Fernando Carratalá Teruel | 31 de marzo de 2021
Análisis de Procesión, cuarto título que forma el Poema de la saeta, en el centenario de la publicación de la primera versión del Poema del cante jondo, de Federico García Lorca.
Procesión
Por la calleja vienen
extraños unicornios.
¿De qué campo,
de qué bosque mitológico?
Más cerca,
ya parecen astrónomos.
Fantásticos Merlines
y el Ecce Homo,
Durandarte encantado,
Orlando furioso.
El poema es un romancillo de diez versos heterométricos, con predominio del heptasílabo (versos 1, 2, 6, 7 y 9), y en los que se ha prescindido del encabalgamiento (la pausa versal está fuertemente marcada, incluso por signos de puntuación). Los pares riman en asonante /ó-o/, con la peculiaridad de que los versos cuarto y sexto terminan en palabra esdrújula («mitológico» y «astrónomos» -versos octosílabo y heptasílabo, respectivamente-). El resto de los versos posee asonancias «ocasionales»: rima /é-e/ en los heptasílabos primero y séptimo; rima /á-o/ en los versos tercero y noveno -tetrasílabo y heptasílabo, respectivamente-; y el verso quinto, que es trisílabo, queda suelto (/é-a/). Con todo ello se logra la combinación de cierta movilidad y estatismo que caracteriza el solemne paso de los cortejos procesionales.
El poema queda perfectamente dividido en dos partes: los versos 1-7, en los que la atención se dirige a los cofrades, y los versos 8-10, centrados en la figura de Cristo; y así se pasa de los «unicornios» (verso 2), que parecen «astrónomos» (verso 6) y «Merlines» (verso 7), al «Ecce Homo» (verso 8), comparable con «Durandarte» (verso 9) y «Orlando» (verso 10).
Los «Extraños unicornios» (verso 1) es la alusión metafórica a los capirotes -cucuruchos de cartón cubierto de tela que usan los penitentes en las procesiones de Semana Santa-. La asociación entre el capirote y el unicornio -animal fabuloso que fingieron los antiguos poetas, de forma de caballo y con un cuerno recto en mitad de la frente– es obvia, y justifica la interrogación retórica de los versos 3-4, que complementa la imagen: «¿De qué campo, / de qué bosque mitológico [vienen]?». Quedan así perfectamente justificados los adjetivos «extraños» y «mitológico» aplicados respectivamente a «unicornios» (verso 1) y a «bosque» (verso 4; las mitologías de diversas civilizaciones atribuyen a los bosques propiedades sagradas, y en ellos habitan seres fantásticos). Y ese carácter fabuloso y mágico que García Lorca otorga a los cofrades -con sus capirotes propios de unicornios-, le permite compararlos con el mago Merlín -el más poderoso de la epopeya artúrica-, cuyos sabios consejos le sirvieron al legendario Arturo para reinar sabiamente sobre Camelot (verso 7: «fantásticos Merlines»).
En la segunda parte del poema, aparece en primer plano la imagen de Jesús en pleno sufrimiento. La frase del verso 8- «Ecce Homo»– es de origen latino, y tiene por traducción «Este es el hombre» o «He aquí el hombre». [Según el Evangelio de san Juan, estas son las palabras pronunciadas por el gobernador romano de Judea, Poncio Pilato, al presentar a Jesús de Nazaret flagelado, atado y con la corona de espinas, ante la muchedumbre que pedía su muerte. Pilato «se lavó las manos», ya que no encontraba motivo suficiente para condenarlo a muerte].
El el verso 9, García Lorca se refiere a Cristo como «Durandarte encantado». Para entender la aplicación del adjetivo «encantado» a Durandarte hay que recurrir al capítulo XXIII de la Segunda Parte de El Quijote («De las admirables cosas que el estremado [cabal] don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa [falsa]»):
Digo -respondió don Quijote- que el venerable Montesinos me metió en el cristalino palacio, donde en una sala baja, fresquísima sobremodo y toda de alabastro, estaba un sepulcro de mármol con gran maestría fabricado, sobre el cual vi a un caballero tendido de largo a largo, no de bronce, ni de mármol, ni de jaspe hecho, como los suele haber en otros sepulcros, sino de pura carne y de puros huesos. Tenía la mano derecha (que a mi parecer es algo peluda y nervosa, señal de tener muchas fuerzas su dueño) puesta sobre el lado del corazón; y antes que preguntase nada a Montesinos, viéndome suspenso mirando al del sepulcro, me dijo: «Este es mi amigo Durandarte, flor y espejo de los caballeros enamorados y valientes de su tiempo. Tiénele aquí encantado, como me tiene a mí y a otros muchos y muchas, Merlín, aquel francés encantador que dicen que fue hijo del diablo; y lo que yo creo es que no fue hijo del diablo, sino que supo, como dicen, un punto más que el diablo. El cómo o para qué nos encantó nadie lo sabe, y ello dirá andando los tiempos, que no están muy lejos, según imagino. Lo que a mí me admira es que sé, tan cierto como ahora es de día, que Durandarte acabó los de su vida en mis brazos, y que después de muerto le saqué el corazón con mis propias manos; y en verdad que debía de pesar dos libras, porque, según los naturales, el que tiene mayor corazón es dotado de mayor valentía del que le tiene pequeño. Pues siendo esto así, y que realmente murió este caballero, ¿cómo ahora se queja y sospira de cuando en cuando como si estuviese vivo?». Esto dicho, el mísero Durandarte, dando una gran voz, dijo: «¡Oh, mi primo Montesinos! / Lo postrero que os rogaba, / que cuando yo fuere muerto / y mi ánima arrancada, / que llevéis mi corazón / adonde Belerma estaba, / sacándomele del pecho / ya con puñal, ya con daga».
Y en verso 10, el poeta se refiere a Cristo como «Orlando furioso», que es el título de un poema épico caballeresco, escrito por Ludovico Ariosto y publicado en 1532 (consta de 46 cantos escritos en octavas, con un total de 38.736 versos). En el Canto I, 2, y en los cuatro primeros versos de la segunda octava, escribe Ariosto: «Diré también de Orlando paladino / cosa no dicha nunca en prosa o rima, / pues loco y en furor de amor devino / hombre que antes gozó por sabio estima». Queda así justificado el adjetivo «furioso» empleado por García Lorca en el verso 10. Y la insistencia del poeta en lo mágico y misterioso -con ribetes épico-caballerescos- no hace sino trasladar a la Semana Santa sevillana ese encantamiento que subyuga a cuantos en ella participan como espectadores o protagonistas.
Análisis de Noche, segundo título que forma el Poema de la saeta, en el centenario de la publicación de la primera versión del Poema del cante jondo, de Federico García Lorca.
Análisis de Sevilla, tercer título que forma el Poema de la saeta, en el centenario de la publicación de la primera versión del Poema del cante jondo, de Federico García Lorca.