Gustavo Morales | 11 de abril de 2017
El Estado Islámico -Daesh en árabe e ISIS en sus siglas inglesas-, se ha nutrido de fuentes de financiación diversificadas. Por un lado, las donaciones procedentes de distintos puntos de la Península Arábiga. Las investigaciones al respecto advierten de que el apoyo al Estado Islámico dentro de Arabia Saudita llega al 5%, procedente de más de medio millón de donantes.
Daesh llegó a controlar ocho campos petroleros en Siria e Iraq cuya producción le generó casi 500 millones de euros de ingresos anuales
El ex subsecretario jefe de la unidad sobre Terrorismo del Tesoro de EE.UU., David Cohen, denunciaba la “legislación permisiva” de Catar y otros estados del Golfo Pérsico, que facilitaba a diversas entidades presuntamente caritativas y a donantes privados poder girar dinero al ISIS.
«La fuente más importante de financiación del Estado Islámico hasta la fecha proviene de las naciones del golfo Pérsico, especialmente de Arabia Saudita, pero también de Catar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos”, afirmó Günter Meyer, director del Centro para la Investigación sobre el Mundo Árabe de la Universidad de Maguncia, Alemania.
El Reino está bajo la sombra de la sospecha. De su seno surgió Al Qaeda. Su fundador, Osama Bin Laden, era saudí, como también lo eran 15 de los 19 terroristas que secuestraron los aviones del 11 de septiembre de 2001. Las ayudas a los grupos que actúan en Libia, Iraq y Siria proceden de bolsillos saudíes, son ellos también quienes negocian las compras de armamento que se entregaban a través de terceros, como Turquía.
Larry Johnson, excolaborador de la CIA y del Departamento de Estado de EE.UU. para asuntos del terrorismo, acusa: «El principal problema para evaluar la amenaza terrorista es definir con certeza el patrocinio del Estado. Los mayores culpables hoy, a diferencia de lo que pasaba hace 20 años, son Paquistán, Arabia Saudita y Turquía». Se basa también en la identidad de creencias, dado que los terroristas de Daesh y Al Qaeda comparten la severa interpretación del Islam vigente en Arabia Saudí, el wahabí.
Salmán bin Abdulaziz, su rey desde 2015, prohibió cualquier apoyo al Estado Islámico-Daesh, reduciendo el perfil del reino en la manipulación del terrorismo internacional, función que le había confiado la CIA después de la revolución islámica iraní de 1979 y que durante 35 años fue la carta de triunfo de Riad.
Hasta hace poco, esos envíos de dinero suponían parte de la financiación del grupo Daesh. El grueso de sus ingresos procedía del contrabando de obras de arte, tráfico de refugiados y esclavas, cobro de impuestos en el territorio que controlaba y los saqueos de ciudades. Un ejemplo es Mosul, al norte de Iraq. La inteligencia británica calculó que, tras la toma de esa ciudad por el «califa» Al Bagdadí, los yihadistas manejaban más de 2.300 millones de dólares.
Los esclavos en venta oscilaban entre los 165 dólares de los niños y niñas de 1 a 9 años, los 124 dólares de los adolescentes, hasta los 40 dólares de las mayores de 40 años.
El principal problema para evaluar la amenaza terrorista es definir con certeza su patrocinio. Los mayores culpables hoy, a diferencia de lo que pasaba hace 20 años, son Paquistán, Arabia Saudita y Turquía
A esto se añadía la venta de petróleo. Una actividad que, según el exsecretario de Defensa estadounidense, Ash Carter, “es la columna clave del montaje financiero” del grupo. Daesh llegó a controlar ocho campos petroleros en Siria e Iraq cuya producción le generó casi 500 millones de euros de ingresos anuales, según el Departamento del Tesoro de EE.UU.
Daesh vendía por debajo del precio de mercado: unos 20 dólares el barril. Más de 8.500 camiones cisterna transportaban regularmente 200.000 toneladas de ese crudo robado hacia Turquía, el centro de distribución. Gursel Tekin, portavoz del partido socialista de Turquía CHP, reveló que ese petróleo estuvo llegando a su país a través de la compañía de transporte marítimo BMZ, uno de cuyos tres grandes accionistas es Bilal Erdogan, tercer hijo del presidente Recep Tayyip Erdogan. Ese crudo llegaba a Asia y también a Europa. La eurodiputada portuguesa Ana Gomes justificó esas compras: “Hay, sin duda, Estados miembros que lo compran sin saber exactamente cuál es su origen”.
El presidente Putin probó esta misma acusación en 2015, durante la cumbre del G20 en Antalya, Turquía. Acusación que comparte el exasesor en temas de seguridad de Iraq, Muwafaq al-Rubaie.
Todo eso terminó cuando los B-1 norteamericanos bombardearon el campo petrolífero de Al Omar, el mayor del Estado Islámico. En dos meses, la aviación rusa atacó otros 32 complejos petroleros, 11 refinerías, 23 estaciones de bombeo y 1.080 camiones cisterna.
Daesh ha pasado de controlar ocho campos de Iraq a apenas tres pozos. El ministro de Defensa de Rusia, Sergei Shoigu, cifra en un millón de dólares al día las pérdidas de los terroristas a causa de las operaciones aéreas. Quebrantos que no solo sufre Daesh, los comparten quienes comercializaban ese crudo de contrabando. Esto explica mejor el derribo del bombardero ruso Sukhoi Su-24 por los F-16 turcos que la violación de su espacio aéreo.