Justino Sinova | 24 de marzo de 2017
En el pleno del Congreso de los Diputados del miércoles 22 de marzo, hasta dieciséis diputados plantearon preguntas al Gobierno y otros dos presentaron interpelaciones por asuntos como el desarme de ETA, el corredor mediterráneo, el gasto público, la siniestralidad en las carreteras, los inmigrantes, las ayudas de escolarización, la cadena alimentaria, la seguridad de los motoristas y la gestión de aguas. Nadie dudará, digo yo, que todas estas cuestiones son importantes para la vida de la gente y que resulta necesario conocer los planes del Gobierno, que era el objetivo de los diputados que se preocuparon de averiguar por dónde van sus tiros.
Pero los medios informativos se han interesado más que por los tiros del Gobierno por los fogonazos de un diputado. La noticia sobre la sesión ha estado ayuna en respuestas y abundante en la pregunta, más bien especulación, de Pablo Iglesias. El jefe de Podemos aludió al veto gubernamental de iniciativas parlamentarias para extenderse en una conjetura sobre la respuesta que daría el presidente del Gobierno, a quien sermoneó de esta forma: “Tiene usted varias opciones: ‘Me importa un comino el informe de los letrados [sobre el veto], me importa un pimiento, me importa un huevo, me importa un rábano o me importa un pepino’. Incluso tiene usted otras fórmulas más directas: ‘Me la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la refanfinfla’ e incluso he encontrado una (…) que creo que se adapta perfectamente a su estilo: ‘Me la bufa’. A usted el informe de los letrados se la bufa”.
Pablo Iglesias aludió al veto gubernamental de iniciativas parlamentarias para extenderse en una conjetura sobre la respuesta que daría el presidente del Gobierno
Mariano Rajoy no entró al trapo que le tendía y replicó aludiendo a lo dispuesto legalmente sobre los motivos que autorizan el veto gubernamental. Pero eso, como las otras preguntas y respuestas, no interesó a los creadores de información y de opinión, que sí se recrearon en la retahíla compuesta por Iglesias para que ellos también mordieran el anzuelo. Vaya si lo mordieron. Como tantas otras veces en que el líder podemita tiende su trampa, la perla informativa de la sesión fue la recitación de Iglesias. Siempre que el podemita pretende llamar la atención logra que un buen número de medios se la presten.
Pablo Iglesias es una rareza mediática más que un fenómeno político: no se le conocen grandes reflexiones ni propuestas argumentadas para resolver problemas, pero sale en periódicos, radios y televisiones hasta cuando tose. Días antes, varios medios anunciaban que iba a asistir ¡a un partido de baloncesto!, y días después los mismos medios confirmaban tan significativo evento. Es posible que los insultos y amenazas de Podemos a periodistas, que la Asociación de la Prensa de Madrid tiene confirmados y denunció, sean causa de este efecto de sumisión mediática. Yo no lo sé. Pero sí puedo decir que en mi ya no corta vida profesional nunca he conocido un similar fenómeno de seguimiento informativo a la nada, una atención mediática tan intensa a las formas, a las poses, a las apariencias, que camufla algo verdaderamente importante: lo que pretenden hacer Iglesias y su partido con España, eso que mucha gente todavía desconoce. Esa fijación mediática ha causado otros estragos: el desplome de tantos medios en la frivolidad y la consecuencia inmediata del detrimento de la información, un valor social imprescindible cuyo rescate ya es una necesidad de primer orden.
Los independentistas catalanes tienen siempre en la boca la palabra diálogo, pero se niegan a mantenerlo cuando alguien se lo ofrece. Carles Puigdemont, que ha pedido al Senado una sala para pronunciar una conferencia sobre el “procés”, ha rechazado la respuesta de Partido Popular y Partido Socialista que le proponen a cambio un debate en la Comisión de Autonomías de la Cámara Alta. El presidente de la Generalidad de Cataluña ha calificado el ofrecimiento como una “ocurrencia”. Los independentistas no quieren el diálogo que reclaman. Tienen miedo a que sus planes ilegales queden en evidencia, en ridículo. Reclamar el diálogo solo les interesa como estratagema para acusar falsamente a los demás de no quererlo. Y todavía hay quienes los toman en serio (aunque cada vez menos, esa es la verdad).