Paula Rein | 05 de junio de 2021
Entre las numerosas aportaciones de Homero, cabe destacar la de haber sabido reflejar toda una cultura, con sus creencias y sus principios, en su creación artística.
En torno al siglo VIII a. C. se dice que vivió un cantor ciego que, acompañado de su cítara, se dedicaba a recorrer las ciudades de la Antigua Grecia narrando las hazañas de los héroes que arriesgaron sus vidas en la Guerra de Troya, acontecida cuatrocientos años antes. En nuestra herencia cultural lo conocemos por el nombre de Homero, pero es esta una cuestión –la cuestión homérica– que todavía hoy invita a la investigación.
La realidad es que durante cinco siglos se transmitieron oralmente en las sociedades griegas los episodios de las epopeyas homéricas de la Ilíada y la Odisea, que se representaron pictóricamente en las obras cerámicas del siglo VII a. C. Sin embargo, hubo que esperar otros cuatrocientos años para que los eruditos de la Biblioteca de Alejandría recopilaran ambos poemas en veinticuatro cantos cada uno y cuestionaran su pertenencia al mismo autor. Posteriormente, en el Siglo de las Luces se pondría en duda su misma existencia. En cualquier caso, es indudable que los poemas homéricos, que constan de una coherencia artística admirable en su composición, supusieron el inicio de la literatura occidental y, con él, la semilla de todas las creaciones narrativas posteriores.
Entonces, nos preguntamos: ¿qué podemos seguir aprendiendo de la genialidad del aedo hoy? Entre las numerosas aportaciones de Homero, cabe destacar la de haber sabido reflejar toda una cultura, con sus creencias y sus principios, en su creación artística. Cuando uno lee sus obras consigue imbuirse de la cosmovisión –concepción del hombre, del mundo y de Dios– de la época, porque en cada escena se traslucen los deseos últimos de cada hombre griego. Es difícil determinar hasta qué punto hay ficción y qué forma parte de la historia real en los dos poemas homéricos pero, sin embargo, ambas creaciones son una muestra de cómo el arte sirve para poner de relieve la realidad a través de sus recursos.
Hoy en día podemos identificar a los creadores de videojuegos como los generadores del contenido que consume una gran parte de la sociedad. Toda creación de este tipo implica la narración, de un modo u otro, de una historia. Además, la ventaja que se suma a esta clase de obras es que son interactivas y, por lo tanto, la inmersión de las personas a las que van dirigidas es mayor. No obstante, antes que la interactividad, ¿qué necesita una historia para ser creíble?
Con Homero aprendemos, por ejemplo, que es posible transportarse tres mil doscientos años al pasado, porque la concepción que tenían aqueos y troyanos del mundo estaba llena de sentido y porque a ella pertenecía toda una forma de pensar. Esta forma de pensar se hará explícita, más tarde, en una serie de conceptos revelados por los sistemas filosóficos de la Antigüedad. Por lo tanto, para que una historia sea creíble debe estar construida sobre una cosmovisión coherente. ¿Cuál era esta en el caso de los griegos?
En primer lugar, para el hombre griego la vida solo merecía la pena ser vivida si se hacía con excelencia. Los héroes que ejercitaban de esta forma la virtud o areté serían cantados por los poetas y la gloria (kleos) los haría inmortales. En segundo lugar, para Homero, este mundo, el del mar Mediterráneo, lleno de luz y de vida, era el mundo verdadero. El otro mundo, el del más allá, era el mundo de las sombras, lleno de incertidumbre, por lo que era en el aquí y el ahora donde había que dejarse la piel.
Con respecto a la cuestión de Dios, los destinos de los griegos estaban predeterminados y abandonados al capricho de las divinidades, cuyas fuerzas incidían en las cosas. Es importante entender que los griegos vivían cada aspecto de su vida con religiosidad, atravesada de una concepción del mundo con cierto tinte «panteísta», porque entendían la naturaleza como divina. Eran conscientes de que había algo que trascendía lo inmediatamente sensible. Sin embargo, pocas esperanzas podía darles esta trascendencia, pues los dioses se limitaban a contemplar las acciones de los hombres, como si de una representación teatral se tratara, e intervenían en su suerte a su antojo.
Es fundamental conocer la historia de los hechos y de las ideas para que cualquier cosa que se quiera narrar llegue a los corazones
Vemos claro por qué el sentido de la vida de un griego consistía, pues, en dar lo mejor en el momento presente. Resulta sorprendente constatar cómo dentro de una visión de la vida tan trágica –pues no existía la libertad como la entendemos hoy en día– quedaba espacio para la búsqueda de la belleza. De hecho, la excelencia se entendía por la unión de lo bello (kalos) y lo bueno (agathos), esto es, el principio de kalokagathia regía la conducta de los hombres. Los héroes como Aquiles eran conscientes de que romper la proporción, obrar por encima de sus medidas y actuar con desmesura (hybris) con respecto a su naturaleza humana y al orden divino conllevaría un castigo (némesis) divino. Se comprende, pues, cómo cada acción estaba sostenida por toda una concepción de la vida que la dotaba de sentido.
Si la vida se veía trágicamente truncada por la muerte, solo los artistas, inspirados por los dioses, podían preservar a los hombres más destacables en el transcurso del tiempo y mantener viva la realidad. Así lo entendía Homero y por eso cantaba las hazañas de Aquiles y de Héctor y de tantos otros. La historia era la materia de la literatura y el arte hacía eterna la historia. ¿Qué les interesa hacer eterno a nuestros creadores de universos narrativos?
Ahora que comprendemos los principios que regían sus vidas, nos es más fácil identificarnos con sus historias y sus anhelos. En última instancia, nos hablan de nosotros, pues todo arte versa sobre lo humano y los temas tratados a lo largo de la historia apenas varían. Lo que cambia es la creatividad y originalidad con la que se pone de relieve lo real, el modo de presentarlo, la cítara o los píxeles, la forma, el medio. Pero, dado que ser original tiene que ver con volver al origen de las cosas y la creación ex nihilo solo es propia de dioses, es fundamental conocer la historia de los hechos y de las ideas para que cualquier cosa que se quiera narrar llegue a los corazones, tanto por su coherencia interna o su sentido como por su apelación a nuestra humanidad.
En la isla donde vive la diosa Calipso, nos encontramos a la vez con los encantos y los riesgos de la playa. Homero nos pone frente a un hecho misterioso: el inmortal cuerpazo con el que fantaseamos no nos hará verdaderamente felices. El que es amante verdadero se juega la piel: una piel que envejece velozmente ante nuestros ojos. Escapar de la historia que está escrita en nuestros cuerpos es escapar del significado de nuestras vidas.
Antonio Barnés explica en el pódcast Cultura y Debate el valor de los grandes clásicos y la importancia de la literatura en la sociedad actual.