Esperanza Ruiz | 07 de febrero de 2021
Adriano Erriguel clasifica las palabras en diferentes categorías dentro del lenguaje ideologizado. Habla, por ejemplo, de «palabras-trampa» o «palabras-policía».
Cada vez que alguien escribe palabras como ‘populista’; ‘conspiranoico’, o su nueva versión, ‘terraplanista’; ‘facha’ o ‘extrema derecha’, pongo cara de duples de reyes y pitos. Belcebú no solo carga fuscos cuando no miramos, también conceptos. Conceptos prêt-à-penser de colecciones pasadas de moda, la más antigua datando de la época de Dimitrov. Y no, no me refiero al jugador de tenis búlgaro, sino a otro búlgaro que fue secretario de la Internacional Comunista allá por el segundo tercio del siglo pasado.
La realidad se construye a través de las palabras. Si las marcamos, como las cartas, parecerá natural que obtengamos con frecuencia la misma mano. De hecho, es lo que quiere la banca, un eterno bacarrá. Afortunadamente no todo está ganado, pero revisen los sistemas de camuflaje y armamento del Aston Martin. Por si acaso. Los súper villanos Reductio ad fascium y su mutación Pictoline Popper, junto con «Chorrito de agua templada», siempre están al acecho con su rayo paralizante.
Hay vocablos que he decidido prohibirme recientemente. Por ejemplo, ‘casoplón’, ‘Netflix’ o ‘gato’. Sé que debería vigilar el término ‘posmodernidad’, pero tengo que consultarlo con mi filósofo de cabecera. El palabro ‘batalla cultural’ me da un poco más de dolor de cabeza. Ya he aprendido que no hay que darla. O bueno, un poquito si quiero, pero armada con la cucharilla del café y un libro de puericultura. El arcabuz en el altillo.
Los conservadores no deben bajar al barro. El barro debe subir a ellos. La casa es grande y no repara en gastos. Sobre todo de tintorería. Si eso no es panache, que venga Jünger y lo vea. Y es que España es un lugar donde algunos se especializan en expedir dos tipos de certificados de defunción política: el de Montesquieu, en sede parlamentaria, y el de Gramsci, en sede tabernaria. La hegemonía cultural c’est moi y ponme otro vermú, Manolo.
No sé cuántos latigazos merezco por leer a Adriano Erriguel, pero ya me dejarán el recado. Somos carne de andanada de aquellos que se llaman andana. Si lo saco a colación es porque el autor mejicano clasifica las palabras en diferentes categorías dentro del lenguaje ideologizado. Por ejemplo, considera las «palabras-trampa» como «aquellas que tienen un sentido usurpado o resignado».
Entre estas, se encuentran dos de mis preferidas: ‘tolerancia’ y ‘solidaridad’. Yo siempre he asociado la última al ámbito del derecho, concretamente al Libro IV del Código Civil. Cuando este término sale de lo jurídico, prefiero ir con pies de plomo y ser lo más caritativa posible. Lo de la tolerancia es diferente. Creo que la verdadera paradoja que le concierne es que su mejor representante comercial fuera un traficante de esclavos antisemita de empolvado pelucón. Doctores tiene la logia. Aunque ahora me pregunto si se puede escribir la palabra ‘logia’ sin que a una la adscriban al reptilianismo.
He oído en la radio que Donald Trump había dejado el despacho oval hecho unos zorros y que eso estaba muy feo. De acuerdo, pero oigan, mejor el despacho oval que Corea del Norte o Irán. Por supuesto, no ha faltado el lote de escribientes que ha querido echar su particular cuarto a espadas con el «populista» de Nueva York. Hay mucho Pacheco de Narváez que quiere acabar con el general Boulanger.
Algunos le han dado tantas vueltas a lo del fascismo que al final han vuelto al principio
Uno de los mayores traficantes de la palabra ‘populismo’ es un filósofo francés cuyo nombre no diré. Vende a sus distribuidores utilizando las rutas europeas y, aunque en Francia nadie quiere su camelote, tiene cierto éxito entre algunos periodistas y políticos patrios. Estos menudean con el vocablo y el resultado final es la intoxicación de aquellos que confunden el boulangismo con el sujeto político de la Soberanía Nacional.
Como es lógico, los más interesados en que esto sea así son, como el filósofo y su cuadrilla, aquellos que se consideran «resolutivamente cosmopolitas» y que han dejado escrito desde 1985 su desprecio por ciertas manifestaciones genuinamente populares, que ven como «odiosas». Son los mismos que confunden el nacionalismo con la velocidad, pero allá cada cual.
Si usted no sabe lo que compra, ellos conocen bien la mercancía que le venden aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o que, supuestamente, Boulanger pasa por Washington. Sé que cabrearé a algunos amigos liberales, pero yo, que no tengo un apartamento en Nueva York, dos en París y una villa en Marruecos, prefiero ser cauta con la palabra ‘populismo’.
Y no solo con eso. Debo andarme con ojo, porque enseguida te llaman al orden los balizadores de caminos: que si eres una basi-bozuk, que si aleccionas, que si no hay que satisfacer los bajos instintos del populacho, que si escribir artículos es esto o aquello, que si la abuela fuma… Te hacen sentir un poco como Danton en los cafés de las galerías; bueno, más bien como el marqués de la Rochejaquelein en Beaupréau, pero supongo que todos somos el «facha» de otro.
Y hablando de «fachas», algunos le han dado tantas vueltas a lo del fascismo que al final han vuelto al principio. Han acabado de dar por buena la visión que Bardèche tenía del asunto cuando lo calificaba de ideología de contingencia, de cabreo de padre de familia ante el desmadre. Si alguien lo duda que pregunte a Jorge Verstrynge. Ha debido leer casi todo del cuñado de Brasillach. Yo, si les soy franca (con perdón), hace tiempo que no me preocupo de las «palabras-policía».
No sé si ‘conspiranoico’ y ‘terraplanista’ forman parte de ese grupo. Son términos que están muy en boga últimamente. Llama la atención que quienes los utilizan con más profusión son aquellos que, históricamente, siempre han considerado sus ideas como las más críticas con el poder.
Accedan al foro de cualquier periódico o allí donde tengan por conveniente. No es necesario que les dé por hablar sobre hombrecillos verdes, experimentos de la CIA o de cómo Theodor Adorno escribió el She loves you de los Beatles. Tenga simplemente la desgracia de plantear una queja o duda legítima que concierna a la gestión político-sanitaria del drama que estamos viviendo. Verá qué rápido la nueva inquisición les regala cualquiera de los dos epítetos citados con anterioridad.
Palabrita que esto de las palabras es complicado, y a mí se me están acabando.
La desigualdad, la exclusión, la pobreza, generan incertidumbre y miedo con respecto al presente y a un futuro nada halagüeño.
Lo mejor de la vida no es vivirla, sino pensarla. Igual que con los hijos: lo mejor no es tenerlos ni criarlos, sino empañarlos a base de conceptos.