Pablo Casado Muriel | 19 de abril de 2017
Para que un libro se convierta en toda una epopeya nacional, en una obra que recoja la esencia de un país y marque su historia de un modo trascendental, deben darse muchos factores. A sangre y fuego, la novela de Henry Sienkiewicz, los reúne.
El texto se enmarca en la Polonia del siglo XVII, un vasto territorio en el que nobles, pueblos y culturas se entremezclan y dan vida a un polvorín que estallará en rebelión gracias a la alianza entre cosacos y tártaros.
La desigual guerra que comienza y los actos de resistencia heroica que sobrevienen son la base para una novela histórica en la que ficción y realidad ligan a la perfección, de la mano del premio Nobel de 1905.
Si algo destaca de esta obra es el carácter de sus personajes. Todos ellos, para bien y para mal, personifican valores, virtudes y pasiones que bien pueden entenderse como modelos universales a imitar o rechazar.
El protagonista de la novela es un joven militar, comandante de los caballeros del príncipe Jeremías, que antepone su deber para con la patria al rescate de su amada, secuestrada por el rebelde Bohum.
Kretuski se nos presenta como el gran héroe polaco: valiente, leal a su país y a su señor y con la mirada puesta en el Altísimo y su voluntad. Las penurias de su viaje, en el que se mezclan batallas, cautiverios y baldíos intentos de recuperar a Elena, son asumidas con entereza y con la profunda convicción de quien sabe que cumple su deber.
El duque Jeremías Visnovieski fue el verdadero caudillo a la hora de defender Polonia de los envites cosacos. En la obra de Sienkiewicz, encontramos el ideal de lo que debe ser un mandatario en lo político y en lo militar.
Generoso y justo en tiempos de paz, se convertirá en aguerrido líder en el campo de batalla. Severo, entregado y siempre a la cabeza de sus hombres. Ya sea en la paz o en la guerra, el autor hablará de él como “un padre para su pueblo”.
Los personajes de la novela son, para bien y para mal, personificación de valores, virtudes y pasiones que bien pueden entenderse como modelos universales a imitar o rechazar
El antagonista de A sangre y fuego. Si Kretuski es el reflejo del amor caballeresco, Bohun es lo pasional, lo colérico. Este militar no duda en unirse a la rebelión en busca de su beneficio personal y tampoco le temblará el pulso a la hora de raptar a Elena, de la que está enamorado, para evitar que esta se case con Kretuski. Esa conjunción de valores negativos en torno a la figura de Bohun lo llevarán incluso a utilizar la magia negra para conseguir el favor de una joven doncella que se mantendrá firme en su amor.
Noble huérfana que demostrará las grandes virtudes que en aquella época se destacaban. De belleza singular, destacará también por su valor y por mantener su honra por encima de cualquier intento de Bohun por arrancarla de los brazos de Kretuski. Como es común en el resto de protagonistas, Elena no perderá de vista la oración y la confianza en Dios ante las dificultades de su camino.
A sangre y fuego se completa con otros personajes, entre los que cabe destacar el viejo Zagloba, Sancho Panza a la polaca, que mostrará valor en la batalla, pero mucho más a la hora de narrar e hiperbolizar cualquiera de sus andanzas. Jovial y charlatán, mostrará un amor paternal hacia Elena y Kretuski y será pieza fundamental en el desarrollo de la escena.
Henry Sienkiewicz arrancó con esta novela su trilogía polaca. Los valores que transmite y la épica de su acción nos sitúa ante un cantar de gesta escrito en el siglo XIX que, salvando la distancia de no estar escrito en verso, bien podría estar protagonizado por el Cid Campeador.