Rafael Arias-Salgado | 14 de junio de 2021
Hoy vivimos en una democracia plena y en un Estado social y democrático de derecho porque, entre otras cosas, Juan Carlos I fue rey de España.
No es mi propósito sustituir a los profesionales de la Historia. Pero como ciudadano y partícipe en la Transición democrática puedo, quiero y creo que debo emitir una valoración sobre un reinado que aportó grandes beneficios a la vida política española en momentos difíciles y complejos de nuestro proceso histórico.
Los hitos de su trayectoria institucional, aunque conocidos, deben ser reiterados en cada aniversario para que las sucesivas generaciones valoren con conocimiento de causa lo que hizo –lo que logró- como rey de España.
Heredó, en el marco de la Ley Orgánica del Estado -Ley Fundamental del régimen de Franco-, una monarquía de raíz y expresión autoritarias, pero utilizó sus poderes para impulsar una Ley para la Reforma Política que iniciaba la transferencia de sus poderes a la soberanía popular a través del sufragio universal y la elección de unas Cortes Constituyentes.
Elegidas estas, amparó desde la Jefatura del Estado el proceso constituyente y el alumbramiento de una Constitución que reducía sus enormes poderes a una facultad moderadora de la vida político-institucional. Asumió el principio de soberanía nacional como dogma irrenunciable en la legitimación del poder público. Paró o desarticuló un golpe de Estado concebido y protagonizado por mandos militares de alta graduación. Amparó en todo momento la legitimidad de las instituciones democráticas instauradas por la Constitución de 1978. Promocionó con gran eficacia, utilizando su gran prestigio, la proyección internacional de España, situándola entre las naciones democráticas del más alto nivel y de más alta valoración en el mundo desarrollado. Y ayudó a los presidentes Suárez, Calvo Sotelo y González en su labor de gobierno de manera sutil y eficaz. Así lo han reconocido tales protagonistas.
Hoy vivimos en una democracia plena y en un Estado social y democrático de derecho porque, entre otras cosas, Juan Carlos I fue rey de España. Hubo otros protagonistas, pero sin él, sin su legitimidad y consecuentemente sin su autoridad y acierto, nuestra historia habría sido otra, más difícil, más compleja y de resultados inciertos.
Juan Carlos I está en la Historia de España, en la Historia grande, por su fecundo reinado como gran jefe de Estado en una de las coyunturas más difíciles –si no la más difícil- de nuestra historia contemporánea. Todo lo demás, alguna faceta de su vida privada, carece de valor histórico y no disminuye en nada su enorme legado político e institucional. Creo que es lo que reflejará la Historia, la Historia objetiva y grande.
Una nación de pasado turbulento, con tendencia a la autoflagelación, sacudida por intensas pulsiones centrífugas, dada al maniqueísmo y cuyos integrantes practican un levantisco individualismo, exige un poder simbólico, neutro y moderador por encima de la lucha partidista.
Juan Carlos I se convirtió, en plena Transición, en lo que con justicia los medios de comunicación y la opinión pública consideraron «el mejor embajador de España».