Daniel Berzosa | 29 de septiembre de 2021
Escribir en El Debate de Hoy, y leer a sus colaboradores, ha sido una fuente de alegría, una escuela de aprendizaje.
Cuando Pablo Velasco me invitó a participar regularmente en el proyecto de inteligencia y análisis que es El Debate de Hoy, «el primer diario móvil de opinión en España, desde los principios del humanismo cristiano» —como se define—, sentí una inmediata e incondicional alegría y gratitud.
Me sugirió que escribiera una serie de artículos sobre un tema trascendente y trascendental, y por eso, arduo y de mucha sutileza. Pertinente, entonces y ahora. Polémico desde la cubierta, la forma de referirse a él (gestación subrogada, maternidad subrogada, vientres de alquiler, madres de alquiler…). Pero aquella intención se vio superada por la novedad incesante de la política nacional a cada momento del día y de la noche, y su perentorio contraste con el derecho, y nos acabó sucediendo un poco como cuenta Camilo José Cela que, por el paseo del Rasero, le dijo el vagabundo a la moza de Riaza que iba a por agua al Cubillo: «Yo camino y ando a lo que salga».
Espero que mi director y amigo se haya sentido confirmado en su elección respecto de mí. Alguien sin más autoridad que la de reflejar por escrito el sentir de muchos. Eso sí; esforzándome en la unidad, el plan y la claridad, a partir de los hechos, la razón y el derecho. Consciente de que el conocimiento y el saber se transportan con facilidad. Basta con tiempo y dedicación. Pero no el estilo. Sobre este no cabe el hurto, ni la donación, ni siquiera de padre a hijo.
Casi dos años y cuarenta y dos artículos después de aquella feliz invitación, debo dar también las gracias a Pablo Velasco; porque el modo libérrimo y bienintencionado, esto es, con la mira puesta en el bien común, salpimentado con sus pellizcos de vez en cuando, que, como cosa mía, adopté como estilo, que es el fondo o el hombre mismo, en palabras del conde de Buffon, no ha padecido la menor cortapisa, indicación o censura por su parte. Ni por la de David Vicente, su redactor jefe, a quien también debo dar las gracias por el cuidado y la diligencia con que me ha soportado.
Me da algo de vergüenza escribir lo que sigue, pero lo haré porque es verdad y a nadie hace daño, excepto a los envidiosos y ruines. Y es que he disfrutado. Escribir en El Debate de Hoy, y leer a sus colaboradores, ha sido una fuente de alegría, una escuela de aprendizaje, un manantial de esperanza, una oportunidad para ejercitar la prudencia, «que es virtud de sabiduría y sensatez para conocer, discernir y actuar con buen sentido y para alejarse, tanto de un aplomo inane, como de la epidemia de la sospecha ante un inexorable avalancha de catástrofes sin remedio», según aclara el cardenal Amigo en A tiempos recios, virtudes bien templadas.
Hemos descubierto en los últimos tiempos el Mediterráneo de que la democracia es algo verdaderamente frágil. No se improvisa. No se sostiene sola. No es autosuficiente, porque exista una constitución. Hay que cuidarla como se cuida lo que se estima precioso, incalculable, imperdible. La democracia, como la constitución donde se regula, si no es interiorizada, vivida y defendida por sus destinatarios y sus actores, «los ciudadanos y los poderes públicos» en el lenguaje de nuestra Constitución, es una voz al viento en la noche del desierto, que nadie oye; un reloj de sol en la fachada de una iglesia o un palacio renacentistas, que nadie mira, ni menos sigue.
Hay que retomar en serio la formación cultural de las nuevas y las actuales generaciones de españoles para iniciar una tradición democrática. No la visión parcial, ni menos destructiva, que pueda tener un bando, de las muchas banderías que rebrotaron con el regreso de la democracia a España en 1978 y, de un tiempo a esta parte, se han enrocado contra la Historia. Sino una que permita hacer entender a todos que, con independencia de su ideología, siempre y por encima de todo, debemos partir de la unidad de la nación, de la igualdad y libertad de cada uno, y de que el ejercicio del poder está amenazado de forma inmanente por la tentación del abuso, por lo que debe estar sin alternativa sometido a la Constitución, a las leyes y a la crítica.
Como susurraba Marisa Naranjo en la despedida y cierre del segundo canal: «Recuerde que nos podemos volver a encontrar al inicio de la próxima emisión. Nos despedimos de todos, deseándoles lo mejor. Ya sabe, desde te, uve, e, dos. Hasta muy pronto. Buenas noches». Y sonaba el Himno Nacional, y se componía un mapa de España como suma de sus comunidades autónomas, y seguían imágenes del escudo nacional, que se fusionaba con la bandera nacional, y de la Constitución y el Rey, y los demás miembros de la Familia Real. Y, tras la segunda repetición del himno, como sucede a veces en la vida misma, el gozo se cortaba de golpe con la carta de ajuste y un pitido estridente.
Y, ahora, cuando escribo por última vez en este ejercicio de inteligencia y análisis, desde el humanismo cristiano, que ha sido El Debate de Hoy, recuerdo y traigo todo ello con la tranquilidad y la seguridad de saber que, gracias a personas como Pablo Velasco, siempre habrá un editor para los «jinetes de luz en la hora oscura».
Resulta incoherente, desolador y preocupante que, habiendo, como hay, tantos centros públicos de enseñanza, no acometan iniciativas específicas para explicar adecuadamente la institución de la Corona y su significación constitucional.
Según Iván Redondo, no hay límites para la «ventana de Overton», técnica consistente en la manipulación ordenada del público para conseguir cualquier cosa con su aceptación, desde lo que era impensable, inaceptable, impronunciable.