Esperanza Ruiz | 04 de abril de 2021
La Resurrección no es un acontecimiento diurno, tuvo lugar de madrugada. No todos pueden verlo. Volveremos a amar y a bailar; la libertad, en realidad, nunca la hemos perdido. Porque creemos somos libres.
Decía Gustav Mahler que, cuando llegara el fin del mundo, él se iría a Viena porque allí todo sucedía 50 años más tarde.
Nosotros no tenemos 50 años más. Quizá sí ustedes, pero yo al menos ya no los tengo. Lo sé porque recientemente he descubierto pequeñas manchas de sol en las manos. Mi abuela decía que son flores en el cementerio.
El primer movimiento de la Segunda Sinfonía de Mahler –Resurrección– comienza con una heroica marcha fúnebre. El Titán ha muerto -y nosotros con él-. Totenfeier. Ritos fúnebres por el fin de la vida y de los bares cerrados.
Este año me he perdido. Dos veces. Una de ida y otra de vuelta. En la de ida tenía un edredón como abrigo y el espíritu se acostumbró rápido a la voluptuosidad del amor, el color de las flores frescas y el gozo de vivir. La de vuelta es a la intemperie. En la ida él era un astro y a mí me orbitaban satélites; en la de vuelta, la conversación política y el relato de un nuevo mundo disparatado asola el corazón gastado. Hace algo más de un año, mi alma -la nuestra- era como la Viena de fin du siècle, despreocupada y sibarita. Con sus más y sus menos y su quejíos, porque todos llevamos dentro a un gitano del Sacromonte lamentándose por algo, pero podíamos contar la vida en do menor: los abrazos y la arena, sus palabras divagando en mi piel y la tierra caliente, los chiringuitos y los turistas. El poderoso drama, simplemente, proseguía.
Un año después, todo es colérico y violento, sin rastro de épica, hablando en neolengua, llorando a gentes que se fueron y soportando desmanes oficiales, fealdad institucionalizada, restricción de movimientos, mascarillas que nos hacen la pascua a las guapas y BOE de coña. Nuestra vida ya no es más la sensual capital del Imperio austrohúngaro (lo sé, tengo algo idealizado el pasado) y en un allegro maestoso nos debemos preguntar el porqué del sufrimiento. Fin del primer movimiento.
En el segundo movimiento, el héroe recuerda los momentos felices de su vida terrenal. No debemos olvidar un mundo en el que la luz del Mediterráneo nimba con luz secreta rostros morenos, existen Florencia y Petra, el champagne y el comté, el Alvear Palace, Dante y los hombres elegantes. Aún tenemos que amanecer en Maldivas, tomar cócteles en Florería Atlántico, encender una chimenea en Chipping Campden, ver a la condesa de Chinchón en el Prado y recorrer la Toscana en un Giulietta Spider.
En cierta ocasión, san Antonio de Padua, harto de que nadie acudiera a escucharlo, decidió ir a predicar a los peces. Estos atendieron al sermón y después se marcharon. Mahler expresa con este scherzo la vanidad, la angustia existencial del héroe que, torturado, lanza un grito de desesperación. La completa pérdida de la fe lleva irremisiblemente a una vida sin sentido. Tercer movimiento con dos golpes de timbal.
Es una tentación, desde luego. Que la tristeza arrugue la esperanza y que la frustración lo ponga todo perdido. Sin embargo, y a pesar de la apoplejía intelectual y moral que nos rodea, somos Ezequías –rey del reino de Judá– poniendo las cartas sobre la mesa y pidiéndole a Dios más años de vida. Aunque a veces esta parezca escrita por un letrista de saetas. Aunque la tozuda actualidad baquetee, insidiosa, nuestra alegría.
Pero ¡ay! la esperanza… La esperanza es insolente, posee el sentido innato de la frase rotunda que nos disuade de sucumbir bajo el hechizo de angustia y nos espolea con la fiebre recidivante del alma. Urlitch, luz primitiva. En el cuarto movimiento aparece un ángel que confirma el final de la duda en un ambiente de éxtasis. El ser humano, atorado por fuerzas tenebrosas, es iluminado por la claridad prístina. Vence quien se libera de la intimidación que ejerce la incredulidad. La victoria necesita la reacción instintiva hacia todo lo que sea auténtico, espiritual. Y la voz grave de una contralto.
Toda pasión está abocada a una resurrección y la nuestra no va a ser menos. ¡Mi hora llegará!– decía Mahler.
La creación artística y el escepticismo son dos cosas incompatibles y lo nuestro, lo de los que estamos de parte de la belleza, es verdad, trascendencia y por tanto arte. Será la hora de los audaces. Nuestra hora llegará.
La Resurrección no es un acontecimiento diurno, tuvo lugar de madrugada. No todos pueden verlo. Tan solo muestra sus últimas profundidades a las almas que no ignoran las tinieblas, a quienes pasearon los caminos de la noche. Volveremos a amar y a bailar; la libertad, en realidad, nunca la hemos perdido. Porque creemos somos libres.
Tras el salvaje grito de desesperación de un pájaro se recuerda la fragilidad humana y la llegada de la temida hora, las fanfarrias anuncian la resurrección. El Juicio Final ha llegado y la angustia crece hasta que los metales lanzan el grito victorioso que disipa las dudas finales. La vida ha triunfado sobre la muerte. Un resplandor divino ilumina a las almas que se dirigen a su celestial destino.
No hay versos más bellos que los de Klopstock para creer. Lo que ha latido habrá de llevarte a Dios.
¡Resucitarás, sí, resucitarás,
polvo mío, tras breve descanso!
¡Vida inmortal
te dará quien te llamó!
¡Para reflorecer has sido sembrado!
El dueño de la cosecha va
y recoge las gavillas,
¡a nosotros, que morimos!
¡Oh, créelo, corazón mío, créelo!
¡Nada se pierde de ti!
¡Tuyo es, sí, tuyo, cuanto deseabas!
¡Lo que ha perecido resucitará!
¡Oh, créelo: no has nacido en vano!
¡No has sufrido en vano!
¡Lo nacido debe perecer!
¡Lo que ha perecido, resucitará!.
¡Cesa de temblar!
¡Disponte a vivir!
¡Oh dolor! ¡Tú que todo lo colmas!
¡He escapado de ti!
¡Oh muerte! ¡Tú que todo lo doblegas!
¡Ahora has sido doblegada!
Con alas que he conquistado
en ardiente afán de amor
¡levantaré el vuelo
hacia la luz que no ha alcanzado ningún ojo!
¡Moriré para vivir!
¡Resucitarás, sí, resucitarás,
corazón mío, en un instante!
Lo que ha latido
¡habrá de llevarte a Dios!
Fin del Quinto Movimiento.
Feliz Pascua de Resurrección.
La poesía de verdad captura lo evidente, aquello lo que a simple vista está pero que no vemos.
El maestro Juan Ruiz tuvo la oportunidad y los proyectos para hacer realidad el sueño de una restauración de calidad para España. A la tristeza de su irremplazable pérdida unimos el desconsuelo de ver la situación en la que sobrevive su gremio.