Juan Van-Halen | 30 de septiembre de 2021
Hoy deja de publicarse este diario digital y desde él nace otro y todo nacimiento es una buena noticia. Es un hijo digital que llega a este mundo -que no me gusta- con los más felices augurios.
El periodismo ha cambiado mucho. Todo ha cambiado mucho. A veces miro alrededor y en el mundo me siento un extraño; lo achaco a los años, a la fatiga pandémica o a ambas calamidades. Hoy deja de publicarse este diario digital y desde él nace otro y todo nacimiento es una buena noticia. Es un hijo digital que llega a este mundo -que no me gusta- con los más felices augurios. Desde hace más o menos seis meses he colaborado semanalmente en estas páginas -¿debemos llamarlas así en un diario digital?- y estoy agradecido a Pablo, a David y a todo el equipo. Son unos periodistas excelentes Y mi veteranía me permite tener buen ojo.
Desde muy joven he trabajado en siete medios escritos, en radio, en televisión y en una agencia. Lo de trabajar en televisión ahora está de moda; hay fichajes, traslados y todo eso, como en el fútbol, pero cuando dirigí mi primer programa lo hice en la mejor televisión de entonces, calificación indudable porque era la única. Se multiplicaron las emisoras televisivas y llegué a tiempo de ser tertuliano, condición que produce una sensación equívoca; algo así como ser distinguido con una especie de sabiduría universal: se opina de todo y con relevante convicción. Y la verdad es que comúnmente los tertulianos son sensatos y aciertan cuando esgrimen su opinión con cierta neutralidad y no como voceros teledirigidos, y nunca mejor dicho.
Vengo de los tiempos de las viejas rotativas, de la linotipia, de las matrices, de los corondeles; luego descubrí el offset y la composición electrónica, tan lejos de aquel Diario Regional vallisoletano en el que fui tan feliz y aprendí tanto entre maestros como Francisco Javier Martín Abril y el director José Tallón; tan lejos del Ya de la calle Mateo Inurria bajo la juiciosa batuta de Aquilino Morcillo; tan lejos del Arriba, en el viejo edificio de la calle de Larra en el que se había editado El Sol engalanado por la pluma de Ortega y Gasset, en el que fue un lujo trabajar a las órdenes de directores como Sabino Alonso Fueyo y Manuel Blanco Tobío, y siempre beneficiado por el afecto y la sabiduría de Enrique de Aguinaga. Impagables resultaron para mí, en etapas posteriores, los consejos y apoyos de Torcuato Luca de Tena, Lucio del Álamo y Emilio Romero del que fui adjunto de Opinión. Tres grandes del periodismo.
Eran primeros tiempos, casi campamentales, en un oficio que subyuga, que recorre las venas como sangre siempre nueva y acaba dándote más de lo que nunca uno le dará. Pensé que me atraía porque quería vender cultura a dos pesetas, entonces el precio de un periódico, pero nunca fue sólo eso. No hay que ser Ben Bradlee, ni trabajar en el Post, ni tirar de la manta del Watergate para sentir la brasa de la entrega a un menester mágico que en cada amanecer no sabes cómo, ni para qué, ni porqué te habrá llevado en volandas cuando llegue la noche. Las noticias surgen, son imprevisibles incluso cuando puedes pensar que están previstas.
He tenido la fortuna de trabajar con grandes periodistas que, no sin asumir los riesgos de mi bisoñez, me encomendaron tareas que me asustaron. Me sentía halagado pero temiendo siempre ser incapaz, no dar de mí lo que se esperaba. He contado muertos en el Ulster, en Vietnam, en Suez y en Paquistán, he llorado lágrimas ajenas que sentí mías, he pasado miedo. A veces me preguntaba qué hacía yo allí. Muy jovencito sentí ese gozo inexplicable, por tan explicado, de dar sombra al botijo. Luego vendría lo demás. La edad me ha dado respuestas a muchas preguntas que sobre el terreno no supe o no quise entender. Es otro milagro del periodismo.
El periodista es un niño grande que se juega todo por servir a la noticia; es su vocación
Desde hace muchos años hay facultades en las que se han formado y se forman las nuevas generaciones de periodistas desde la vocación de siempre, la ilusión de siempre, la entrega de siempre. Me recuerdan a las viejas escuelas porque, al fin y al cabo, en aquellas aulas y en éstas se servía y se sirve a una misma vocación. En definitiva, es una cadena de buen hacer a menudo en la cuerda floja, en el duro equilibrismo de la actualidad.
El periodismo es un oficio de riesgo y es elevado el índice de sus bajas en conflictos varios a lo largo y ancho del mundo. A algunos los vi morir con las botas puestas y el cuaderno de notas o la cámara fotográfica cerca de las manos como si fuesen a dar la noticia de su propia muerte. Así murieron dos periodistas tailandeses en el bosque vietnamita de U Minh, uno japonés mientras Bangladés nacía en una guerra, y mucho después, dos españoles en Irak. Y tantos otros. Es el precio de contar la noticia a paso de carga sorteando el miedo. Hay más sangre de la que sus lectores piensan tras los titulares que consumen en el cómodo té de las cinco o en una terraza ante la jarra de cerveza.
El periodista es un niño grande que se juega todo por servir a la noticia; es su vocación. Está en servicio veinticuatro horas sobre veinticuatro como los cajeros automáticos. Da igual la sección del periódico, de la radio o de la televisión en que sirva a esa vocación. Es el buen hacer de quien cree que servir no es servirse. No pocos políticos deberían seguir esta estela y no actuar como si su menester fuese el juego de la cucaña.
He querido contar este puñado de recuerdos y evocaciones como homenaje a un periodismo honesto y entregado, a un oficio que renueva su sangre con nacimientos e ilusiones, en la última hora de este El Debate de Hoy que ya es parte de la pequeña historia mientras llama a la puerta El Debate de siempre. Al fin y al cabo, pese a la impresión de que siempre pasa nada, cada minuto pasa algo que debemos contar.
Una gran cantidad de periodistas no tienen conocimientos suficientes del pasado ni del presente para ser entretenidos, y menos aún para ascender a ser sensacionalistas.
El autor de Memorias de un periodista: tres décadas en ABC lamenta que «se haya encumbrado a algunos periodistas que tienen poco amor por la verdad».