Juan Orellana | 30 de julio de 2021
El documental Audrey: Más allá del icono transmite la misma elegancia que la actriz, y pasa por los asuntos más escabrosos con sensibilidad nada morbosa. No hay sombra de caricatura o sensacionalismo.
Hace pocas semanas constatábamos el proceso de desmitificación que sufrían los grandes mitos de Hollywood. Citábamos por ejemplo las recientes películas sobre Judy Garland, Romy Schneider o la estrella del Jazz Billie Holiday. Hoy nos ha llamado la atención un documental que se acaba de estrenar en VOD sobre Audrey Hepburn. Se titula precisamente Audrey: Más allá del icono, y está en la misma línea que los anteriores films pero con una notable diferencia: a pesar de sacar a la luz los aspectos menos glamourosos de la actriz, la imagen final que queda es positiva y, en muchos sentidos, luminosa. Por ello hay que agradecer a la directora, Helena Coan, su buen gusto y sensibilidad a la hora de realizar un documental cuya elegancia está a la altura de la protagonista. Coan es una mujer joven, cantante, y que tiene una corta carrera cinematográfica. Actualmente vive en Londres y sobre la película ha declarado: «Trata de la búsqueda del amor de Audrey Hepburn».
La directora ha vertebrado el documental en torno a unas danzas de Francesca Hayward, primera bailarina del Royal Ballet en el Covent Garden de Londres. Por un lado, es una forma de representar la vocación original de Audrey Hepburn, y por otra, las evoluciones de la danza son una metáfora del recorrido existencial de la actriz. El documental parte del icono que todos conocemos, para adentrarse después en la Audrey desconocida con la ayuda de los testimonios de hijos, nietos y amigos, así como de Clemence Boulouque, su biógrafa, y sobre todo, la voz en off de la propia Audrey. Una de las claves existenciales que propone el film es el pronto abandono de su padre. Ella estaba muy unida a él, pero se marchó sin más. La última vez que le vio fue un día antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Esa ausencia marcó su vida. 25 años después ella emprendió su búsqueda y se reunió con él en 1964. Le encontró en Irlanda, gracias a la Cruz roja. Pero fue un reencuentro frío y extraño. Quién sabe si esa carencia de padre condicionó su relación con su primer marido, el actor Mel Ferrer, al parecer bastante paternalista.
Otra clave para entender a Audrey fue su dedicación al ballet. Ella era bailarina. Nunca se le pasó por la cabeza ser actriz. Y la férrea disciplina y la autoexigencia que implica la danza marcaron su personalidad y su autocontrol.
Audrey Hepburn fue una de las últimas estrellas de la edad de oro de Hollywood, pero llegó al cine de forma casual y lo hizo por la puerta grande, compartiendo cartel con Gregory Peck en Vacaciones en Roma. Se ganó al público en un santiamén. Luego vendría Sabrina, Guerra y Paz, Historia de una monja, Desayuno con diamantes, My fair lady, y muchos otros éxitos. Y siempre envuelta en la elegancia del modisto que la vestía: Hubert de Givenchy. Una elegancia que también tenía que ver con sus orígenes aristocráticos. Y cuando ya lo tenía todo, películas formidables, reconocimientos, Oscars y un marido fiel, hizo mutis por el foro para dedicarse a lo que consideraba que le haría feliz: cuidar de su familia y de su hijo. Después de su divorcio con Mel Ferrer, se casó con el médico italiano Andrea Dotti, que fue «pillado» por paparazzi con más de doscientas mujeres. Vuelta a divorciar Audrey se retiró a Suiza y se entregó a las llamadas causas humanitarias trabajando como embajadora para UNICEF.
La película transmite la misma elegancia de su personaje, y pasa por los asuntos más escabrosos con sensibilidad nada morbosa. No hay sombra de caricatura o sensacionalismo, y por ello el documental se disfruta como si de una película de Audrey Hepburn se tratara. Sin duda, una fantástica propuesta para el verano.
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