Jorge Soley | 07 de julio de 2021
J.K. Rowling, la célebre creadora de la saga de Harry Potter, llevaba una apacible vida como escritora de éxito y feminista de izquierdas. Hasta que un día se negó a enmascarar la realidad.
J.K. Rowling, la célebre creadora de la saga de Harry Potter, llevaba una apacible vida como escritora de éxito y feminista de izquierdas. Hasta que un día se negó a enmascarar la realidad, se negó a mentir, siguiendo en esto el programa de Solzhenitsyn en 1974: «La revolución se mantiene con la mentira. «Ellos», los dirigentes totalitarios, exigen que nos incorporemos a su mundo de falsedades, e incluso que defendamos con entusiasmo sus mentiras. Y solo temen una cosa: que no lo hagamos».
Todo empezó cuando, en marzo de 2019, la inglesa Maya Forstater fue despedida de su trabajo como experta en el think tank Center for Global Development. ¿El motivo? Maya había expresado en Twitter su convicción de que, por mucha autopercepción que se tenga, hablando en términos biológicos una mujer sigue siendo una mujer aunque se declare hombre. Maya fue acusada de transfobia y despedida.
Maya se había mostrado dispuesta a usar el pronombre que cada persona deseara, como el think tank para el que trabajaba reconoció, pero insistía en que el sexo es real y consideraba que una ley no podía obligarla a creer o actuar como si una persona que se declarase trans hubiera cambiado literalmente de sexo. En ocasiones, argumentó, es importante reconocer que el sexo de una mujer trans es masculino, especialmente cuando se formulan políticas o se habla de cambios en las leyes.
Maya llevó su despido a los tribunales, que fallaron en su contra en primera instancia, señalando que la actitud de Maya Forstater suponía una «violación de la dignidad de las personas trans» y que por esta razón sus opiniones «no son dignas de respeto en una sociedad democrática».
Fue entonces cuando se lanzó el hashtag #IStandWithMaya, al que se unió J.K. Rowling. Enseguida fue derribada de su pedestal y tuvo que sufrir los embates del fanatismo woke. De repente, Rowling era un peligro para la libertad, una peligrosa fascista a la que no se le debería permitir expresar sus ideas rebosantes de odio. Toda la cantinela que, a estas alturas, tan bien conocemos.
Ser mujer no es un traje de quita y pon y que el lenguaje inclusivo que llama a las mujeres menstruadoras y personas con vulvas a muchas mujeres les parece deshumanizante y degradanteJ.K. Rowling
Pero J.K. Rowling tenía tres cosas de las que carecen muchos: tenía razón, tenía valentía y tenía una desahogada posición en la vida (sin ir más lejos, yo creo que suelo tener bastante de lo primero, menos de lo que me gustaría de lo segundo y bastante poco de lo último). Así que la escritora no se arrugó y redobló su apuesta tuiteando esta herejía: «’Mujeres’ es el término correcto, no ‘personas que menstrúan’». Más gritos, insultos y descalificaciones, al tiempo que le exigían una disculpa. ¿La respuesta de Rowling?: «No es odio decir la verdad».
Aún más, J.K. Rowling abandonó el formato de Twitter para explicar, en un texto más largo, su postura al respecto. En el escrito empezaba mostrando su preocupación: «Me preocupa la enorme explosión de mujeres jóvenes que desean hacer una transición y también el número cada vez mayor de mujeres que quieren revertir esa transición (volviendo a su sexo original), porque se arrepienten de haber tomado medidas que, en algunos casos, han alterado sus cuerpos de manera irrevocable y les han arrancado su fertilidad». Y añadía que ella misma muy bien podría haber sido víctima de esta devastadora moda: «Cuantos más relatos sobre la disforia de género leo, con sus perspicaces descripciones de la ansiedad, la disociación, los trastornos alimentarios, el daño a sí mismo, más me he preguntado si, de haber nacido 30 años más tarde, yo también podría haber tratado de hacer una transición. La atracción de escapar de la feminidad habría sido enorme. Luché contra un TOC grave cuando era adolescente. Creo que fácilmente podría haber sido persuadida para convertirme en el hijo que mi padre había dicho abiertamente que prefería».
A continuación, J.K. Rowling sostenía que «ser ‘mujer’ no es un traje de quita y pon» y que «el lenguaje ‘inclusivo’ que llama a las mujeres ‘menstruadoras’ y ‘personas con vulvas’ a muchas mujeres les parece deshumanizante y degradante». Para concluir entrando de lleno, a partir de una experiencia personal, en la llamada guerra de los cuartos de baño: «Cuando se abren las puertas de los baños y vestuarios a cualquier hombre que crea o sienta que es una mujer, entonces se abre la puerta a todos los hombres que deseen entrar. Esa es la simple verdad… El sábado por la mañana leí que el Gobierno escocés está poniendo en práctica sus controvertidos planes de reconocimiento de género, lo que significará que todo lo que un hombre necesita para “convertirse en mujer” es decir que lo es. Para usar una palabra muy contemporánea, me sentí “provocada”. Atacada implacablemente por los activistas trans en las redes sociales, pasé gran parte del sábado en un lugar muy oscuro dentro de mi cabeza, ya que los recuerdos de una grave agresión sexual que sufrí cuando tenía veinte años se repitieron en un bucle. Esa agresión ocurrió en un momento y en un espacio en el que yo era vulnerable y un hombre aprovechó una oportunidad. No podía dejar de lado esos recuerdos y me resultaba difícil contener mi ira y mi decepción por la forma en que creo que mi Gobierno está jugando a la ligera con la seguridad de las mujeres y de las niñas».
Aunque los ataques no han cesado desde entonces, la realidad ha ido dando la razón a J.K. Rowling. Por ejemplo, con los datos publicados en el Sunday Times que confirmaban que casi el 90% de todas las denuncias por asaltos sexuales, voyerismo y acoso en las piscinas públicas del Reino Unido se producen en baños y vestuarios unisex. Algo de lo que ha tomado nota el Gobierno británico, que el pasado 16 de mayo anunciaba, por boca de Robert Jenrick, secretario de Estado de Vivienda, Comunidades y Gobierno Local, que todos los edificios públicos en el Reino Unido tendrán baños separados por sexo y que los unisex desaparecerán.
Y mientras tanto, ¿qué ha pasado con Maya Forstater, cuyo caso movió a J.K. Rowling a hablar en público por primera vez sobre estos asuntos?
Tras la sentencia condenatoria, Maya apeló. Desde entonces ha vivido inmersa en una batalla judicial que ahora se acaba de resolver: un juez de apelación, el juez Choudhury, dictaminó el pasado 10 de junio que Maya Forstater fue despedida injustamente y que las «opiniones críticas con la ideología de género» como las de Forstater «son ampliamente compartidas» y «no pretenden destruir los derechos de las personas trans». Una sonora victoria que protege a los británicos del peligro que uno de sus abogados, Joshua Rozenberg, señaló: «Un aval estatal para que los empresarios obliguen a sus empleados a respaldar positivamente el dogma de la teoría de la identidad de género».
La victoria de Forstater se produce justo un día después de que Lisa Keogh, estudiante de Derecho de la Universidad de Abertay, fuera absuelta de mala conducta por decir en un seminario que «las mujeres tienen vagina«. Y pocas semanas después de que la Universidad de Essex se viera obligada a pedir disculpas públicas por haber cedido a las protestas y cancelado una serie de charlas organizadas por feministas contrarias a la ideología de género.
Se necesita mucho valor para enfrentarse a esta marea woke que sostiene que el sexo no existe y que todo es fluido. J. K. Rowling y Maya Forstater han demostrado tenerlo y con su valentía han hecho de su país un lugar mejor y más libre.
Hay diferencias esenciales entre el varón y la mujer, independientemente de las ideas o la conducta.
Aitana Sánchez-Gijón rompe con su pasado para buscar la libertad en «La vuelta de Nora».