en mi banquito de madera, perseverando. Si estaré de pie, igual que la montaña que veo diariamente al cerrar mis ojos. Serena, lenta, tan quieta delante de los vientos. La montaña, la viuda, la hija de Fanuel. Tres advientos, tres maneras de no rendirse.
A lo largo de la Historia, planteamientos filosóficos, religiosos y vitales se relacionan con la Belleza. Nuestra percepción ha evolucionado, pero no nuestra necesidad de ella.
Escribir es el intento de poseer y de retener un poco de ese trocito de belleza revelada en el instante, casi divino, en el que el asombro vence por fin a la distracción.