Juan Milián Querol | 08 de septiembre de 2021
Occidente se retira. Y China toma el relevo. Esta emerge y se postula como la mejor aliada del nuevo Afganistán.
La retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán y la expansión de la influencia china en la región alimentan, aún más, la hipótesis de la decadencia occidental. Washington se contrae, Pekín avanza y la trampa de Tucídides nos augura tiempos demasiado interesantes. Rastreo entre libros de historia buscando una guía para entender lo que se nos avecina y destaca un título sobre el resto: Civilización. Podríamos referirnos a la bellísima obra de Kenneth Clark, pero en esta ocasión echaremos mano del popular y sugerente historiador británico Niall Ferguson. Publicado hace una década, estamos ante un magnífico libro para desentrañar, o al menos iniciar el debate, sobre las fortalezas y las debilidades de Occidente. Es una historia del auge civilizatorio que fue escrita porque el autor sentía que «la gente que vive actualmente presta una insuficiente atención a los muertos».
En Civilización nuestro historiador busca y encuentra explicaciones al predominio económico, político y cultural de Occidente durante el último medio milenio. «¿Por qué Occidente llegó a dominar el resto del mundo?». Quizá algunas respuestas sufran en exceso de un sesgo anglófilo, como así se le ha criticado; no obstante, el catedrático de Harvard evita las fullerías de la corrección política que tanto daño vienen infligiendo a las ciencias sociales. No escatima críticas a nuestra civilización, pero tampoco idealiza a los perdedores. No hay autoflagelación, pero tampoco paternalismo. No rehúye la complejidad que el rigor exige. Y pone el foco en las diferencias institucionales: aquellas que, por ejemplo, explicaban y explican una Alemania próspera y otra, misérrima; una Corea próspera y otra, misérrima. Este empirismo te curaría mucha tontería marxista, Yolanda.
El arte es, sin duda, el logro más visible de una civilización, pero esta está conformada, según Ferguson, por las instituciones que han permitido la creación y la conservación de las pinturas, las estatuas o los edificios. Son leyes y son costumbres. Y la calidad de vida en una sociedad depende de la salud de estas. Las instituciones que explican que Occidente llegara a ser lo que fue son resumidas por nuestro autor: 1) la competencia, fruto de la descentralización de la economía y la política en forma de estados-nación y de capitalismo; 2) la ciencia, con sus grandes avances en la Europa del siglo XVII; 3) el derecho de propiedad, protegido por el imperio de la ley y el gobierno representativo; 4) la medicina moderna, con grandes avances en los siglos XIX y XX que aumentaron notablemente la esperanza de vida; 5) la sociedad de consumo, que permitió la revolución industrial empezando por la fabricación de tejidos; y 6) la ética del trabajo, como un marco moral que une a la sociedad y permite la acumulación de capital.
La cuestión afgana ejemplificaría muchas de las cuestiones de Civilización. A diferencia de lo que opina nuestra progresía gubernamental con su feminismo hipócrita, la situación de los derechos de las mujeres bajo el régimen talibán nada tendrá que ver con lo disfrutado durante las dos últimas décadas. Una sugestiva tesis fergusiana podría iluminarnos: la difusión de cierta manera de vestir trasciende la estética y prefigura la imposición de ciertos valores y modos de vida. La revolución industrial nació gracias a la sociedad de consumo y, especialmente, al crecimiento de la demanda de determinados tejidos y prendas. Los pantalones vaqueros, los jeans, popularizados por John Wayne agravaron la debilidad del comunismo soviético, incapaz de satisfacer a sus jóvenes con algo tan sencillo y fácil de fabricar. Mao Zedong quiso imponer una vestimenta triste y gris, pero hoy China abraza el capitalismo multicolor. Otros recorren el camino en sentido inverso. Mustafá Kemal, a.k.a. Atatürk, modernizó Turquía empezando por la forma de vestir. Hoy, sin embargo, los talibanes y otros islamismos imponen el burka a las mujeres como expresión de la pérdida de todos sus derechos.
Occidente se retira. Y China toma el relevo. Esta emerge y se postula como la mejor aliada del nuevo Afganistán. Los asiáticos aplican con eficacia algunas de las que fueron nuestras fortalezas y protagonizan «la mayor y más rápida de las revoluciones industriales». Con todo, aún carecen de competencia interna y gobierno representativo. Y si el pluralismo occidental resiste al embate de la cultura de la cancelación y la superchería woke, aún mantendremos ciertas ventajas institucionales. No todo estará perdido, aunque el mayor peligro seguirá residiendo en casa. «Tal vez la verdadera amenaza no la planteen el auge de China, el islam o las emisiones de CO2, sino la pérdida de nuestra propia fe en la civilización que heredamos de nuestros antepasados», concluye Ferguson. El igualitarismo a la baja en la educación es, pues, un error fatal. La ignorancia sobre los muertos es causa fundamental de nuestra decadencia, ya que «una civilización son los textos que se enseñan en sus escuelas, que aprenden sus estudiantes y que se recuerdan en los momentos de tribulación». Momentos como el presente.
La cuestión no era retirarse sino cómo hacerlo. Y ahí fracasó Washington y Joe Biden hizo el ridículo. Lo de Afganistán es un caos.
La serie de culto predijo en sus diálogos a lo largo de 96 episodios entre 2011 y 2020 el desenlace si las tropas norteamericanas abandonaban la región y los talibán tomaban Kabul