Bieito Rubido | 05 de febrero de 2021
Más de dos mil menores, ya desarrollados, vagabundean por las calles de Tenerife, Las Palmas, La Laguna, Fuerteventura… El ministro del Interior, un tal Grande Marlaska, parece entender que aquello no va con él.
Las escenas de violencia en las calles de las principales ciudades del archipiélago canario como consecuencia de la llegada masiva de inmigrantes se suceden con una frecuencia inquietante. Los canales de televisión, tan dados a escandalizarse por nimiedades, apenas sí recogen lo que empieza a ser una situación de podredumbre social. Más de dos mil menores, ya desarrollados, vagabundean por las calles de Tenerife, Las Palmas, La Laguna, Fuerteventura y demás núcleos urbanos relevantes de las islas. Roban a los viandantes, agreden a personas indefensas, intentan abusar de mujeres. El Gobierno de España permanece mudo y ajeno a todo cuanto allí acontece. El ministro del Interior, un tal Grande Marlaska, parece entender que aquello no va con él. Aquí, en la península, siempre creemos que a nosotros nunca nos ocurrirá nada de lo que vemos. Pensamos que solo agreden y roban a los demás.
Vaya por delante que yo creo que la inmigración ordenada es buena y necesaria para España. Somos un país de viejos y necesitamos todo ese caudal humano que llega hasta aquí. Ello no impide que les expliquemos a quienes han escogido este país como lugar para asentarse que en España hay leyes, normas, valores y comportamientos cuya transgresión está penada en nuestros códigos. La mejor forma de ayudar a un inmigrante es tratando de que comprenda a este país. De ahí a dejar campar a sus anchas a los jóvenes agresivos que cada día protagonizan escenas de violencia en Canarias, hay un abismo.
Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los inmigrantes que se mueven por todo el mundo querrían quedarse, si pudiesen y tuviesen una vida mejor, en el lugar de sus ancestros, donde están sus raíces. Nadie se marcha de su casa alegremente, porque ese viaje huele siempre a olvido y a destierro. Ayudémoslos, por tanto, a integrarse y la mejor manera es enseñándoles el poder coactivo de un Estado de derecho civilizado.
Estar al frente de la gestión pública de una pandemia que se ha llevado por delante a casi cien mil personas exige un rigor y una responsabilidad que Fernando Simón ha evidenciado no tener.
Siento el mayor de los respetos hacia las víctimas mortales de la covid y sus familias, pero no debemos convertir a la hostelería en el mayor de los sacrificados.