Bieito Rubido | 22 de marzo de 2021
Sabemos que Iglesias Turrión es un extremista peligroso, cuyo principal combustible ideológico es el resentimiento.
Ya sabemos que Pablo Iglesias Turrión ha perdido las elecciones del próximo 4 de mayo. Lo sabemos por la sociometría, que, aunque está un pelín devaluada, todavía no se equivoca tanto como para detectar el olor a fracaso que exhala el dirigente de Podemos. La duda ahora radica en si, finalmente, conseguirá -o no, como en Galicia– representación en la Asamblea de Madrid. Todo es posible. A él se le nota un tanto inquieto, casi desesperado. Nunca fue moderado, suele impostar cierta ponderación en sus contenidos y una artificial textura vocal, a partir de la cual pretende aparecer como un político templado. Todo es falso. Sabemos que Iglesias Turrión es un extremista peligroso, cuyo principal combustible ideológico es el resentimiento.
Ahora ya tenemos un dato más para constatar que Iglesias Turrión sabe que está derrotado: el empleo de la calumnia. Cuando los argumentos políticos se le agotan, cuando sus excompañeros no quieren alianzas con él, cuando su rival acaricia ya una victoria abrumadora… es cuando en sus entretelas íntimas se instala la calidad de perdedor y entonces recurre a la calumnia. Es la mayor evidencia de su derrota, aunque siga creyendo que el «calumnia que algo queda» todavía funciona en algunos sectores enfadados y envidiosos de la sociedad española.
Pablo Manuel Iglesias Turrión, el político que tenía que encargarse de las residencias de mayores y abdicó de sus responsabilidades para ver una serie de Netflix, a la búsqueda de una épica de la que carece, hizo afirmaciones gravísimas el viernes pasado contra Díaz Ayuso. Con ello pretendía desacreditar a la candidata a renovar su mandato en la Comunidad de Madrid. Ella se limitó a proponer un debate a los votantes: «Comunismo o libertad». Turrión, que presume de lecturas y elaborado intelecto –otra falsedad más, perceptible a poco que se le escuche— solo supo recurrir a una viejísima práctica: la calumnia. Con ello nos ha confirmado que asume estar ya en los últimos días de su vida política.
La izquierda no invierte ni un minuto en eso que denominamos «el interés general», el bien común, la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.
Ni Sánchez es un socialdemócrata ni Iglesias es un izquierdista clásico. Son dos narcisos que ansían la púrpura, pero que no van a transformar la sociedad para bien.