Óscar Vara | 27 de enero de 2021
No es que ElRubius aborrezca eso que se llama «justicia social». Más bien es que la cuarta revolución industrial conspira contra los sistemas fiscales que abusan de su poder y se perciben como agresivos.
Pocas traiciones duelen tanto como las que cometen los héroes populares: futbolistas, cantantes, políticos… tanto da. Aunque ellos son mortales como nosotros, el momento llega en que se hace evidente que ya no pertenecen al pueblo llano. Se separan del grupo del que surgieron. Algunos logran convertir la indignación en arrepentimiento colectivo (¡votando!). Para otros, el pecado resulta imperdonable ya que, gracias al estatus que ellos mismos les han concedido, pueden librarse de los males habituales que ellos mismos sufren. Y, de entre ellos, se libran de uno temible y odiado: Hacienda.
Lo hemos visto esta semana con el caso de los youtubers Ibai, aplaudiendo que paguen más los que más ingresan («y más quizá que les deberían quitar») y el ElRubius, anunciando que trasladaba su residencia fiscal a Andorra («Hacienda me trata como un criminal desde el día uno»). Las redes sociales se agruparon en dos bandos enfrentados de patriotas fiscales y damnificados de la voracidad fiscal de Estado. Y hay que reconocer que no es tema sencillo, este de los impuestos. Incluso Adam Smith, padre del liberalismo, los defendía en su famosa Riqueza de las Naciones, aunque solo si cumplían estos requisitos: que cada ciudadano contribuya al sostenimiento el Gobierno de acuerdo con sus habilidades; que no sean arbitrarios; que se establezcan de la forma más conveniente para el contribuyente; y que afecten al bolsillo lo menos posible.
Sin embargo, un sistema impositivo no puede definirse al margen de la sociedad en la cual se va a imponer. Existe una necesidad de acomodar «juicios éticos de los ciudadanos» con «impuestos que se les van a obligar a pagar». Un sistema fiscal no puede entenderse justo cuando sus ciudadanos lo viven como lo opuesto. Desafortunadamente, lo que los ciudadanos entienden como justo o injusto no es una realidad homogénea, sino que, en muchos casos, se apoya en teorías de la justicia completamente contradictorias. Aunque es una realidad que, en las sociedades modernas, la falta de definición de lo que es el Estado del bienestar, y cuáles deben ser sus funciones y actividades, es una invitación a su crecimiento sin fin. A Hacienda le importan poco las teorías de la justicia frente a la eficiencia del sistema impositivo, cuyo único propósito parecer ser el de recaudar cuantos más impuestos mejor. Poco son nuestros Gobiernos modernos si no ofrecen a sus clientes cada vez más bienes y servicios, aparentemente gratuitos.
Los economistas plantean el problema con el pretendido desapego de los científicos. El objetivo de un impuesto es que sea óptimo, que consiga maximizar el bienestar de los ciudadanos desde una concepción utilitarista. Pero el bienestar de toda una sociedad es difícil de definir. Es más, cuando algunos apuntaron que es a través de las elecciones democráticas como una sociedad manifiesta qué es lo que, en concreto, le proporciona bienestar, vino el premio Nobel Kenneth Arrow con su Teorema de la Imposibilidad a decirnos que ese es un ejercicio fútil.
La contienda ha quedado planteada entre los más liberales y los más socialdemócratas. Muchos sitúan a los primeros en el territorio de la teoría de la justicia de Nozick y a los segundos en la de Rawls. Y a pesar de los matices infinitos que deberíamos hacer, la distinción puede valernos para estas líneas.
En la línea de Nozick, los impuestos son una agresión a derechos fundamentales, un robo incluso
La pregunta de Nozick, en línea con John Locke, es la de ¿a qué tenemos derecho? Para Locke es claro: tenemos derecho a nosotros mismos, a los frutos de nuestro esfuerzo y, por lo tanto, a la propiedad privada de los mismos. Estamos antes que la sociedad, que el Estado que creamos para que nos apoye y catapulte en nuestro florecimiento personal. Por eso, nadie tiene derecho a excluir absolutamente de la propiedad a los demás, porque ellos también tienen derecho a desarrollarse. Pero Nozick va más allá. La propiedad privada puede crear escasez de ciertos bienes, incluso carencia de ellos, siempre y cuando esto no empeore la situación de las demás personas. La propiedad privada es el medio que usamos para alcanzar nuestros fines particulares, los que nos motivan individualmente y que solo nosotros estamos capacitados para darles importancia. La libertad es esencial. Debemos ser libres y debemos poseer medios para construir nuestras acciones.
Rawls, mientras, afirma que: «Todos los bienes sociales esenciales -libertad y oportunidad, ingreso y riqueza y las bases del autorrespeto- deben distribuirse igualitariamente, a menos que una distribución desigual de alguno o de todos ellos supusiese una ventaja de los menos favorecidos».
Dos concepciones del Estado, y fiscales, muy diferentes nacen de las ideas de estos pensadores: en la línea de Nozick, los impuestos son una agresión a derechos fundamentales, un robo incluso. En la línea de Rawls, se justifica el trato fiscal discriminatorio del que tiene habilidades que le facilitan obtener mayores ingresos respecto del que no las tiene y la redistribución de renta por medio de los impuestos. Redistribución que pretende corregir la distribución de bienes previa a la creación del sistema fiscal y que, también, promueve una distribución diferente de las cargas fiscales entre personas.
Mientras que la teoría de Rawls habla de una sociedad ideal, Nozick habla de acciones de las personas. Que es de lo que hablan las declaraciones de Ibai y las acciones de ElRubius. No es que ElRubius aborrezca eso que se llama «justicia social», no lo creo. Más bien es que la cuarta revolución industrial conspira contra los sistemas fiscales que abusan de su poder y se perciben como agresivos, confiscatorios e injustos: ahora es más fácil tomar el pendique y marcharse con nuestro trabajo a cualquier sitio que nos trate mejor. Un sistema fiscal óptimo debería esforzarse por retener a sus miembros más hábiles en la difícil tarea de ganar dinero. Claro, que eso implicaría marcar los límites del propio Estado, contener su crecimiento. Misión imposible.
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