Jorge Soley | 19 de mayo de 2021
Cuando, en el futuro, los historiadores quieran explicar cuál era el zeitgeist de nuestra época, no podrán dejar de referirse al clima de intimidación, censura y persecución del disidente característico de los campus universitarios y del mundo intelectual y mediático.
Colegas que cambian de tema abruptamente cuando se les une un tercero, libros que son expurgados de los planes de estudios y bibliotecas, denuncias anónimas que acaban con tu carrera profesional, personas caídas en desgracia que ven cómo son condenadas al silencio y a la muerte civil…
No, no se trata de la secuela de La vida de los otros, la película que retrata el opresivo clima de delación y control que se vivía en la antigua RDA, sino el ambiente que se respira en los campus universitarios del mundo occidental. Ese mundo de libertad que había derrotado al comunismo y que se encaminaba a un esplendoroso futuro de progreso sin fin revela con cada vez menor disimulo sus rasgos totalitarios.
Claro que surgen resistencias y, por centrarnos en el ámbito educativo, están apareciendo diversas iniciativas para hacer frente a la tiranía woke y su cultura de la cancelación.
Como el Journal of Controversial Ideas, que se proclama la primera revista interdisciplinar de acceso abierto, revisada por pares, creada específicamente para promover la libre investigación sobre temas controvertidos. Sus editores son Jeff McMahan, de la Universidad de Oxford, Francesca Minerva, de la de Milán, y el siniestro Peter Singer, de Princeton. Entre la larga lista de prestigiosos académicos que forman parte de su consejo editorial, encontramos a personas tan dispares como el escritor J.M. Coetzee, Robert P. George, colega y sin embargo enconado adversario intelectual de Singer en Princeton, el psicólogo Jonathan Haidt o la martillo de feministas de género, Christina Hoff Sommers.
Salta a la vista que los promotores de este Journal of Controversial Ideas están en desacuerdo en casi todo excepto en que es bueno poder debatir entre ellos, algo que consideran está en el ADN de la vida universitaria. Ellos mismos señalan que son un «foro para la discusión cuidadosa, rigurosa y no polémica de temas que se consideran ampliamente controvertidos, en el sentido de que ciertas opiniones sobre ellos pueden ser consideradas por muchas personas como moral, social o ideológicamente objetables u ofensivas». Una publicación, pues, que está en las mejores condiciones para cumplir aquello de Péguy de dejar descontento siempre a un tercio de sus lectores (la gracia es que no siempre sea el mismo tercio) y no apta para «ofendiditos».
El motivo que dan para haberse lanzado a esta aventura es que «en los últimos años han aumentado las cartas y peticiones que denuncian a investigadores y su trabajo, firmadas por académicos que parecen no estar dispuestos a recurrir a la práctica académica tradicional de encontrar fallos en los argumentos con los que no están de acuerdo. En su lugar, exigen que los administradores sancionen a los colegas que han expresado ideas a las que se oponen. Algunas de estas peticiones, firmadas por cientos de académicos, exigen incluso que los editores se retracten de los artículos publicados que han pasado los procesos normales de revisión por sus pares. En un alarmante número de casos, los editores se han acobardado ante estas demandas y han sucumbido a ellas. Los pocos que han defendido la libertad académica se han visto muchas veces obligados a dimitir».
Han aumentado las cartas y peticiones que denuncian a investigadores y su trabajo… Los pocos que han defendido la libertad académica se han visto muchas veces obligados a dimitir Journal of Controversial Ideas
Otro rasgo propio de nuestros tiempos: la revista ofrece a los autores la opción de publicar sus artículos bajo seudónimo, «con el fin de protegerse de las amenazas a su carrera o a su seguridad física». También, añaden, esperan que de este modo los lectores presten atención a los argumentos y las pruebas más que a quién lo ha escrito. Para su primer número, recientemente aparecido, dicen haber recibido 91 textos, de los que han aceptado diez y rechazado 68, mientras que los 13 restantes aún están siendo evaluados.
De los diez artículos contenidos en el primer número, tres de ellos están publicados con seudónimo y, aunque algunos de los temas abordados no sean particularmente polémicos (o al menos eso me parece a mí, poco habituado como estoy al negocio del victimismo y la indignación moralista), encontramos uno que defiende pintarse la cara de negro en algunas festividades tradicionales, otro a favor de actuar con violencia contra quienes tratan mal a los animales e incluso, aquí sí que hay que reconocer que han traspasado muchas líneas rojas, uno que argumenta que las mujeres adultas son hembras humanas.
Aunque quizás lo que más me ha gustado del Journal of Controversial Ideas son sus objetivos de futuro: desaparecer.
Lo explican así: «Esperamos que la necesidad de esta revista será efímera, ya que nuestros esfuerzos contribuirán a fomentar unas condiciones culturales en las que los editores de las revistas académicas ya no tendrán que preocuparse por la publicación de artículos controvertidos, y los investigadores podrán publicar artículos controvertidos en cualquier revista que consideren oportuna sin temer que ello ponga en peligro su bienestar o su carrera. Pero hasta entonces, haremos todo lo posible para que el miedo a una respuesta hostil no intimide a los autores a la hora de publicar ideas importantes, bien argumentadas, pero controvertidas».
El Journal of Controversial Ideas no es el único movimiento de resistencia en este campo. Acaba de aparecer la Academic Freedom Alliance (AFA), «una alianza de profesores universitarios y universidades que se dedican a defender el principio de la libertad académica… Nuestros miembros de todo el espectro político reconocen que un ataque a la libertad académica en cualquier lugar es un ataque a la libertad académica en todas partes».
La AFA, que ha adoptado como lema «Solidaridad en la búsqueda de la verdad», anuncia que centrará su actividad en dos ámbitos: por un lado, la defensa de la libertad de pensamiento y de expresión de los profesores en su trabajo como investigadores y escritores; por otro, proporcionar apoyo legal a quienes ven su libertad académica amenazada por parte de instituciones o funcionarios.
Con un enfoque aún más combativo, FIRE (Foundation for Individual Rights in Education) tiene en la actualidad a 65 empleados dedicados a defender en los tribunales los derechos de profesores y alumnos universitarios.
La Nueva Cívica amenaza con sustituir la educación cívica tradicional por propaganda neomarxista, formación profesional para el activismo de izquierdas y técnicas adaptadas de organización comunitaria al estilo de Alinsky para su uso en el aulaThe Civic Alliance
La National Association of Scholars, por su parte, se centra en las artes liberales, con la misión de «defender una educación en artes liberales que fomente la libertad intelectual, la búsqueda de la verdad y que promueva una ciudadanía virtuosa. Para cumplir esta misión, defendemos la libertad académica del profesorado y de los estudiantes». Una de sus últimas iniciativas es el lanzamiento de un manual, The Civics Alliance, «para los ciudadanos preocupados por fortalecer la educación cívica tradicional y defender el plan de estudios de educación cívica contra los ataques de la «Nueva Cívica» y otras iniciativas radicales de izquierdas… La Nueva Cívica amenaza con sustituir la educación cívica tradicional por propaganda neomarxista, formación profesional para el activismo de izquierdas y técnicas adaptadas de organización comunitaria al estilo de Alinsky para su uso en el aula».
Cuando, en el futuro, los historiadores quieran explicar cuál era el zeitgeist de nuestra época, no podrán dejar de referirse al clima de intimidación, censura y persecución del disidente característico de los campus universitarios y del mundo intelectual y mediático. Sus lectores, horrorizados ante esta explosión de las pulsiones más excluyentes y totalitarias, al menos tendrán el consuelo de saber que no todos se doblegaron.
El intelectual Agustín Laje afirma que «el problema no son ni las fake news ni los supuestos ‘discursos de odio’, sino que la derecha ha estado ganando la batalla cultural en Internet, y ahora quieren ponerle un freno a esta suerte de ‘guerra de guerrillas digital’ que se ha emprendido».
No hay lenguaje comercial capaz de soportar que se diga a los potenciales alumnos que una universidad es el lugar donde podrá estudiar mucho y con tesón, pero de la mano de verdaderos estudiosos en las materias y con todos los medios y el tiempo dispuestos para tal fin.