Jaime García-Máiquez | 09 de abril de 2021
La Sábana Santa es infinitamente más que una pintura. Constituye un escándalo para muchos, una alegría para unos pocos y una señal para todos: la imagen del cuerpo de Cristo tras la Pasión es casi una fotografía de la transustanciación eucarística.
Hace años, me preguntaron que cuál era mi pintura favorita, y respondí que la Sábana Santa. Desde entonces ha llovido mucho, pero ha llovido sobre mojado: sigo pensando exactamente lo mismo. La Síndone (palabra que viene del griego «sindon», sábana) es infinitamente más que una pintura, ¡claro!, pero no deja de ser la representación de una imagen sobre un lienzo, lo que para mí es difícil desligar del ámbito de lo artístico y también, como ahora veremos, de lo técnico, es decir, de mi vida y mi trabajo.
La Síndone es un paño de lino con un tipo de ligamento de sarga llamado terliz, de forma rectangular (113 x 436 cm), que es donde envolvieron el cadáver de Jesús de Nazaret. Es la pieza arqueológica individual más estudiada en la historia de la investigación a nivel mundial. Aunque hace unos cuarenta años hubo cierta polémica sobre su autenticidad, debido a unas pruebas defectuosas del Carbono 14 que lo fechaban en la Edad Media, entre 1260 y1390, hoy nadie con un mínimo de seriedad tiene inconveniente en reconocer que es una reliquia de la Pasión de Cristo.
El escándalo de la Síndone no es su aceptación como reliquia, sino en realidad su mera e increíble existencia. Porque es un escándalo que la humanidad de Cristo quisiera reflejarse, autorretratarse en la fragilidad e insignificancia de un trozo de tela, que Dios haya querido legar al mundo semejante «documento» y la impresionante información que contiene, que esta no haya empezado a desvelarse hasta comienzos del siglo XX, que no sepamos aún como ha sido posible la plasmación de la imagen sobre la superficie, su épica historia material, su solemne belleza. Todo en ella es inexplicable. Como decía san Juan Pablo II, es «un reto a la inteligencia».
Un dato elemental que se argumentaba sobre la vinculación de la Síndone con Jesús es que el derecho procesal romano impedía que se condenara a una misma persona por un mismo delito (Non bis in ídem) y, por tanto, condenar a un reo -como el que aparece en la Sábana- a la flagelación (gracias a la imagen, sabemos que fueron 120 latigazos con el terrible Flagrum Taxillatum; el «escorpión», lo llamaban los propios romanos) y a la crucifixión. A esto habría que añadir, por cierto, la corona o el casquete de espinas y la lanzada en el costado, entre otras muchas cosas.
Pero los verdaderos descubrimientos que se han hecho sobre la Sábana Santa en los últimos años son los hallazgos médicos, botánicos, los de la intrahistoria teológica, los de la tecnología digital. Hay cientos, y solo puedo asegurar que desde el punto de vista de la investigación técnica de un objeto no hay nada, ni lo ha habido nunca, que se le pueda comparar ni de lejos en ningún museo del mundo. Paradójicamente, como no hay palabras, aconsejo leer alguno de los muchos libros que existen sobre el tema.
La imagen que aparece en la Síndone está en negativo, por lo que solo pudo contemplarse realmente tras las primeras fotografías que le fueron permitidas hacer a Secundo Pia en 1898, al que -tras la estupefacción general- acusaron de haber modificado las placas fotográficas. Pero más sorprendente es lo que descubrieron Schumacher, Jackson y Jumper en 1976, científicos pertenecientes a las fuerzas aéreas del ejercito de los EE.UU., al escanear la imagen de la Síndone con el llamado VP8, un procesador de imágenes digitales ideado en principio para «leer» la superficie de Marte: la imagen de Cristo está representada en tres dimensiones, en relieve, y no solo en negativo, sino además invertida a modo de un vaciado escultórico. El joven grupo de trabajo estadounidense no podía dar crédito a los resultados. Era algo absolutamente insólito, a lo que no se le ha podido encontrar explicación científica.
Peter Schumacher reconoció que «el resultado del VP8 no se ha obtenido nunca con ninguna otra imagen que se haya estudiado [menos con la Sábana Santa] ni tampoco he oído que le haya sucedido a nadie en ningún otro estudio».
(Revista LÍNTEUM, Nº 37. CES. Diciembre, 2004)
Más allá de las impregnaciones de sangre (grupo sanguíneo AB) o manchas de agua o de ungüentos (algunos de cardo, propio de reyes en la antigüedad), las dobleces y los desperfectos de ese «lienzo puro» que cita san Mateo (Mt 27, 59. Todos los evangelistas citan la Sábana: Mc 15, 45; Lc 23, 53; Ioh 19, 40) con dibujo de espiga (justamente el propio del Sumo Sacerdote hebreo al oficiar los ritos sagrados en el Templo)… lo más impresionante es que todavía no se pueda saber el qué y el cómo se ha llegado a «quemar» la imagen de Jesús en la superficie de la celulosa del lino de 0,15 milímetros de grosor. La quemadura es tan leve que es imposible contemplarla a menos de tres metros de distancia; «está hecha de nada», dice Mª Teresa Rute en El rosto de Cristo (Sekotia Ediciones. Madrid). Pero en esa «nada» está encriptada una cantidad de datos que dejan abrumados a los más meticulosos eruditos.
Aunque no se sepa, yo os diré lo que creo que produjo esa levísima quemadura del lino: fue el fulgor luminoso de la Resurrección de Cristo. ¿Qué si no? Por eso aún hoy, y con los incontestables argumentos científicos que existen, muchas personas no pueden aceptar la Síndone, pues de aceptarla se encontrarían de bruces y de cruces con la certeza de su milagrosa existencia material y, por tanto, con la divinidad de Jesús y una prueba de confirmación del Evangelio. Hace tiempo, un médico afirmó que el hombre de la Síndone estaba vivo; otro médico, que se estaba incorporando. Es probable, ¿por qué no?, lo primero que haría un hombre que resucita es levantarse. Pronostico que al primero que se le ocurra acercar un fonendoscopio a su pecho se llevará un susto de muerte.
San Juan Pablo II veneró la Sábana Santa, de la que dijo que era «espejo del Evangelio». Frente a la inagotable fuente de conocimiento que proporcionaba y el mensaje que transmitía, la consideró «un reto a la inteligencia».
La Síndone es la señal de Jonás que le pidieron los hebreos a Jesús para demostrar su divinidad, pero que se nos ha dado de una manera inédita y universal a nuestra «generación malvada» (Mt 12, 41; Lc 11, 29), por eso constituye un escándalo para muchos, una alegría para unos pocos y una señal para todos: la imagen del cuerpo de Cristo tras la Pasión, en el instante mismo de la Resurrección, es casi una fotografía de la transustanciación eucarística, un mensaje de vida escrito con un pincel de fuego… ¿Cómo no considerarla la más hermosa obra sobre lienzo jamás realizada por ningún artista?
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