Jorge Soley | 09 de febrero de 2021
California presenta un sistema basado en una distancia enorme entre quienes poseen la riqueza y el estatus social y el grueso de la población, una sociedad rígidamente estratificada y sin ascensor social.
Cuando se trata de ejemplificar eso de las «dos Américas» (nos referimos aquí a los Estados Unidos), se suele confrontar, por una parte, lo que llaman la «América profunda», compuesta por estados más que republicanos, trumpistas, poblados por paletos blancos y pobres, amantes de las armas y de la comida grasienta y abundante, con los estados woke: dinámicos, multirraciales, con conciencia climática y donde sus ciudadanos comparten alegremente fajitas, sushi y comida cajún con los ilegales acogidos en sus ciudades-santuario. Entre los primeros están Wyoming, Oklahoma, Alabama o Idaho. Entre los segundos, junto al inseguro Nueva York, al corrupto Illinois y al «socialista» Vermont, California destaca como referente.
California: sol, playa, surf y los Beach Boys, Hollywood, Silicon Valley y el buen rollito. El futuro al que todos aspiramos… con la excepción de los propios californianos: desde hace unos años, el número de los que huyen de California supera al de quienes llegan a ese El Dorado progre. Entre 2014 y 2018, el saldo migratorio se sitúa en números negativos que oscilan entre los 46.000 del primero a los 156.000 del último. Y lo peor es que quienes se van de California son aquellos en edad de formar una familia: el mayor grupo, un 28%, tienen entre 35 y 45 años, y una cifra casi igual es la constituida por los grupos de 25 a 35 años y los de 45 a 55 años. ¿Qué puede estar ocurriendo en California para que tanta gente se esté yendo a vivir a otros estados?
Quizás tenga algo que ver con este fenómeno la polarización social creciente, un modelo en el que dominan los oligarcas de la tecnología y en el que la clase media no deja de erosionarse. Un lugar en el que las compañías tecnológicas, tanto de servicios como de entretenimiento, ganan cada vez más, pero que ya tiene un nivel de desigualdad peor que el de su vecino México, tal y como ha documentado el analista Spencer P. Morrison.
A principios de este siglo no era así: California tenía una economía con síntomas claros de vitalidad y bastante diversificada, incluyendo diferentes industrias, agricultura, petróleo, software o su industria aeronáutica. Luego llegó la crisis y la reacción del Gobierno demócrata, aumentando considerablemente la carga impositiva y lanzándose a esa fiebre reguladora tan querida de los políticos que quieren demostrar que hacen algo. El resultado inmediato fue la marcha de las grandes compañías energéticas y aeroespaciales, a las que siguieron las automovilísticas y financieras, llevándose con ellas muchos de los puestos de trabajo que daban ocupación a la clase media. Desde entonces se han creado puestos de trabajo, sí, pero en su mayor parte con remuneraciones bajas: California ha creado cinco veces más trabajos con remuneraciones bajas que altas y el 86% de los trabajos creados durante la última década tienen salarios por debajo de la media. Muchos de estos trabajos son, además, especialmente vulnerables a la situación creada por el impacto de la COVID-19, al estar concentrados en el comercio y la restauración.
En cuanto a la creación de puestos de trabajo en la industria, California ha bajado al puesto 44 entre los 50 estados de la Unión y suponen solamente un tercio de los creados en sus competidores directos como Texas, Virginia, Arizona, Nevada o Florida. Un sector bien pagado como es el del comercio internacional, responsable de cinco millones de puestos de trabajo en California, también está en retroceso debido a la pérdida de competitividad por cuestiones regulatorias que han provocado el constante retroceso de los puertos de Long Beach y Los Ángeles. El Golden State tiene actualmente la mayor distancia en los Estados Unidos entre rentas medias y altas: un 72%, en comparación a la media nacional del 57%.
De acuerdo con el US Census, California tiene la tasa de pobreza más alta de todos los estados norteamericanos, una pobreza que se concentra en el interior y en torno a las grandes áreas urbanas. El economista John Husing, que ha analizado la región al oeste de Los Ángeles, señala que las regulaciones climáticas establecidas en California han perjudicado gravemente los sectores de la construcción, la energía, la agricultura y las manufacturas, que tradicionalmente habían generado el empleo en esa región. Esta zona, con una población tan grande como el área metropolitana de Boston, tiene el salario medio más bajo entre los 50 mayores condados de los Estados Unidos. Los Ángeles, por su parte, tiene la tasa de pobreza mayor entre las áreas metropolitanas de los Estados Unidos.
California ya tiene un nivel de desigualdad peor que el de su vecino México
Pero bueno, al menos tenemos Silicon Valley, antiguamente una zona industrial y ahora sede de las grandes empresas tecnológicas… con el resultado de una pérdida de 160.000 empleos en las industrias manufactureras; una pérdida que no compensan los puestos de trabajo en el sector tecnológico, que además contrata a un 40% de empleados extranjeros con visados temporales. Un lugar en el que los muy ricos prosperan, la clase media declina y cada vez hay más gente viviendo en la pobreza. Lo mismo que San Francisco, el lugar de los Estados Unidos donde, según el Brookings Institute, la desigualdad ha crecido más durante la última década: la renta media del 1% más rico (3,6 millones de dólares) es 44 veces la renta media del 99% restante. Un panorama que se completa con las mayores tasas de robos en un área urbana de los Estados Unidos y con una explosión de homeless, una tendencia contraria a la global en el país, donde los sintecho se han reducido. No es de extrañar que el año pasado el 46% de los residentes en Bay Area manifestaran que tenían planes para irse de allí (un 74% entre los milenials de San Francisco).
Este panorama contrasta con lo que célebres progresistas como Laura Tyson (profesora en la Haas School of Business de la Universidad de California, Berkeley) y Lenny Mendonca (ex asesor en jefe económico del gobernador de California y colaborador en la Stanford Business School) sostienen, a saber, que California es la vanguardia de una «nueva era progresista» en la que emerge como ejemplo de justicia social. ¿Justicia social con estos niveles de pobreza? No, no es que ignoren estos datos, lo que ocurre es que para los nuevos «guerreros de la justicia social» (social justice warriors) esta se define de otro modo. Consiste en una mezcla de multiculturalismo, ideología de género y conciencia climática, aderezada por una acogida indiscriminada a todo tipo de migrante (California ha concedido 1 millón de carnés de conducir a inmigrantes que han entrado ilegalmente en el país).
Se entiende que, ante el futuro esplendoroso que se abre para California, la pobreza de tantas familias sea un detalle molesto pero de poco interés. Lo mismo que la situación económica de los negros y los hispanos, glorificados en la ideología oficial como minorías víctimas de una larga opresión, pero abandonados en la vida real: el 28% de los negros de California vive en la pobreza, en comparación con el 22% nacional, y un tercio de los hispanos, que ya son el mayor grupo étnico del estado, es pobre en comparación con el 21% en el resto de los Estados Unidos. El motor del ascenso social, en otros tiempos la educación, ofrece un panorama desolador, con los peores resultados en comprensión lectora del país y el puesto 49 de 50 en resultados entre los alumnos negros e hispanos. Eso sí, el adoctrinamiento en la cosmovisión progre alcanza niveles altísimos.
California, lejos de la extendida visión idílica, se asemeja más a lo que ya hay quien designa como «neofeudalismo»: un sistema basado en una distancia enorme entre quienes poseen la riqueza y el estatus social (y dominan también la toma de decisiones políticas) y el grueso de la población, una sociedad rígidamente estratificada, sin ascensor social y en la que grandilocuentes declaraciones compensan por una miserable vida. Los grandes oligarcas de la tecnología no parecen estar incómodos en su rol y, para admiración del mundo (y desesperación de quienes viven junto a ellos), las donaciones realizadas desde 2016 por esos humanitarios benefactores han ido en un 93% fuera de California, especialmente a proyectos contra el cambio climático.
Así que, la próxima vez que le hablen de California como del sueño de un futuro radiante de utopía tecnológica y woke, recuerde la creciente pobreza y los miles de californianos que huyen cada año de ese «paraíso».
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