José María Carabante | 26 de junio de 2021
Hace casi dos siglos, en Sobre la libertad, Stuart Mill nos ponía en guardia frente al poder de las mayorías y la censura social.
Si Stuart Mill se hubiera limitado a recordar que la libertad de uno termina donde empieza la de otro, tal vez ahora no necesitaríamos estar recurriendo a su ensayo para atravesar el temporal que vivimos, aunque a la vista de cómo andan las cosas uno se sienta tentado a esculpir ese lugar común, por ejemplo, en todos los pupitres del mundo. Pero no es esa, como decimos, la enseñanza principal que cabe extraer de la lectura de On Liberty (1858), sino otra, la que nos pone en guardia frente al poder de la opinión pública, un fenómeno sobre el cual nos advirtió, con la misma desazón, el otro gran profeta del XIX, Tocqueville.
Mill fue testigo de ese momento histórico en que el individuo, después de ajusticiar sin titubeo alguno a reyes y emperadores, había decidido ceñir sobre su frente la corona, pero este inglés de cultura enciclopédica tuvo la suficiente intuición política para adivinar que, sea quien fuera el que al fin se aposentara en el trono, ni el tirano ni el siervo que todos llevamos dentro nunca podrían ser silenciados. Lo más trágico es que no necesitamos que nos coaccionen para colocarnos bajo el yugo; para sojuzgarnos, es suficiente con aprovechar nuestra predisposición al apoltronamiento moral.
• Si quieres escapar de los dogmas de la corrección política
• Si deseas descubrir los peligros de la tiranía de la mayoría y la opinión pública
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El curso posterior de los acontecimientos ha servido tanto para corroborar el temor de Mill como para impugnar una de sus convicciones más arraigadas, la que le conducía a ver al hombre como un ser que inexorablemente progresa. Ahora sabemos que no es cierto. Sin embargo, si se nos permite desconfiar de las fuentes a las que nos encamina el rebaño no es porque nos abandonemos a la masa, sino porque el individuo de carne y hueso, singular y concreto, despierta nuestra esperanza. Y hoy precisamos héroes y rebeldes de la cotidianidad, revolucionarios que se nieguen a sucumbir a las nuevas formas de censura.
Así, este ensayo de inteligencia punzante constituye un manual contra todo tipo de dogmatismo. O, ahora que hablamos tanto de ellas, una vacuna que nos debemos inocular para protegernos frente a esa titánica opinión pública que aplasta la disidencia y se muestra tan intolerante con la broma y el sarcasmo, a pesar de que la ironía es, desde Sócrates, la mejor forma de pensar el mundo.
Desde este punto de vista, este clásico no deja de ser un aviso para quienes navegan en las redes, puesto que, en primer lugar, nos previene contra la espiral liberticida que se pone en marcha cuando se uniforman los estilos de vida y, especialmente, las convicciones. Y, en segundo término, nos recuerda que la verdad no es un asunto cuantitativo, ni depende del número de likes, sino de discusión y de crítica. De alentar el pluralismo, algo de lo que nos alejan los nichos virtuales en los que transcurre nuestra existencia.
Cada vez somos más iguales y con ello se resienten indudablemente las iridiscencias de nuestro horizonte cultural, reducido ahora, para nuestra desgracia, a un conjunto de identidades enlatadas, petrificadas, muertas. Sin dejar de ser un enamorado de la democracia, el superdotado de la inteligencia que fue Mill -lean, por favor, los logros intelectuales que alcanzó en la infancia- fue preclaro y se percató de que dejar la verdad o el poder en manos de la mayoría era la mejor manera de abonarse a la mediocridad. Basta, para darse cuenta de ello, reconocer que las fórmulas populistas solo han arrojado un saldo negativo. Desde que el hombre es hombre, las mayorías se han empeñador por usurpar los derechos de las minorías, marginar al que sobresale, abandonando a quienes más necesitados de auxilio se encuentran al albur de los deseos de masas fervientes y apasionadas.
Libertad individual absoluta:
«La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parte que le concierne meramente a él, su independencia es, de hecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano».
El valor de la opinión individual:
«Si toda la humanidad, menos una persona, fuera de una misma opinión, y esta persona fuera de opinión contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que hablase como ella misma lo sería si teniendo poder bastante impidiera que hablara la humanidad».
Pensar por uno mismo:
«Nadie puede ser un gran pensador sin reconocer que su primer deber como tal consiste en seguir a su inteligencia cualesquiera que sean las conclusiones a las que se vea conducido. La verdad gana más por los errores del hombre que, con el estudio y la preparación debidos, piensa por su cuenta, que con las opiniones verdaderas de quien solo las mantiene para no tomarse la molestia de pensar».
Sobre la libertad es un clásico porque es inagotable y, después de dos siglos, sigue planteándonos interrogantes y enseñándonos que muchas de nuestras respuestas son provisionales. Por ejemplo, expone la fragilidad de la política, ese juego interminable de las conciliaciones. Y en lo referente a la libertad, no tenemos más remedio que concluir que estamos retrocediendo, desandando vertiginosamente el trecho que con tanto esfuerzo recorrimos hace unas centurias. Mientras Mill podía felicitarse porque la censura iba desapareciendo, hoy los nuevos heterodoxos, es decir, quienes se aventuran a cuestionar los tópicos de la ideología mainstream, no solo se enfrentan al oprobio social, sino que son desterrados de la esfera pública -entiéndase, expulsados de Twitter– e incluso condenados por delitos de invención reciente, como los de odio.
Es difícil encontrar una oposición tan tajante a lo que esperaba Mill como la que encarna la cultura de la cancelación. Si algo destacaba este autor es que el hombre es el único animal con capacidad para aprender del error. Y es que disponemos de esa extraña peculiaridad para enderezarnos a la verdad por las travesías más insospechadas, incluida la de la falsedad o el engaño.
Normalmente se llama la atención sobre la radical defensa de la libertad de propuesta por Mill, pero menos en el motivo que subyace a la misma. Recordar por qué suscribe ese fanatismo liberal puede operar en nosotros como una especie de antídoto. Se muestra tan drástico porque comprende al hombre como un ser llamado a descubrir verdad. Por paradójico que pudiera parecer, hemos ido abandonando el relativismo posmoderno para erigir nuevos dogmas sobre la identidad, la sexualidad y la igualdad.
La vida de Mill, leyendo su Autobiografía, en la que cuenta la formación enciclopédica que recibió de su padre, su crisis emocional y su relación con Harriet.
Sobre la noción de libertad, te recomendamos Dos conceptos de libertad, con prólogo de Isaiah Berlin, en el que se diferencia la libertad como ausencia de coacción de la libertad para actuar conforme a los valores y las convicciones personales.
Hoy la corrección política es un catecismo incontestable. Lo que Mill recuerda es que, sin posibilidad de crítica pública, no hay manera de emprender con los demás ese viaje que es siempre el conocimiento. Dicho de otro modo, que la verdad es una empresa comunitaria y, por tanto, hemos de comparecer ante el prójimo, sopesar sus perspectivas, para darnos cuenta de nuestros errores y reafirmarnos en nuestros aciertos.
Todo esto se encuentra en el haber de Mill. Por la parte del debe, se le podría quizá objetar su excesivo individualismo o sus prejuicios antirreligioso. También en ocasiones encontramos inconsistencias. No deja de ser heredero de la Ilustración, pese a esos raptos románticos que también tiene. Incurre en un paternalismo intelectual que sonrojaría sin duda a un liberal escrupuloso, pero teniendo en cuenta su probidad, y su elevado grado de autoexigencia, nadie mejor que él comprendería que le rebatiéramos. En ello, precisamente, consiste el pensamiento crítico que en estas y en otras obras nos enseñó a cultivar.
Alguien avezado en las tendencias intelectuales más importantes de los últimos siglos se dará cuenta de que en Sobre la libertad se encuentran dispersas innumerables semillas, desde el falibismo de Popper, hasta la filosofía discursiva de Habermas o los principios de justicia social propuestos, precisamente hace ahora cincuenta años, por John Rawls. Ya solo por ello merecía la pena adentrarse en su lectura.
Sobre la libertad
John Stuart Mill
Página Indómita
192 páginas
2020
17,90€
De la libertad
John Stuart Mill
Acantilado
160 páginas
2016
9,90€
Sobre la libertad, con prólogo de Isaiah Berlin
John Stuart Mill
Alianza Editorial
248 páginas
2013
11,30€
Antonio Barnés explica en el pódcast Cultura y Debate el valor de los grandes clásicos y la importancia de la literatura en la sociedad actual.
El caso de Elena Lorenzo demuestra cómo la idea de «libre determinación del yo» que reina en la Modernidad solo es válida si va en una dirección.