Javier Arjona | 27 de febrero de 2021
En septiembre de 1925, un contingente franco-español de 13.000 soldados llevó a cabo una gran operación de desembarco en el norte de África, sentando las bases de una estrategia que, años más tarde, seguirían los aliados en las costas de Normandía para cambiar el signo de la Segunda Guerra Mundial.
Desde mediados del siglo XIX, el hostigamiento de las cabilas rifeñas a las ciudades de Ceuta y Melilla había provocado la intervención militar española en un sultanato marroquí que por aquel entonces no tenía capacidad de controlar una insurgencia que campaba a sus anchas al margen de las autoridades locales. Una primera victoria del general O’Donnell en la Primera Guerra de Marruecos, con la toma de la ciudad de Tetuán incluida, acabó con la firma del Tratado de Wad-Ras en 1860 y, años más tarde, tras la denominada Primera Guerra del Rif, sería Martínez Campos quien lograse una paz favorable para los intereses de España en plena regencia de María Cristina de Habsburgo. Era el año 1894 y, a pesar del éxito en aquellas intervenciones militares, la cuestión marroquí no había hecho más que empezar.
Con Antonio Maura al frente del Consejo de Ministros, llegaba en los primeros compases del reinado de Alfonso XIII el primer desastre del ejército español. Una nueva revuelta en las proximidades de Melilla, en el verano de 1909, acabó con la severa derrota de las tropas comandadas por el general Marina en el Barranco del Lobo, arrojando un balance de más de ciento cincuenta soldados muertos. En aquel momento Europa vivía una escalada de tensión como consecuencia de la agresiva política exterior llevada a cabo por el káiser Guillermo II, que en 1912 conduciría a la firma del Tratado de Fez, por el que se constituía el Protectorado Español de Marruecos. Precisamente como reconocimiento a su labor diplomática, el rey Alfonso XIII concedió entonces a Manuel García Prieto el título de marqués de Alhucemas.
En todo caso, la Segunda Guerra del Rif ya estaba en marcha. Sería aquel un largo conflicto bélico de resistencia de las tribus rifeñas ante la ocupación colonial que, aunque de manera intermitente, se acabaría prolongando hasta el año 1926. La cuestión marroquí se convirtió en un auténtico quebradero de cabeza para los sucesivos Gobiernos conservadores y liberales, y llegó a su momento crítico en 1921, cuando los insurgentes liderados por Abd El-Krim masacraron a cerca de trece mil soldados del ejército español en el tristemente conocido como Desastre de Annual. La exigencia de responsabilidades por la cadena de errores cometidos provocó una grave crisis de gobierno, que a punto estuvo de arrastrar al rey Alfonso XIII como máximo responsable, tras haber dado unas discutibles órdenes de avance al general Fernández Silvestre.
La realidad es que la mochila marroquí cada vez era más pesada y se hacía necesario cambiar la estrategia política y militar en un Protectorado que en todos aquellos años se acabaría llevando la vida de 120.000 soldados. Aunque comenzaron a darse ciertos pasos por parte de los Gobiernos conservadores de Maura y Sánchez Guerra para sustituir la beligerancia militar por la negociación civil, y con el liberal Manuel García Prieto la estrategia ya pasaba por reducir los efectivos en el norte de África, un grupo de altos mandos del ejército seguía pidiendo una mayor contundencia como único camino para resolver el problema. La gota que colmó el vaso fue el pago del rescate por los 326 prisioneros españoles de Annual, hecho que provocó que algunos jefes militares demandaran una operación de castigo contra Abd El-Krim.
En este contexto fue cuando tuvo lugar, en septiembre de 1923, el golpe militar del general Miguel Primo de Rivera, en connivencia con el rey Alfonso XIII, con el objetivo de llevar a cabo una completa regeneración política en el país y reenfocar con firmeza la situación en Marruecos, latentes todavía los ecos del Desastre de Annual. La excusa que necesitaba el dictador jerezano para llevar a cabo una ofensiva en el Protectorado llegó en abril de 1925, cuando un Abd El-Krim espoleado por sus recientes éxitos decidió atacar la zona francesa del sultanato alauí, provocando que el general Phillipe Pétain, héroe de Verdún y futuro jefe de Estado en la Francia de Vichy, se uniera a los planes españoles contra los rebeldes rifeños. El plan trazado por ambos militares consistió en un desembarco sin precedentes en la bahía de Alhucemas, aprendiendo de los errores de la ofensiva anglo-francesa en Galípoli, llevada a cabo en 1915 contra el Imperio otomano.
Así pues, el 8 de septiembre de 1925, un contingente de 13.000 soldados, agrupados en dos brigadas reforzadas, y varios tanques Renault FT-10 y Schneider CA1, desembarcaron en las playas de la Cebadilla y de Ixdain en barcazas tipo K, apoyados por más de medio centenar de buques de guerra y cerca de 150 aviones. Era la primera vez que desembarcaban carros de combate desde barcazas en una operación militar en la que un mando único coordinaba la ofensiva terrestre y el apoyo aeronaval. En la parte alta de la playa minada esperaban 9.000 rifeños protegidos en fortificaciones, bien pertrechados con ametralladoras y cañones de 70 y 75 mm. La primera oleada comenzó a las 11:40 de la mañana al mando de los coroneles Franco y Martín, y la segunda tuvo lugar a las 13:00 horas.
En un complicado escenario que podría recordar al de los aliados tomando la playa de Omaha en Normandía, el ejército español, compuesto principalmente por 3 banderas del Tercio de la Legión, 9 tabores de Regulares y un batallón de Infantería de Marina, logró hacerse con la playa, fusil en ristre y bayoneta calada, en medio de un enjambre de balas enemigas. Una vez neutralizadas las posiciones de los rebeldes, el resto del día se completó el desembarco logístico. Durante las dos jornadas siguientes, las tropas franco-españolas hubieron de hacer frente a varias ofensivas rifeñas que trataron de evitar a la desesperada la consolidación de las posiciones ganadas tras el desembarco. El 30 de septiembre comenzó la ofensiva hacia el interior y en la primavera de 1926 culminaba la pacificación del Protectorado con la derrota de Abd El-Krim.
El éxito logrado en el desembarco de Alhucemas aumentó la popularidad de Miguel Primo de Rivera que, en diciembre de 1925, suavizaba la presencia militar en las distintas Administraciones y daba entrada al gobierno a varios ministros civiles pertenecientes a la Unión Patriótica. Aunque la Constitución de 1876 seguía suspendida y la dictadura se iba consolidando, la cuestión marroquí había quedado resuelta de manera definitiva. La etapa republicana fue un periodo de tranquilidad con el vecino del sur, tanto por la política de desarme que se llevó a cabo en el Protectorado como por el esfuerzo diplomático que permitió ganarse la confianza del jalifa Muley Hassan, representante del sultán en la región, a quien el presidente Alcalá-Zamora recibiría con toda solemnidad en el Palacio Nacional, en el mes de mayo de 1932.
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