Ignacio Álvarez O´Dogherty | 24 de marzo de 2017
Es interesante ir al cine a aprender, a recordar, a ampliar miras, incluso a ser provocado a veces por un autor que quiere que la gente entienda, conozca y comprenda. Esto es lo que pretende este director a la hora de presentarnos la ciertamente desconocida historia del genocidio del pueblo armenio, ocurrida durante la I Guerra Mundial, de manera muy similar al resto de exterminios étnico-religiosos –el judío, el bosnio, el ruandés, el palestino, etc.– ocurridos en el siglo XX.
Guédiguian, de padre armenio y madre alemana, quiere traernos de nuevo a la pantalla el dolor y el olvido sufrido por esta nación histórica del Este de Europa. Es algo que ya abordó años atrás en Viaje a Armenia (2006), un drama que nos acercaba a las costumbres y circunstancias de las gentes del país.
En este caso, el film gira en torno a la vida de una familia de emigrantes armenios afincada en Marsella. La trama se centra en los conflictos internos que se desencadenan cuando el hijo mayor, Aram (Syrus Shahidi), se decide a abrazar la lucha armada por la causa del “pueblo armenio”, el mismo día en que las fuerzas policiales francesas desalojan la iglesia ortodoxa en plena celebración conmemorativa.
La trama se centra en los conflictos internos que se desencadenan cuando el hijo mayor, Aram, se decide a abrazar la lucha armada por la causa del “pueblo armenio”
El cineasta marsellés se ha inspirado en la historia de nuestro compañero periodista José Antonio Gurriarán, que fue víctima directa de un atentado perpetrado en la Gran Vía por el grupo terrorista ESALA (Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia), justo cuando se acercaba a informar de los hechos tras producirse la primera explosión. Gurriarán casi perdió sus piernas y, en el tiempo de su larga rehabilitación, se decidió a interesarse por la historia del país en un afán de comprensión que le condujo hasta un encuentro con los que hicieron estallar las bombas.
En Una historia de locos salen a la luz algunas de las interesantes preocupaciones de Guédiguian, como el problema del entendimiento entre la nueva y la vieja generación o su preocupación por situaciones de injusticia histórica o social.
En mi opinión, el drama de la película queda lastrado por plantear los conflictos humanos dentro de claves del pensamiento marxista. Se ven latentes conceptos como la conciencia de una lucha entre clases, la crítica a la burguesía, la lucha contra la pobreza “social”, la dignidad del hombre trabajador, además de otras referencias explícitas que saltan a la vista. En ese sentido, creo que algún espectador puede quedar distante con respecto a los hechos que se le cuentan.
La locura de la historia viene de la barbaridad de un crimen cometido contra un pueblo de larga tradición que casi quedó extinguido tras una cifra de muertos que supera el millón y medio. “El genocidio nos volvió locos. Solo existimos gracias a él. Nacimos de un montón de cadáveres”, dirá en algún momento el joven Aram a su madre.
Merece respeto y conmoción la historia de dolor de este pueblo exterminado y desenraizado de su tierra por uno de los muchos nacionalismos modernos, como el turco en este caso, que aún hoy sigue siendo problemático. La aproximación ideológica empobrece, sin embargo, el relato y reduce el alcance a esa misma comprensión de los hechos a la que el director parece querer animarnos.