Mariona Gúmpert | 03 de marzo de 2021
En el diálogo entre Sam Leith y Douglas Murray sobre la eutanasia se pone de manifiesto que somos seres sociales y, en tanto tales, la sociedad en la que nacemos nos afecta y nos configura como personas.
El diálogo entre Sam Leith y Douglas Murray que puedes leer aquí remite a la tradición anglosajona de discutir temas que interesan a todo el mundo en forma de diálogo, de manera que -sin perder seriedad- acercan al lector (o espectador) a los términos filosóficos en los que suelen tratarse estas cuestiones. Tenemos como ejemplo reciente la discusión entre el tradicionalista Jordan Peterson y Slavoj Zizek (sobre la felicidad), o -un poco más pretérita- la mantenida entre Bertrand Russell y Frederick Copleston acerca de la existencia de Dios (pueden encontrar ambas fácilmente en Internet).
En esta ocasión, y a raíz de la eutanasia, encontramos supuestos filosóficos que resumen bien cuáles son actualmente los pilares que rigen nuestra sociedad, y por qué estos resultan frágiles. Por un lado, queda de manifiesto cómo el presupuesto liberal de poner por encima de todo la libertad individual no solo no da cuenta de lo que implica ser una persona, sino que esta máxima entorpece el buen funcionamiento de la sociedad: somos seres sociales y, en tanto tales, la sociedad en la que nacemos nos afecta y nos configura como personas. Del mismo modo, la consideración que tengamos del individuo influye en la visión -y posterior materialización- del grupo social en el que estamos insertos.
De este manera, la visión que tengamos de la sacralidad del ser humano y de la vida ha de conformar y moldear al grupo social. Un ejemplo manido es el de la sociedad alemana bajo el gobierno de Hitler: en el momento en que ser judío o gitano deja de encajar en el concepto de persona, se produce un cambio radical que afecta a toda la sociedad a la hora de considerar qué vidas merecen ser cuidadas, y cuáles son simple escoria de la que deshacerse.
Puede parecer exagerada esta comparación ante el aborto y la eutanasia pero, como se pone de manifiesto a través del diálogo, al final todo se remite a qué concepto tengamos de la dignidad y sacralidad de la vida. Como se menciona en un momento de la conversación, nuestra sociedad ha sido la única en la que se ha considerado a todo individuo humano como alguien digno y, en base a esta dignidad, se ha desarrollado toda una forma de considerar a las personas, afectando en consecuencia a la legislación. El problema principal es que dicha consideración se basa en «intuiciones», y no en la visión clara y razonada filosóficamente durante siglos a través del llamado iusnaturalismo. En el momento en que, desde principios del siglo XX, se empezó a considerar que los problemas filosóficos se reducían a problemas de lenguaje, empezamos una corriente resbaladiza que acabó en el «todo es relato». Y, del todo es relato, a «todo es relativo, y cada persona tiene que elegir por sí misma», hemos llegado hoy a donde estamos. Pero, no teman: la tradición filosófica sigue ahí, y quien busca la verdad siempre puede encontrar respuestas en dicha tradición.
La muerte provocada de María José Carrrasco evidencia que la eutanasia no se debe legitimar.
Toda sociedad envejecida debe decidir si invierte en atención a los ancianos o si impulsa la eutanasia. Nuestro Gobierno social-comunista parece haber decidido que lo progresista es lo segundo.