Juan Orellana | 18 de junio de 2021
Aún hay gente que piensa que la censura acabó con el franquismo. Nada de eso. Han cambiado los criterios, pero no el deseo de embridar la libertad de pensamiento.
Desde hace ya un tiempo no es infrecuente encontrar en la cartelera películas cuya calificación oficial por edades parece una broma. En unos casos, se restringe la edad en películas familiares y para los más pequeños; en otros, se abre la mano para películas que contienen escenas explícitas de sexo, un lenguaje procaz o una excesiva violencia. Sinceramente, no creo que haya mucha gente que haga caso de esas calificaciones estatales, pero quienes sí lo hacen son los exhibidores cinematográficos -los dueños de las salas de cine-. Ellos tienen en cuenta esa calificación a la hora de comprar o no una determinada película y, por tanto, una bonita película infantil que funcionaría fenomenal en una sala determinada, ubicada en un barrio lleno de familias jóvenes, puede no estrenarse allí debido a una calificación absurda.
Y estos absurdos que se dan, ¿son fruto de un error? ¿De una jugarreta informática? ¿Se deben a la negligencia de los calificadores? Mucho me temo que nada de esto, que no son errores, sino fruto de decisiones muy pensadas e intencionadas. Creo que a nadie se le escapa que me refiero a intenciones ideológicas, al deseo de frenar determinadas cosmovisiones y favorecer otras.
Que esto se hiciera en tiempos de Franco es algo obvio: el Estado ejercía un paternalismo controlador en una sociedad muy homogénea y, por tanto, fácil de «pastorear». Precisamente se trataba de que el cine no quebrase esa cohesión social con mensajes opuestos a los ideales morales nacional-católicos. Y las calificaciones «iban a misa». Ni empresarios ni ciudadanos se las tomaban a la ligera.
Pero, hoy en día, en que la cohesión social ha dejado paso a una fragmentación y pluralidad culturales sin precedentes, a una sociedad en la que conviven infinidad de credos, concepciones antropológicas e ideologías, ¿a cuál de todas estas cosmovisiones responden las calificaciones oficiales? ¿Quiénes las ponen y con qué criterios? ¿Es que el Estado detenta una determinada moral? La respuesta no tiene ningún misterio. El criterio lo marca la cosmovisión dominante, la del Poder, que es algo supranacional y transversal.
Se entiende con un ejemplo. Se estrena una película familiar protagonizada por un niño con poderes y su hermana. Los dos, huérfanos, son adoptados por un hombre que acumula fracasos. Se trata de una historia divertida, blanca, entrañable, que ensalza los vínculos familiares y habla de la lucha por los sueños. Una película pensada y dirigida a un público familiar. Pero resulta que la película recibe la calificación para mayores de 12 años, aunque tres miembros de la comisión proponen incluso que sea para mayores de 16. ¿Y qué razones esgrimen para semejante desatino? Discriminación de género, explotación, machismo, cosificación de la mujer, acoso de género, discriminación por motivos étnicos, discriminación por motivo de estereotipo contra la diversidad funcional de las personas… Amén de otras razones asombrosas como violencia, escenas con contenido erótico o sexual…
La censura franquista ha resultado ser menos hipócrita, porque no usaba la bandera de la democracia y la libertad para coartar al artista
Cuando uno lee el informe, lo primero que piensa es que se han equivocado de película. Pero no es así. Los censores son muy conscientes de que los modelos que propone el filme son políticamente incorrectos y que no están alineados con la agenda cultural que, por ejemplo, ya impera en Hollywood, y de la que ya dimos cuenta en este periódico. Y se trata, por tanto, de una película «peligrosa», que habla de relaciones «binarias», de familias con hombre y mujer, de heterosexualidad… Así de sencillo.
Aún hay gente que piensa que la censura acabó con el franquismo. Nada de eso. Han cambiado los criterios, pero no el deseo de embridar la libertad de pensamiento. En aquellos tiempos prohibían la exhibición de una película calificada negativamente, y hoy te llevan a la asfixia económica. Esa es la diferencia. La censura franquista ha resultado ser menos hipócrita, porque no usaba la bandera de la democracia y la libertad para coartar al artista.
Las redes sociales tienden al monopolio de forma natural. Precisamente porque están basadas en la interacción social, las personas buscamos la herramienta que aglutine el mayor número de usuarios posibles, de forma que esta acabe resultando práctica.
El anuncio por parte del Gobierno de incluir en el Código Penal la “exaltación del franquismo” debería activar todas las señales de alerta entre los defensores de la libertad y la democracia.