Juan J. Sánchez | 28 de marzo de 2017
La fiesta de los toros sufre fuertes ataques desde hace algunos años. Su supervivencia depende de la transmisión de sus valores con un lenguaje moderno que consiga acabar con los tópicos de una tradición con siglos de historia.
El toreo es vida y muerte, es verdad; y cultiva una serie de valores, como el sacrificio, la paciencia, el respeto, la entrega o la tradición, que no son precisamente los que imperan hoy en día. El toreo es una disciplina artística, la única en la que se sacrifica la propia vida, que lucha por mantenerse en la sociedad de las prisas, de lo superficial, de lo fácil y del engaño. En una época en la que la palabra del año es posverdad.
Una época, además, en la que el negocio del proteccionismo animal alcanza unos niveles que rayan lo absurdo. Donde quienes supuestamente defienden al toro bravo no dudan en alegrarse de la muerte de una persona por el hecho de ser matador de toros. O en deseársela a un niño enfermo por tener la desfachatez de querer ser torero cuando, por fin, consiga darle la puntilla al toro más feo. O, yendo un paso más allá, en acosar y agredir a quienes ejercen en libertad su derecho a ver toros en una plaza. Defender al animal por encima del humano, sin pudor, si el humano no comparte sus gustos.
Y no, no son ejemplos aislados. Ahí está la Fundación del Toro de Lidia para atestiguarlo con sus numerosas denuncias (porque, por suerte, usar el toreo para mostrar la cara más deleznable del ser humano ha empezado a no salir gratis). O los vídeos de la vuelta de las corridas de toros a la Santa María de Bogotá.
Pero, con todo, los antitaurinos han ido ganando algunas batallas. Sin ir más lejos, la de la comunicación. Las transmisiones taurinas han desaparecido prácticamente de la televisión pública, pese a que en las contadas ocasiones en las que se han televisado espectáculos los números han sido muy superiores a los de la media de la cadena. Las noticias sobre toros en los telediarios se reducen a las cornadas (las graves) y cualquier manifestación antitaurina que congregue a 20 o 30 personas en la puerta de una plaza de toros tiene más seguimiento que lo que suceda dentro, el mismo día y a la misma hora, por mucho que haya 20.000.
No todo es mérito del antitaurinismo, también hay mucho demérito del sector taurino. El animalismo es un lobby potente, con respaldo económico, capaz de alejar a los anunciantes de todo aquello que tenga relación con el toreo. Pero también debería serlo el lobby taurino y se ha mostrado incapaz de unirse, defenderse y abrirse a la sociedad con un mensaje que atraiga a la juventud. No ha sabido venderse y, ahora que empieza a hacerlo, está en desventaja.
Y no será fácil, porque en la tauromaquia se reúnen muchas de las cosas de las que el mundo actual huye: el sacrificio, el sufrimiento, la sangre… Tenemos que salir de la cueva, mostrarnos. Y hacerlo adaptando el mensaje, sin dejar de transmitir la esencia del toreo, que si pierde su verdad se convierte en una simple pantomima indefendible. Hay que sacar el toreo a la calle, enseñárselo a los jóvenes, llevarlos al campo para que vean quién y cómo se cuida al toro bravo, acompañarlos a la plaza para que conozcan el rito y su porqué. Que se den cuenta de que va mucho más allá del pasodoble, el puro y las moscas. Las últimas barbaridades de los antitaurinos nos han dado un balón de oxígeno, posicionando de nuestro lado a muchos de los indiferentes.
Queda mucho camino por recorrer, y vamos tarde, pero se están dando los primeros pasos. Pasos para volver a “taurinizar” a la sociedad, para que el aficionado no tenga miedo a reconocerlo. La plaza más importante del mundo, la de Madrid, presenta ahora sus carteles en una gala repleta de gente, alejada del aislacionismo de la convocatoria de prensa. Y con patrocinadores de nivel. La nueva empresa, sostenida por primera vez por un grupo completamente ajeno a la tauromaquia, pretende acercar el recinto a la ciudad.
Cada vez resulta más fácil escuchar la visión de la Fiesta de los más jóvenes que, si no encuentran su hueco, se lo fabrican. Precisamente los jóvenes, desde el Foro de la Juventud Taurina, han conseguido que sus premios tengan cada edición más repercusión, siendo uno de los acontecimientos taurinos del año, temporada tras temporada. Grandes firmas tienen a toreros como imagen. Hemos visto a un daliniano Morante de la Puebla anunciar una feria. Y un director como Agustín Díaz Yanes dirigir el anuncio de la corrida en solitario de Alejandro Talavante en Madrid.
En definitiva, es la lucha por sobrevivir de un espectáculo que pone frente a un espejo fiel a una sociedad aséptica, de un espectáculo a contracorriente. Y lo va a conseguir, contra todo pronóstico.