Bieito Rubido | 30 de marzo de 2021
El catalanismo, en sus distintas versiones, jamás se mostró satisfecho y sigue empeñado en exigir un diálogo para el que no está preparado. Ese diálogo no es otra cosa que la imposición de sus tesis.
Cataluña vuelve a vivir el esperpento de una clase política instalada en la anomia. De nuevo, las mezquindades personales se hacen patentes en unos políticos a los que les puede más su visión egoísta de la realidad que la altura de miras del bien común. La independencia es su religión, mientras aquel territorio de España desciende año tras año, y de manera inexorable, hacia la decadencia. Es una pena, pero Barcelona dejó de ser la ciudad cosmopolita, puerta de Europa y capital de la libertad, para convertirse en una aldea, donde sus habitantes no tienen ni la gracia ni el talento de quienes les precedieron. Se han vuelto especialmente antipáticos. Ya no solo para el resto de los españoles, sino también para los europeos que creen que tampoco ellos empatizarían con unos ciudadanos que viven instalados en el agravio y en el odio al vecino.
Sánchez, el sofista más barato y simple de los últimos años, considera peligroso que en Madrid puedan gobernar los «ultras», adjetivo que atribuyen a los dirigentes del Partido Popular, pero le parece muy bien que en Cataluña sigan, con su aliento, los golpistas independentistas, que son cualquier cosa menos moderados. Sánchez, además, le ha compensando con el mayor flujo de dinero de todos los españoles, a través de los presupuestos, como no había hecho nadie desde el franquismo. Porque Franco también apaciguaba a los catalanes dándoles más dinero y prebendas que al resto de España.
Aun así, el catalanismo, en sus distintas versiones, jamás se mostró satisfecho y sigue empeñado en exigir un diálogo para el que no está preparado. Ese diálogo no es otra cosa que la imposición de sus tesis. Sánchez, por estar un semestre más en la Moncloa, hará lo que sea. De momento, transferir cientos y cientos de millones a Cataluña, mientras deja a otras tierras de España en el más absoluto abandono. Curiosamente, Madrid, a la que Sánchez desprecia de palabra y omisión, sigue disparada en su crecimiento, ya que, mientras no se demuestre lo contrario, la economía crece gracias a la iniciativa privada y no siguiendo las tesis de la extrema izquierda, tan querida por el sanchismo. El mismo sanchismo que ha dejado reducido a cenizas al viejo PSOE del socialdemócrata Felipe González. Todo muy preocupante. Todo para reflexionar.
Se puede gobernar un país, administrarlo, orientarlo hacia un futuro de progreso y convivencia sin necesidad de destilar tanta ideología negativa y tanto odio hacia una parte de la población.
La ineficiencia evidenciada por la UE en la compra y distribución de vacunas anti-COVID-19 para los 27 países miembros debería, al menos, dejarnos alguna lección.