José F. Peláez | 16 de abril de 2021
Lo difícil es vivir en torero, dar las ventajas, ponerse en el sitio, citar, templar y mandar cargando la suerte, desde la honestidad, desde la verdad. Y eso es lo que está haciendo Morante. Otros están escondidos en su mito.
Cualquiera que sepa mirar puede descifrar lo que está haciendo Morante. Cualquiera que no se conforme con pasear por la superficie, habrá entendido ya cuáles son sus intenciones, cuál es el origen, de qué va todo esto. Detrás de su sobreexposición mediática de los últimos días hay un motivo, una intencionalidad que trasciende el comentario puntual, que sobrepasa la anécdota y que pretende algo mayor, que no es otra cosa que llevar los toros de nuevo al centro del debate público, darle a la Fiesta el lugar preeminente que tiene dentro de nuestra cultura y de nuestra identidad como país.
Hace no mucho, los toros eran asunto de tertulia encendida, de discusión apasionada y, desde luego, primera página de la actualidad. Los tiempos y, sobre todo, la pandemia, están a punto de terminar con ellos, y no solo en el ámbito económico sino, sobre todo, en el ámbito mediático. Nadie habla de toros y, si eso sucede, es porque nadie los echa de menos. Y si eso es así, estamos muertos, porque una cosa es la cuota de pantalla y otra la cuota afectiva, que si se va es para no volver. Si se apaga la llama, si los toros se mueren en silencio y no pasa nada, es que no había, en realidad, nada que salvaguardar, que todo era mentira, un trampantojo, una tarde prescindible al año. Una extravagancia más.
Pero no. Para muchos, los toros son tan importantes como la música, el teatro o la pintura. Entre ellos, para Morante, que, por eso, se ha echado a la espalda la responsabilidad que nadie quiere, como cuando hay que tirar el penalti decisivo en la final de la Copa del Mundo. Qué narices, pongamos símiles taurinos. Alguien tiene que coger el estoque de matar y caminar muy despacito hasta la alimaña esa que se acochina en tablas con dos puñales apuntándote. Y ese alguien es el Maestro, claro. Por mucho que «los de plata» ayuden durante la lidia, llega un momento en el que el que va de oro está solo en el ruedo, mirando al miedo a la cara. Y ahí, ya no hay nadie más que él y el toro. Ya no hay ayudas, ya no hay amigos, ya no hay nada de nada. Solo queda jugarse el pecho y tirarte al balcón de la muerte sabiendo que posiblemente la muerte te gane. Porque la muerte siempre gana. Pero solo al final. Nuestro papel es morir cuando llegue el momento, pero sin descomponer la figura, morir por haber intentado someter a la vida a través de la belleza y el silencio, a través de esa gran obra que se produce en directo. Morir en torero.
La rivalidad es buena para el sector, pone a los toros en portada. Pero José Tomás la evita, la esquiva, la elude sistemáticamente
Pero morir no es lo más complicado. Lo difícil es vivir en torero, dar las ventajas, ponerse en el sitio, citar, templar y mandar cargando la suerte, de arriba abajo, de fuera adentro, desde la honestidad, desde la verdad. Y eso es lo que está haciendo Morante, que es hoy el maestro de los maestros, el que abre cartel, el gran patriarca a pesar de sus 42 años. Otros están escondidos en su mito, aislados en su ensimismamiento, jugando a videojuegos y no me parece mal. Pero, cuando está en juego la supervivencia de un hecho cultural de este calibre, hay que salir a dar la cara.
Hablo de José Tomás, claro. Más allá de sus cualidades como torero, que es otro artículo, se echa en falta que, en estos momentos, salga a dar la cara, a dar entrevistas, a agitar el tendido, a asumir su responsabilidad como figura del toreo. Morante le ha tirado un guante claro y me resulta sorprendente que nadie más lo esté viendo.
Por ejemplo, cuando Morante dice a ABC que «hay algunos que quieren ir siempre en segundo lugar. Yo no. A un chaval que toma la alternativa hay que cuidarlo, no utilizarlo como telonero», está hablando de José Tomás. Cuando dice que «aceptando la corrida de Miura he querido darle a Sevilla y a la temporada un motivo para que se hable de toros. Que los aficionados, al menos, puedan discutir sobre si seré capaz o no lo seré», está hablando de José Tomás. Y cuando, en declaraciones a Federico Jiménez Losantos en esRadio, dice que «lo que hace José Tomás no es torear. Hacer siempre la misma faena no es torear e ir dispuesto a que te coja no es el toreo», habla evidentemente de José Tomás. Y si lo hace es porque está intentando atizar la rivalidad, está intentando azuzar al sector, está -en otras palabras- pidiendo a gritos un mano a mano en Las Ventas que haga que no se hable de otra cosa durante meses en España.
Pero no olvidemos que Morante no lo necesita. Él es una figura que ya está inscrita en letras de oro en la historia de la tauromaquia. Quien necesita esto es el sector, el toreo y, por ello, su generosidad está siendo extrema. Podría estar en La Puebla esperando, a él no le hace falta el dinero. Pero Morante ama demasiado a los toros. Solo hace falta que José Tomás sienta lo mismo, demuestre torería y responda en los medios, a ser posible con la montera en la mano y brindando al tendido. Que se ponga al servicio de la historia y asuma el lugar que le corresponde. No se puede salvar esto con la pasividad de todo el mundo, pero mucho menos con la pasividad de las figuras. Y José Tomás es, sin duda, una gran figura, la más mediática, la que más tirón tiene, el llenaplazas por definición y el gran mito.
Morante es otra historia, Morante amplia los márgenes y escribe donde los demás lo dejan. No es un atleta, no es un filósofo, no es un samurái ni un faquir. Morante nació torero y torero vive cada minuto. Pero Morante es, ante todo, un restaurador. No hay en él nada de revolucionario y toda su lidia y su personalidad se centran en la búsqueda de las esencias, de la tradición, del clasicismo. Y no hay nada más clásico que la rivalidad. Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Dominguín y Ordóñez. Pedro Romero y Pepe Hillo, Curro y Paula, quizá Manolete y Arruza, quizá Capea y Julio Robles. Madrid-Barça, Triana-Macarena, PP-PSOE, monarquía-república, Alonso-Hamilton.
Esto es España y así funciona. La rivalidad es buena para el sector, pone a los toros en portada. Pero José Tomás la evita, la esquiva, la elude sistemáticamente. Yo entiendo que su manera de ser pueda ser esa, si no quiere hablar en sus medios –El País,- que no hable. Pero debe entender que, al menos, esta vez debe hablar en la plaza y aceptar ese mano a mano que Morante está pidiendo a gritos para salvar la fiesta y la Cultura española. Se dice pronto.
Este es el segundo puyazo. Si José Tomás tiene casta, no necesitará que lo provoque el picador una tercera vez: irá al caballo por voluntad propia a sentir el acero, a embestir con los riñones y con toda el alma. Para ser un mito hay que ganárselo en los momentos clave y este es uno de ellos. Estamos esperando.
La fiesta de los toros apela al orgullo de ser mortales y finitos, pero pretende la eternidad en cada muletazo. Esa aceptación del destino insulta, sacude y contraviene lo contemporáneo.
José Manuel Rodríguez Uribes ha tirado un derrote contra la fiesta de los toros por no defenderla y fomentarla, el cargo obligaba, como parte sustancial de nuestro acervo cultural. Sin embargo, anima a ir al teatro porque, a diferencia del toreo, «es una cuestión pacífica y no despierta polémicas».