José Carlos Rodríguez | 23 de marzo de 2017
Friedrich A. Hayek nació en aquella prodigiosa Viena del cambio de siglo que di0 también a Ludwig Wittgenstein, Sigmund Freud o Konrad Lorenz, entre otros tantos. Dudó entre la psicología y la economía y finalmente se decantó por esta ciencia social, de la mano de Friedrich von Wieser, primero, y Ludwig von Mises, después.
En Camino de servidumbre, Hayek alerta del desplome de Occidente hacia el abismo socialista. Esta obra lo convirtió en una celebridad en Estados Unidos
Dio el salto de Viena a la London School of Economics, donde se convirtió en el economista más influyente del momento, gracias a cuatro conferencias sobre el dinero y el capital (1931), asuntos “de una complejidad intelectual detestable”, según dijo por entonces un colega suyo. Hayek formó, con lo mejor del pensamiento monetario de la época, una teoría prodigiosa que hoy no ha perdido su valor y a la que hay que recurrir para explicar la última recesión de la que estamos saliendo a duras penas. Tan fulgurante fue su éxito como su fracaso en la misma institución y, pocos años después, “solo quedaba yo de entre los hayekianos”, dijo uno de sus alumnos. La avalancha keynesiana había arrasado con el análisis sutil, complejo y centrado en el hombre de Hayek y la escuela austríaca y arrastró a más de una generación de economistas al callejón sin salida de la relación entre macromagnitudes.
En aquellos años 30, el vienés concibió una de las pocas ideas a la vez original, feraz y cierta de las que pueden presumir las ciencias sociales, en un artículo titulado El uso del conocimiento en la sociedad. Es el resultado del debate que mantuvieron Mises y Hayek con varios economistas socialistas.
Mises había demostrado que el socialismo era inviable porque, si se llevaba a cabo, impedía que se formasen los precios y, sin ellos, era imposible hacer una gestión racional de los recursos. Él generalizó esa idea diciendo que los precios recogen la información que está dispersa por toda la sociedad y la codifican en lo que son señales para todos de lo que debe ser un comportamiento adecuado. Esas señales, además, se adaptan constantemente a la nueva realidad social. Lo que llamamos el mercado es un orden espontáneo, no impuesto, en el que colaboramos todos, sin necesidad de que nos interesemos más que por nuestros propios asuntos.
Hayek estuvo décadas esperando a que los intelectuales socialistas respondieran a los problemas que Mises y él vieron en su sistema económico de ordeno y mando. Pero la réplica no se ha producido. Está por comparecer el socialista con la suficiente honradez intelectual como para resolver la crítica que hicieron a la economía socialista o para reconocer su error. Excepción hecha de él mismo, que era socialista hasta que conoció el pensamiento de Mises.
Tras la Segunda Guerra Mundial, nuestro hombre propuso elegir un nivel en el escalafón del ejército alemán y ajusticiar a todos los que estuviesen por encima. Es la única opinión política extrema que se le puede achacar. En aquella época, iba a Viena a prestar ayuda a su familia y vio a su amor de juventud, que acababa de enviudar. Y la volvió a elegir, aunque para ello tuvo que renunciar a su mujer y sus hijos. Y abandonó Londres por Chicago.
Era ya una celebridad en los Estados Unidos, pero no por su pensamiento económico, sino por la obra de urgencia Camino de servidumbre (1944), en la que denunciaba el desplome de Occidente hacia el abismo socialista. Desde entonces, dedicó las décadas que le quedaban al pensamiento político. Él vio que, si el conocimiento estaba disperso, si no se podía organizar sobre un plan la economía, lo mismo ocurría con el resto de instituciones.
Está por comparecer el socialista con la suficiente honradez intelectual como para resolver la crítica que hicieron a la economía socialista o para reconocer su error
Siguió las enseñanzas de la Ilustración escocesa e inglesa y de Carl Menger para explicar que las instituciones que llamamos civilización son “fruto de la acción humana, pero no son diseñadas por el hombre”, sino que son el precipitado histórico de millones de experiencias, legado generación tras generación, y que han pasado por la prueba y el error lo suficiente como para que las tengamos en cuenta. Las instituciones son una forma de conocimiento cuando emergen de un proceso social abierto. Y despreciarlas para sustituirlas por la ocurrencia de un intelectual es algo más que un error; es una tontería snob. En Derecho, legislación y libertad y La fatal arrogancia está lo mejor de su pensamiento.
Friedrich A. Hayek vivió lo suficiente como para ver cómo se producía el hundimiento histórico del socialismo. Hoy hace 25 años de su muerte, pero sus ideas siguen tan frescas y vigentes como cuando las escribió.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.