Víctor Arufe | 26 de abril de 2021
Quiero rendir un homenaje a esos alumnos de primera fila. A quienes con su actitud encienden las luces de los docentes apasionados, a los que creen en un mundo mejor desde la batalla llamada educación.
La sociedad estratificada es una realidad. No todas las personas pueden volar en clase business en un vuelo internacional y ni tan siquiera en uno nacional. Los reservados de muchos locales de ocio son también inalcanzables para una gran mayoría de la población o las suites más lujosas y con más atenciones de un hotel. Incluso, en escenarios donde confluyen diferentes personas con diverso estatus social y económico, tal como sucede en un parque de atracciones, uno puede observar cómo la espera de la fila ordinaria para embarcarse en el miedo o la excitación es mayor que la de la cola del pase VIP. Pero hay una primera fila, una primera clase, a la que cualquier alumno puede acceder de forma voluntaria y sin pagar más por ello.
Una fila en la que escuchará la sabia voz del docente con gran nitidez y observará con detalle sus explicaciones volcadas a la pizarra tradicional o digital. Podrá incluso ver de cerca su parpadeo, los detalles de sus gestos corporales o percibir la pequeña corriente de aire que se produce cuando abre su libro o mueve los folios de encima de su mesa. Una primera fila gratuita y de acceso universal. Pero también una primera fila huérfana de alumnos y que en muchas ocasiones cuenta con un profundo eco.
Estar en ella es decir ¡profe, estoy aquí para aprender! Algo de lo que muchos alumnos se han olvidado. Quizá las familias no estén educando para que el aprendizaje sea el motor del ser humano, quizá los alumnos no entiendan la escuela como una oportunidad de crecimiento personal o quizá la escuela no cuente con los mejores embajadores para demostrar que es un lugar agradable y en el que todos los alumnos deberían sentirse afortunados por poder acudir.
Pero sea cual sea la causa, hoy quiero rendir un homenaje a esos alumnos de primera fila. A quienes tomaron al inicio de curso una decisión muy inteligente, a quienes acuden cada mañana con ganas de más, a quienes con su actitud encienden las luces de los docentes apasionados, a los que creen en un mundo mejor desde la batalla llamada educación.
Nunca ser de primera clase resultó tan fácil y accesible. Pero es quizá la facilidad de acceso lo que provoque desigualdad. Quienes van al aula a no aprender, con su cerebro cerrado y hermético y obligados por el sistema a pasar 5 horas diarias allí, no luchan por la igualdad de conseguir un buen sitio dentro del aula, un asiento de primera clase. Luchan por otras igualdades que les interesan más. Por eso, la igualdad es también desigualdad. Por eso, a veces sucede que quienes demandan igualdad son quienes manifiestan más desigualdad.
Quizá sea la hora de marcar un día del calendario para reivindicar el derecho de todo el alumnado a la primera fila y establecer diferentes acciones desde las familias para que sus hijos puedan tener esa oportunidad. Aunque me temo que ese día las calles estarán vacías de manifestaciones y luchas por cosas de poco interés para una sociedad mediocre.
El mundo tendría peor ventilación sin alguien lanzando los ojos al techo de la oficina o dibujando monigotes en los márgenes de un libro de texto.
La profesora del CEU Loli Botía ha desarrollado un proyecto para combatir el bullying en el patio escolar. Insiste en que «la sensibilización debe ser constante, porque por desgracia de lo que no se habla no existe», al tiempo que destaca el decisivo papel de la comunidad educativa y la familia.